El hospital

RETRATO

Sus ojos no se apartaban de mí, eran de un negro muy oscuro. Era pura oscuridad su mirada, y sin quererlo de apoco me estaba llevando hacia ella, pero el retrato me chistó y pude salir de ese limbo sombrío. Y darme cuenta de que ahora ella yacía sin vida en el piso - pulido no hace mucho por ella misma -, del cuarto matrimonial que compartíamos.

Mi hermosa esposa no paraba de entreabrir los labios y murmurar, yo creía escucharla pedirme ayuda, pero el retrato estaba más cerca de su cuerpo y él tenía más fuerza para hablar así que me dijo que ella estaba diciéndome que me amaba y comprendía esta situación.

— Ay, Dios, estoy tan mal que ya no puedo comprender a la mujer que amo.

Me acerque a ella, me agache y con una sonrisa en mi rostro, la besé. Me alejé para contemplar su sensual cuerpo vestido con su camisón de franela y fue ahí cuando me percaté de las gotas de color carmesí que ensuciaban su hermosa piel, y el piso recién pulido. Extraño, su camisón estaba recién lavado también.

Su imagen era perfecta a la luz del velador, le provocaba las sombras adecuadas como para apreciarla en su totalidad.

Tan bella y tan frágil también, estaba tan... tan... tan apetecible así, sus labios ardían por ella y la hubiese besado de nuevo si no fuera por el cuadro, que enojado por no recibir atención le recordó el por qué ella ahora posaba sin vida en el piso.

Esa mujer era bella como una flor, pero oscura como la noche. No sentía aprecio por los demás, no era considerada, no era buena, simplemente, ella ya no era humana. Se convirtió en un monstruo desde aquella visita al doctor, la manera en cómo me miró cuando me dijeron que ya no había arreglo, que era mejor vivir este mes como si me fuera a vivir dentro de uno, literalmente.

Ella fue la causante de esta desgracia, si no hubiese mostrado su forma real ante mí esto nunca hubiese pasado, mejor se hubiese esperado hasta que muera ya que según los médicos mucho no faltaba.

— Estúpida.

Salí de la habitación rumbo hacia el comedor para buscar mi botella y en el camino me crucé con las habitaciones de mis hijos, ambos acostados en sus respectivas camas, con sus pijamas impecables, como su madre. Se veían tan angelicales, tan limpios que me lastimaba la vista ver esa sangre fresca en el piso, ojalá se hubiesen portado mejor.

Sigo mi rumbo hacia el comedor, tomo mi agua y las pastillas que me había recetado el Dr. Foster, mientras juego con ellas en mi boca miro hacia atrás y veo que ya había pasado más de un año y sus cuerpos seguían ahí.

 

 

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En el texto hay: misterio, locura, hospital psiquiatrico

Editado: 10.12.2022

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