El Hogar Mas Remoto

Capítulo 5

Laia volvió al cuarto para comprobar que su amado durmiera. Su rostro relajado le devolvió recuerdos del pasado, se preguntó cómo podía amarle tanto, cómo en un solo día su existencia pudo cambiar de tal manera. Supo en el instante en que él le devolvió la sonrisa que ella le lanzó, que nunca sonreiría a nadie que no fuera a él, porque en ese mismo momento ese joven de ojos verdes y dorada cabellera robó todo su ser y con ello la felicidad que a duras penas conseguía en su vida.

—¿Duermes aún? —susurró cerca de la cama.

Ningún movimiento demostró que estuviera despierto, solo su pelo que se alborotaba por el viento que agitaba las cortinas blancas de la habitación.

Se acercó despacio, temerosa. No quería importunarle más, no deseaba que su enojo hacia ella se incrementase por no dejarle descansar y había comprendido que no lo hacía cuando ella dormía, pero esta noche se llevaría una sorpresa, se agachó cerca de su oído y le dijo con la voz más dulce que pudo, pese a que el silencio al que se había sometido durante todo el día la hizo sonar ronca y ligeramente distorsionada.

—Te he preparado algo para comer, no hace falta que te levantes ahora, pero cuando lo hagas y veas mi sorpresa me encantaría que me despertaras, que me dijeras que ya no estás enfadado, que me abrazaras como antes.

Una lágrima se deslizó por su mejilla. La secó con su dolorida mano cuando llegó a los labios agrietados y los hizo escocer. Ahogó un quedo gemido no por el dolor que le provocaba el líquido en su boca, sino por el que sentía al ver la indiferencia del que se supone iba a ser su compañero hasta la eternidad. Pasó con suavidad su lengua por ellos humedeciéndolos y así besó ligeramente los del hombre, que la correspondió lentamente. Ella así lo sintió, él por fin había reaccionado. Su corazón empezó a latir desbocado y se alejó saltando del cuarto como si fuera una niña pequeña, mientras no paraba de canturrear.

—Me quiere, me quiere. No puede negar lo mucho que me quiere.

Se sirvió parte del plato que había preparado para cenar, su sabor era extraño pensó. Quizá el agua del mar cambiara el gusto de los guisos, no estaba malo y seguro que Eric lo apreciaría. Estaba segura. Nuevamente su corazón latió feliz y su estómago sintió las mismas mariposas que cuando le conoció. Suspiro mientras comía una nueva cucharada de la deliciosa cena que había preparado, ni siquiera notó que la mitad de los ingredientes estaban crudos. No quiso probar mucho más, no fuera a ser que él, hambriento, pensara que ella era una glotona y que había comido todo sin pensar en dejarle el suficiente alimento sabiendo que no había probado bocado durante todo el día.

Recogió los utensilios de la cocina, y limpió el desorden que había causado anteriormente, ahora que las cosas iban a mejor no podía dejar que él sintiera que no estaba con la mujer adecuada. Ella debía de cuidarle, y esa dependencia que sintiera hacía ella haría que no quisiera dejarla nunca, porque ya nunca podría sobrevivir sin su ayuda.

El sonido del viento hizo crujir la ventana y el grito de una gaviota le recordó que una mujer, una cualquiera pretendía robarle a su amor. No sabía con quién se enfrentaba en caso de que así fuera. Cogió la madera con la que atrancaba la puerta principal y salió al porche. Contempló los últimos rayos del día derramarse en el horizonte y fundirse con el mar.

Se sentó en el balancín del porche y se meció lentamente. El oxidado mecanismo sonaba según ella se movía hacia delante y hacia atrás, creando una canción de amenaza y advertencia para los intrusos. Un nuevo grito de la gaviota surcando el cielo se unió a la macabra melodía.

Laia cerró los ojos, solo un instante pensó, solo será un instante.

¿Cuánto tiempo hacía que se habían conocido? ¿Tres meses? Parecía que hubiese sido toda una vida. No tenía que haber precipitado los acontecimientos, pero sentía que últimamente Eric se alejaba, incluso un día le dijo que necesitaba espacio. Fue entonces cuando ella le contó su secreto. Le habló de la Isla, de sus cristalinas aguas, del rompeolas, de la casa y él se dejó embargar por su ilusión y curiosidad, prometió acompañarla, pese a que odiaba viajar en barco. El continuo movimiento de las olas le hacían mal y no le gustaba que ella le viese débil, era un hombre fuerte y amable, así se había mostrado siempre y sin embargo ella adoraba esas pequeñas imperfecciones porque le hacían más cercano de tal forma que era capaz de conectar con su alma con mucha más facilidad, aunque él no fuera capaz de darse cuenta de ello.

La gaviota se había posado en la barandilla de la terraza y la contemplaba amenazante, cogió el travesaño y lo blandió hacia ella. El ave elevó el vuelo con gritos salvajes, a lo lejos escuchó el sonido de una carcajada.



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En el texto hay: amor, suspenso, gore

Editado: 13.09.2018

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