Ash.
Estaba en una enorme casa de madera. Jugaba con otros niños en un cuarto.
Me alegré mucho cuando el hombre del bosque me salvó. Sabía que mi mamá no creía en el por lo que le pedí que viéramos a mi papá en el bosque.
Después de que los matara me llevo con él por un muy largo camino hasta ésta casa, me dejó con los demás niños y se fue.
Eso pasó hace más o menos media hora.
—¿Jugamos a las escondidas? —inquirió Claudia.
La conocí cuando llegué, fue la primera en hablarme y hacerme sentir cómoda.
Ella es de piel blanca, cabello amarillo con ojos café. Trae un vestido negro y unas sandalias plateadas.
Todos le dijimos que sí y mientras contaba nos fuimos a esconder.
Vi como habían niños que salían del cuarto por lo que pensé que yo también podía.
Baje las escaleras, decidí que me iba a esconder en la cocina. Cuando llegue el hombre del bosque estaba ahí.
Me quedé parada en la puerta de la cocina viéndolo. Estaba picando tomates.
—¿Por qué picas tomates?
No me respondió, no tenía boca en ese momento aunque sí la tenía cuando se comió las piernas de mi mamá.
—¿Por qué por momentos tienes boca y otras veces no?
No me dijo nada, solo siguió picando los tomates.
—No seas maleducado y respóndeme —se detuvo.
Cerró sus grandes ojos blancos para después mirarme y dirigirse hacia mí.
Se agachó a mi altura, me miró por unos segundos para después abrir su boca.
Estaba sorprendida, su cara blanca es toda lisa pero abrió la boca como si nada.
No estaba sonriendo como hace un rato. Sacó su lengua y la paso por mí cuello haciéndome cosquillas.
—No seas asqueroso —seguí riéndome.
Metió de nuevo su lengua sonriéndome con su gran boca, después volvió a desaparecer.
—Con esta boca solo puedo comer, no hablar.
Espera...
¿Ése fue él?
—¿Tú fuiste quién habló? —asintió—. ¿Como?
—Por la mente Ash, es la única forma en la que me puedo comunicar con todos ustedes.
Su voz es muy tranquilizadora, no parece la de un monstruo como en las películas.
—¿Y por qué por tu boca no?
—No tengo cuerdas vocales.
—¿Por qué no las tienes?
—Estás haciendo muchas preguntas, Ash —rio.
—Me gusta saberlo todo —dije orgullosa.
—Eso está bien, es bueno saber muchas cosas. Pero por ahora debo seguir haciendo la cena o comeremos muy tarde.
—¡Yo me tengo que esconder! —recordé—¿Puedo esconderme aquí?
—Claro, pero no me estorbes.
Asentí feliz.
Él se levantó y siguió cocinando mientras que yo me escondí debajo de la mesa, ya que ésta traía un mantel encima que me taparía.
Pasaron unos quince minutos cuando Claudia me encontró y volvimos a jugar hasta que el hombre del bosque nos llamó para comer.
Nos llevó a un comedor muy grande, las tres mesas eran muy largas con muchas sillas y platos con comida.
Claudia me dijo que éramos setenta y tres en total, contándolo. Habían niños y adolescentes de todas las edades.
Nos sentamos comiendo en silencio después de agradecerle. Mientras que él se quedó en una esquina en el piso viéndonos hasta que terminamos. Después nos llevó al piso de arriba.
Nos sentamos por el pasillo y él frente las escaleras.
—Ya notaron que traje a tres nuevos hoy a lo largo del día. Jugaron, hablaron y comieron con ellos así que se los voy a presentar —hizo señas para que fuéramos con él.
Me levanté al igual que otra chica más pequeña y un chico adolescente.
—La más pequeña —la señaló con sus largos dedos, se ve tímida, su cabello negro le llega a la barbilla, sus ojos son del mismo color y sostiene un oso de peluche desgastado, trae una camiseta blanca de unicornio, un short y unas zapatillas—, se llama Azola.
—¿Como sabes mi nombre si no te lo dije? —preguntó la pequeña levantando a cabeza para mirarlo.
—Yo lo se todo, Azola.
La pequeña sonrió.
—La mediana se llama Ash, y el más grande se llama Clark —el chico posee ciertos golpes, tiene el cabello amarillo, los ojos gris, trae un suéter azul, pantalones y medias sin zapatos—. Ya saben que hacer, ayúdenlos a conocer la casa y denles ropa limpia.
—Hombre del bosque, nunca pensé que llegaría a conocerte, y estoy muy feliz de que por fin pude —confesó Clark en un tono algo débil.
—Algún día todos lo hacen. Y díganme Herk, el hombre del bosque me lo pusieron los humanos.
No sabía que se llamara así, pero al menos Herk es más corto.
Se levantó yendo a la planta de abajo. Mientras a nosotros nos llevaron a recorrer lo que quedaba de la gran casa, que mejor dicho era una mansión.
Tenía seis pisos, un montón de cuartos con sus propios baños, una cocina, un comedor y una sala. En cada cuarto podían estar máximo cinco personas.
Claudia me explicó que Herk trae niños de vez en cuando por lo que para no estar reacomodando las camas a cada rato las puso así.
También que debo seguir las seis reglas:
1- Los niños duermen aparte de las niñas para no incomodar, y podemos dormir donde queramos respetando eso.
2- Debemos dormirnos a más tardar las 12 am, si vamos a seguir despiertos no podemos hacer ruido.
3- Cuando él salga debemos portarnos bien.
4- Si necesitamos algo se lo decimos a Herk.
5- Debemos seguir o comenzar a estudiar, Herk nos dará las clases de lo que necesitemos aprender.
6- NO SALIR DE LA CASA SIN PERMISO NI CRUZAR EL BOSQUE.
Me quedé viendo la pared que contenía las reglas. No tenía problemas en seguirlas, a ninguno de los demás niños parecía que tampoco. Pero la que más me inquietaba era la última. ¿Por qué no podíamos salir sin su permiso?
—Lo escribió con sus dedos en la pared —el susto que tuve hizo que me girara rápidamente, era Claudia—. Lo siento, no quería asustarte.
—Tranquila —suspiré—. ¿Cómo sabes que lo hizo con sus dedos?
—Él mismo nos lo dijo. Antes de traer al primer niño al bosque, construyó ésta casa él solo por un año.
Editado: 07.07.2023