Era una noche cálida y estrellada, perfecta para salir al cine. Liliana y yo caminábamos por las calles desiertas, charlando animadamente.
—De verdad, Kaylin —dijo Liliana, empujándome ligeramente con el codo—, ya es hora de que tengas un novio. No puedes seguir sola para siempre.
—No es que quiera estar sola para siempre, Lili —respondí con una sonrisa—, es solo que aún no he encontrado al indicado.
—¿El indicado? —bufó ella—. Siempre dices eso. A veces me pregunto si realmente buscas a alguien o solo estás poniendo excusas.
—No son excusas —dije, mirándola con seriedad—. Solo tengo estándares altos.
—Bueno, ya es hora de bajarlos un poco —dijo ella, riendo—. El amor no siempre llega en un paquete perfecto, ya sabes.
—Es fácil decirlo para ti, Lili. Tú has tenido una lista interminable de novios —dije, medio en broma, medio en serio.
—¡Eso es porque no tengo miedo de arriesgarme! —replicó ella—. Si no arriesgas, no ganas. Y además, cada uno de ellos me ha enseñado algo. No estoy diciendo que te conformes con el primero que pase, pero tampoco te puedes quedar esperando eternamente.
—Lo sé, lo sé. Pero no es solo cuestión de encontrar a alguien. Tiene que ser alguien especial —dije, pensando en las veces que había salido con chicos que simplemente no me llenaban.
—¿Y qué tiene que tener ese alguien especial? —preguntó Liliana, curiosa.
—Pues... —comencé a enumerar en mis dedos—. Tiene que ser inteligente, divertido, comprensivo, apasionado, y por supuesto, guapo.
—¡Vaya! —dijo Liliana, riendo—. Parece que buscas a un unicornio, no a un chico.
—Tal vez —dije, riendo con ella—. Pero hasta que lo encuentre, prefiero estar sola.
Nos reímos juntas, pero había una parte de mí que sabía que Liliana tenía razón. Tal vez estaba siendo demasiado exigente, pero aún así, no quería conformarme con menos de lo que merecía.
Llegamos al cine, y me sorprendió ver que todavía estaba abierto. Eran las 10:40, y normalmente cerraban a las 10.
—Esto es raro —dije, mirando el reloj—. Siempre cierran a las 10, ¿verdad?
—Sí —respondió Liliana, frunciendo el ceño—. Pero bueno, estamos aquí, así que vamos a entrar.
Entramos y nos dirigimos al mostrador. No había nadie más en el vestíbulo, excepto el recepcionista, que nos miró con una expresión algo preocupada.
—Buenas noches —dijo él—. Lamento informarles que no pueden entrar. El cine ha sido alquilado por una persona, y él está dentro viendo una película.
—¿Qué? —exclamó Liliana—. ¡Pero hemos venido hasta aquí! Por favor, no haremos ruido. Solo queremos ver una película.
—Lo siento, pero estoy cumpliendo órdenes —dijo el recepcionista con firmeza—. No puedo dejar entrar a nadie. Ahora el cine le pertenece a otra persona.
Liliana se cruzó de brazos, claramente frustrada, pero el recepcionista nos ofreció una solución.
—Pueden sentarse aquí y mirar la televisión o algo —dijo—. Es muy tarde para que estén solas caminando por las calles.
Liliana y yo intercambiamos miradas. Sabíamos que tenía razón, así que aceptamos, aunque Liliana claramente tenía otros planes. Tan pronto como el recepcionista se distrajo con una llamada telefónica, ella me agarró del brazo.
—Vamos, Kay —susurró—. Vamos a colarnos.
—¿Estás loca? —le susurré de vuelta—. Nos van a atrapar.
—Él está muy ocupado en su celular para darse cuenta —dijo ella, arrastrándome hacia el suelo—. Solo miremos la película en silencio.
Nos arrastramos hasta llegar a la sala. Entramos y nos dimos cuenta de que había un chico sentado en el medio, el único en la sala. Tenía dos gaseosas y cuatro bolsas de palomitas, pero no estaba mirando la pantalla; estaba en su celular.
Nos sentamos en la última fila, tratando de no hacer ruido. La película ya había comenzado, pero yo apenas podía concentrarme, preocupada de que el recepcionista se diera cuenta de que no estábamos en el vestíbulo.
El chico en el medio era muy ruidoso. De vez en cuando se reía fuerte, luego volvía a mirar su celular.
—¡Qué gracioso! —dijo por cuarta vez para luego echarse a reír.
—Este tipo es insoportable —murmuró Liliana.
Después de unos minutos, justo cuando la mejor parte de la película llegaba, el chico recibió una llamada. Contestó y empezó a hablar con lo que parecía ser un amigo.
Liliana, sin poder soportarlo más, se levantó de repente y le gritó:
—¡¿Puedes callarte?! No nos dejas mirar tranquilas la película.
El chico volteó con una expresión confundida y colgó la llamada.
—¿Cómo entraron? —preguntó cruzando los brazos. Llevaba un terno, pero parecía demasiado joven para ser el dueño.
—Por la puerta —respondí nerviosa. Suelo decir cosas sin pensar cuando me pongo nerviosa, y sabía que mi respuesta no le había gustado porque el chico nos miró fijamente, y justo en ese momento, el recepcionista apareció en la puerta, con una expresión de temor.
—Llévatelas —ordenó el chico.
—Sí, señor —respondió el recepcionista, dirigiéndose hacia nosotras.
—Nos iremos —dije rápidamente, pero Liliana comenzó a gritarle al chico.
—¿Acaso no te enseñaron a compartir? Solo queríamos ver una película.
—Es *mi* cine —dijo él fríamente—. Pueden ir a otro si tanto desean ver una película.
—¡Este es el cine más cercano! —replicó Liliana, negándose a moverse de su asiento.
—Liliana, vamos —le dije—. De verdad, vámonos.
—No, Kay —dijo ella—. No te dejes vencer tan fácil.
Liliana se agarró con fuerza de la silla mientras el recepcionista trataba de sacarla. El chico, viendo la situación, le dijo al recepcionista:
—Si es posible, sácala con silla y todo.
—Lo siento mucho, ya nos vamos —dije, tratando de calmar la situación.
—Y se van a ir —dijo el chico—. Pero detenidas por agresión.
—¡Corre, Kay! —gritó Liliana, pero antes de que pudiéramos salir, el recepcionista se puso en la puerta.
Editado: 04.08.2024