Eran la una de la madrugada cuando la paciente J7 cayó rendida ante el sueño. Ya llevaba tres días sin dormir debido al miedo, pero al Dr. Foster se le ocurrió subir la dosis para hacerla dormir y experimentar su cerebro en las horas de descanso, según él hacia encontraría la cura a su malestar.
Al cerrar sus ojos se transportó al mundo tan ansiado por todo mortal, el mundo de Morfeo. Aunque para ella más bien era el mundo de Fobétor, no había sueños, era toda una mentira solo había pesadillas distintas, pero siempre con un mismo final, su inevitable muerte.
Esta vez estaba de vuelta en el patio de su abuela materna donde tantas tardes paso jugando junto a sus primos, las tardes de té con la abuela eran las mejores. Otra vez estaba sentada en esa silla de hierro y en frente estaba la abuela con su hermosa sonrisa, la anciana de pronto dejo de sonreír y con cara de preocupación le comenzó a hablar, pero ella no podía escucharle ni contestarle solo era capaz de verla mover los labios y sacudir sus manos como si estuviera discutiendo, se sentía inquieta por no tener el control ante la situación. Sus manos le comenzaron a picar y su espalda comenzó a sudar frio, eso solo podía advertir una cosa; se avecinaba su muerte.
El animal posó una de sus garras en el hombro de mi abuela, se inclinó sobre ella y le susurró, inmediatamente dejó de hablar y sus ojos se volvieron grises, en ese proceso mi audición volvió y pude escuchar huesos crujir, pasos detrás mío, niños riendo y una mujer gritando de sufrimiento. Esta situación se asemejaba mucho a mi realidad de niña… creo.
Su querida abuela se levantó y comenzó a abrirse el brazo en canal frente a ella, con sus propias manos lo estaba haciendo. Comenzó a pedirle a gritos que parase, pero esa pobre anciana no lo iba hacer, cuando la muerte susurra lamentablemente no hay escapatoria.
La sangre comenzó esparcirse por todos lados y la pobre niña de tan solo seis años bajo la cabeza y dijo.
— Haz que pare, por favor.
Una voz en su cabeza resonó y la niña supo que tenía que hacer, así como ocurrió aquella tarde de verano.
Saltó sobre su abuela, la tumbo en el piso y le clavó un cuchillo de cocina en la yugular, su sangre broto y mancho su vestido, quiso gritar, pero la niña no se lo permitió tapándole la boca con sus pequeñitas manos. Si la abuela gritaba iban a aparecer sus primos que estaba jugando justo detrás de ellas y la muerte solo le había pedido un alma a cambio de no soñar por un tiempo con ese maldito día en donde todo su mundo se desmoronó con tan solo cinco años.
La niña agarró una manta y la tapó para que sus primos no la vieran, a la noche ya la iban a llevar, misteriosamente los cuerpos siempre desaparecían cuando ella dormía.
Le dio un beso en la frente a su abuela y esta abrió los ojos, e hipnotizada en ellos se vio en su cuarto acostada y un hombre sobre ella asfixiándola con sus manos, intentaba sacarlo de encima suya, pero ¿Qué podría hacer una niña pequeña contra el gigante de su padre? No lo reconocía, sus ojitos llenos de lágrimas le miraban suplicando que la deje, pero ese señor no era su padre era un monstruo, su corazón se lo decía. Ya no podía respirar, sus ojitos se cerraron para siempre.
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