La ciudad vibraba como si supiera lo que venía.
Un murmullo invisible recorría sus avenidas, una anticipación sin forma ni nombre.
Ese día, Bruma recibió la notificación.
Un atentado.
No masivo. No mortal. Pero preciso.
Un convoy médico enviado por Aurora había sido atacado en tránsito. Los informes decían que el sistema de escolta aérea —coordinado por la Asamblea— no respondió a tiempo.
Tres heridos. Una muerte. Un niño.
Los medios no atacaron directamente a los héroes.
Pero las redes sociales sí.
“¿Y para qué están si no es para prevenir esto?”
“Otra vez los errores ‘nobles’.”
“La luz no llega a todos.”
Bruma no lo dudó. Era un montaje. Un acto calculado para parecer error.
Y lo peor era que funcionaba.
Elias observaba la pantalla en la penumbra.
No sonreía.
La satisfacción no lo movía.
Solo la eficiencia.
Era una pieza más en un ajedrez invisible.
La escena que más se repetía en las redes no era la explosión, ni el convoy destruido.
Era la mirada de Valeria cuando llegó tarde.
Su rostro.
Su silencio.
Su impotencia.
Eso era lo que Elias quería que el mundo recordara:
Los héroes también fallan.
Pero cuando fallan, nadie más puede corregir el daño.
Kael observaba el feed informativo desde la cima de una torre sin nombre.
No estaba de servicio.
Solo… presente.
Bruma lo había llamado tres veces. No contestó.
No sabía qué decir.
No sabía qué pensaba realmente.
Su corazón latía con fuerza. No por miedo.
Por vértigo.
Como si estuviera al borde de una elección irreversible.
Valeria llamó a toda la Asamblea a una reunión urgente.
—Esto fue manipulado —declaró con firmeza.
—Nuestros sistemas no fallaron. Alguien los bloqueó.
Aurora asintió con rostro tenso.
—Y la filtración fue interna. No hay rastros externos.
Todos miraron, brevemente, a Kael.
Él no reaccionó.
Esa noche, Bruma caminó hacia el archivo profundo.
Entró sin anunciarse.
Encontró a Kael allí.
—¿Tú sabías?
—¿Qué cosa?
—Que esto no era espontáneo.
Kael la miró a los ojos.
Por primera vez, sin parpadear.
—¿Y si lo sabía?
Bruma retrocedió un paso. No por miedo.
Por certeza.
El día terminó con una noticia oficial:
la Asamblea suspendía sus patrullas durante 48 horas “para revisión estructural”.
Era una excusa.
Pero el mundo lo leyó distinto:
“Nos están abandonando.”
“Ahora que los necesitamos… no están.”
Y así, sin armas, sin gritos, sin sangre…
Elias logró la primera rendición.