Llevaba días remando bajo ese sol abrasador que se empeñaba en llenar de ampollas su piel. A veces la visión se le nublaba y tenía que parar, descansar sobre las rodillas de su amado. Entonces volvía la calma, se quedaba un tiempo allí, acostada en su regazo. Cogía la mano del hombre y dejaba que se posara en su cabeza, el vaivén de las olas podría provocar que de su pelo se bajará hasta su mejilla, pero agradeció el fresco contacto de su piel en su ardiente rostro.
Después de descansar unos minutos así ya estaba lista para continuar. El lugar al que se dirigía no podía estar lejos. No debía estar lejos.
Llevaba algunas jornadas en alta mar. Había comprobado que no hubiera tormentas en los días que duraría el viaje. Él se mareaba con las olas, no soportaba ese movimiento que le revolvía el estómago. Si hubiera tenido que aguantar una tempestad hubiera sido horrible. Aún así contempló su rostro cetrino, le cubrió con una sábana y continuó remando con más brío que antes. El viento soplaba a su favor y las corrientes marinas también se habían aliado con ellos. Empezó a silbar esa canción que tanto les gustaba y que tantas veces entonaron juntos. Miró con amor a su compañero.
— Me gustaría tanto que silbaras conmigo, pero entiendo que no puedas hacerlo ahora. No te preocupes, yo lo haré por los dos.
Paró un momento para beber, solo un sorbo. Lo justo para humedecer la garganta y refrescar los agrietados labios. La suave brisa había levantado la sábana del cuerpo del hombre por lo que volvió a colocarla, le bajó también el sombrero que cubría su cabeza de manera que tapara prácticamente su cara.
— Mucho mejor así, ¿verdad? No debes quemarte, no te vendría nada bien. Tranquilo, no debe de quedar mucho para llegar a nuestro destino. Ya verás, te gustará. Una casa en medio del mar, un lugar donde nadie vendrá a molestarnos. Solos tú y yo. Cómo siempre habíamos soñado. No, no te preocupes, no estoy cansada. Remar siempre me gustó, ya lo sabes. Y por las quemaduras no te alarmes tampoco, en cuanto lleguemos las curaré. Es el salitre lo que ha causado que mis labios estén así, por eso prefiero no besarte.
Le sonrió y levantó una lluvia de gotas al elevar el remo, que brillaban reflejando la luz solar y haciendo que brillaran como si la magia les rodeará.
— ¡Mira, allí es! ¡Por fin! -Soltó los remos y le abrazó emocionada-. No tardaremos en llegar. ¡Nuestro hogar!
Soltó un hondo suspiro y remó con mucho más brío que antes, con la fuerza que da ver el fin del camino, la ansiada meta.
Llegó a escasos metros de la playa, se remangó los pantalones y tiró de la barca hasta que estuvo bien encallada. Aún así la ató al poste que había para tal menester.
— Ven, te ayudaré a entrar en la casa en unos momentos, espera que abra las puertas y suba las persianas.
Corrió hacia la casa y entró en ella. Elevo las persianas para que la luz entrará y abrió las puertas del mirador que había en el dormitorio. El aire hizo que las cortinas se abombaran saludandola, se asomó y le vio. Le saludó con la mano sonriendo y volvió sobre sus pasos.
Le cogió y entró con él a su nuevo hogar. Le llevó hasta la cama y le ayudó a tumbarse, ella se echó a su lado, le abrazó y segundos después dormía plácidamente.
Editado: 13.09.2018