El infierno empezó contigo

SPTIMO:

Por la amplitud de tu comercio se ha

llenado tu interior de violencia, y has pecado.

 

 

Halló a Lilith bajo el mismo árbol del jardín de rosas en el que le enseñó aquella versión de sí mismo. Su cabello rojo estaba atado en dos trenzas que realzaban los ángulos afilados de su rostro. Se arrodilló frente a ella, quién fingió estar más interesada en un tomo que en su presencia. Para llamar su atención Lucifer haló una de sus trenzas. Como los chismes de que el príncipe había sido rebajado a siervo de Rafael ya habían llegado a sus oídos, Lilith sospechaba para qué la quería. Aquél día bajo aquél mismo árbol habían intercambiado más que gemidos. Él había abierto su corazón a ella, la usó de desahogo en más de un sentido, contándole acerca de sus sentimientos por Layla y la confusión que sentía. A modo de respuesta Lilith le había planteado un proyecto: liberarse.

─Luzbel, agresivo, ¿podrías al menos saludar o tomarte la molestia de quitarte ese desagradable olor de encima? ─El ángel del amor arrugó la nariz─. Hueles a ella, descarado, no sé cómo planeabas mantenerlo oculto si cada centímetro de tu piel dice que le perteneces. Dile, por favor, que ya entendimos.

─Lilith... ─advirtió.

Estaba muy cansado para sus juegos.

─¿Vienes a aceptar mi propuesta? ─preguntó ella percibiendo su malestar.

«Mucho mejor», pensó con fascinación.

Esa mirada inteligente al lado de la seductora con la que se le había presentado le parecía infinidad de veces más atractiva. Podía hacerse la tonta, pero era astuta. Lucifer daba fe de ello. El que ella no se sintiera segura de contar su más oscuro secreto sino hasta después de que él hiciera lo mismo era evidencia de ello. Si hubiera hablado en su contra, Lilith hubiera hecho lo mismo y ninguno de los dos estaría mintiendo acerca del otro. Serían castigados por acciones, no por dar falsos testimonios.

─No ─respondió el querubín sin vacilación─. Vengo a llevarla a cabo. ─La ayudó a levantarse. Lilith lo hizo con gracia─. ¿Quiénes son los demás?

─Ven a verlo por ti mismo. Es más seguro que decirlo.

Lilith lo forzó a seguirla a través del laberinto de rosales sin abandonar su andar provocativo. Sin tener más remedio, Lucifer la comparó con Layla y terminó en la conclusión de que era una tarea imposible. No había punto en común. Con respecto a la reunión, tardaron media hora en hallar el centro sin haberse perdido ni una vez. Cuando lo hicieron se encontró tanto con quiénes menos pensaba como con los que ya daba por sentado: Samael, un ángel de la fuerza servido por millones, Mefisto, dotado con la lógica, el poeta Araziel y muchos más. Se estremeció al ver caras conocidas que sonreían sin ningún rastro de maldad, pero que por dentro morían por ser libres. ¿Cuándo se habían hecho tantos? Quizás su arrogancia no era con Dios, sino con sí mismo al pensar que era el único sintiéndose inconforme. Lilith lo sacó de trance dándole una palmadita en el hombro antes de dirigirse a la los brazos de Samael, quién la recibió con el beso en los labios que Lucifer le negó.

«Demasiado libre para pertenecer», recordó y entendió por qué no sirvió para Adán. Ella literalmente se lo habría comido vivo como una mantis.

─Espero que hayas encontrado un lugar para nosotros, puesto que eso fue lo que te pidió Lilith a cambio de un ejército. ─El príncipe alzó las cejas. Eran muchos, pero un centenar no podría contra los millones comandados por Miguel que los perseguirían. Estaban mal si realmente pensaban que podrían derrotarlos con una simple ofensiva. Muy mal─. Serás nuestro líder si logras guiarnos a un sitio seguro, Luzbel.

─Imagino que necesitas pruebas de que ese sitio realmente existe, ¿no?

Samael, el que parecía ser el comandante de todo aquello, asintió a la par que las puntas de sus alas se movían─. Así es. Antes de seguir tus órdenes debes darnos una prueba de que podemos confiar en ti sin miedo a la estafa, el mal liderazgo o el abandono.

Lucifer, que llevaba tiempo sin practicarlo, se acercó y tomó su mano. Ignorando el dolor que la intromisión del ángel le producía, le enseñó todo lo que necesitaba saber: la información que Daffodils le dio, su castigo por amar a Layla y se esforzó en transmitirle el mismo resentimiento que sentían hacia su objetivo en común. Cuando Samael acabó, una sonrisa de oreja a oreja adornaba su rostro de facciones pétreas. Su cara era la de un guerrero, no la de una obra de arte, pero merecía ser esculpida como lo merecía la más bella. Posteriormente se arrodilló ante él, movimiento que imitaron Lilith y los demás sin vacilar. Ciertamente hasta entonces Samael había sido su comandante. Si se inclinaba ante alguien más, era porque el verdadero rey había llegado a ellos. Porque había llegado el momento de avanzar en el tablero.




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