Había algo que no me gustaba con respecto a esa loca idea. Desde el principio tuve mis dudas sobre esta organización, sin embargo fuí acostumbrándome, no solo acostumbrándome, es algo inexplicable. Sentía que lo que hacíamos no era tan malo, que todo eso de alguna u otra manera estaba justificado, trataba de reprimir la culpa en mi interior por lo que en conjunto con esas personas estaba haciendo. Los gritos, los forcejeos, los pedidos de ayuda de personas siendo partidas por la mitad, aun estando vivas, todo eso ya no me causaba ningún daño mental, me había insensibilizado.
Yo no pedí estar aquí, yo no quería estar aquí, pero la necesidad de dar un sustento a mi hijo, su cara de felicidad al ver por primera vez en semanas un plato de comida digno de un niño de 8 años me hizo aceptar el trabajo, la segunda y hasta la tercera vez hasta que me acostumbre a ese ambiente.
Ordené a mi subconsciente no sentir lastima por las victimas que caían en las mentiras que les decíamos, y que con la esperanza de tener una mejor vida llegaban a nuestro poder. Esas personas que no volverían a ver a sus seres amados, no volverían a saborear un plato de comida, no volverían a caminar por la faz de este planeta... o al menos eso fue lo que creí, hasta este día.
Cuando el llego supe que había algo distinto, no parecía desesperado por dinero ni necesitarlo tampoco, su salud parecía perfecta. Era un muchacho de 22 años aproximadamente, unos cabellos con puntas puntiagudas caían sobre su rostro de tez blanca, unos ojos marrones extremadamente claros saltaban a la vista, su estatura seria de 1.75 aproximadamente, su cuello estaba adornado por un collar grueso y negro con una piedra dorada en medio, vestía un cárdigan largo y negro, botas negras, pantalones negros, un polo negro y una especie de guantes largos que le llegaban hasta la altura de los codos (también negros). Como dije un muchacho con una perfecta salud.
Todos lo vimos llegar y lo primero que esperábamos cuando lo acostamos en la mesa eran unos gritos de auxilio, inútiles por supuesto ya que estábamos como tres metros por debajo del suelo. Sin embargo el muchacho ni se inmuto.
Ni tampoco hizo nada cuando la cortadora empezó a bajar dispuesta a partir su perfecto cuerpo por la mitad. Era demasiado extraño, no parecía asustado ni nervioso, Cuando la cortadora estuvo a escasos centímetros de perforar su cintura inexplicablemente se detuvo. Mis colegas intentaron volverla a prender sin resultado, mientras tanto el muchacho miraba por todos lados, como si estuviera buscando a alguien en específico. Cuando finalmente se dieron por vencidos, decidieron continuar sin haber perforado su cuerpo, yo sabía que era lo que seguía a continuación.
Le estiraron el brazo y quitaron su extraño guante largo, debíamos de arrancarle los dedos. Ya que por alguna extraña razón ninguna de las maquinas que ahí teníamos servía, teníamos que hacerlo nosotros mismos. El proceso era sencillo, empezábamos por poner una estaca encima de la primera de las líneas horizontales que hay en los dedos y con un martillo descargábamos el golpe, el dedo debía de estar separado de la mano en un solo martillazo. Tenía que estar cortado simétricamente. Cuando hacíamos eso el hueso quedaba a la vista, al igual que la carne y arterias pequeñas que se podían observar perfectamente. Limpiábamos la herida de la mano y continuábamos así con cada uno de los siguientes dedos.
Para este proceso la persona ya debía de estar muerta, pero con el muchacho al parecer sería distinto. Sentí algo de lastima por él. Colocamos la estaca y cuando dimos el golpe la estaca se dobló por la mitad encima de su dedo. Todos quedamos anonadados, ¿quién era ese muchacho? Inmediatamente después el joven se levantó, quito sus manos de los grilletes de metal como si se tratara de romper un simple papel. Parecía que ya había encontrado lo que buscaba, de un salto cruzó hasta el otro lado de la habitación, y tomó con su mano derecha el cuello de uno de mis compañeros.
El cuello del hombre estaba siendo estrujado por el muchacho, él ya estaba a punto de cerrar el puño como si no hubiera nada en medio. Hizo un gesto como si tratara de arrancarle la cabeza con la otra mano, pero esto no fue necesario, ya que antes de que la mano izquierda llegara a su destino, la cabeza de mi colega salió disparada hacia arriba. Choco contra el techo y dio unos cuantos rebotes hasta quedar justo enfrente de mí.
Podía ver claramente como uno de sus ojos se había apartado de su lugar, estaba casi en el suelo, siendo sujetado únicamente por un pequeño y delgado ligamento que lo mantenía unido a la cuenca ocular. Mientras el otro derramaba sangre. Su rostro estaba totalmente morado y en lo que quedaba de su cuello habían unas marcas de dedos, los mismos dedos que ahora unos metros mas allá solo estaban sujetando un cuerpo sin vida, sin vida y sin cabeza. El muchacho parecía extrañado, ¿quizás pensaba que aguantaría más? Hasta yo me extrañe, su cabeza se desprendió de si solo en unos 4 segundos. El muchacho se quedó ahí parado sin hacer nada, al igual que las 13 personas que estábamos con él en la habitación. Nos mataría también a nosotros, nos ahorcaría, o aun peor ¿nos desmembraría?
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Editado: 21.04.2019