El Inicio Del Fin

CAPITULO 9

Matar, una palabra, cinco letras, dos sílabas, un significado. El arrebatarle la vida a alguien podía ser muy fácil para algunos, y una decisión muy complicada para otros.

Bend a sus ocho años, comprendía muy bien lo que conllevaba asesinar a un ser vivo. Quitarle la vida aunque sea por un bien propio a un animal, le resultaba inaceptable.

La vida solo es una, nunca más volverá. Si asesinas a alguien le estás quitando la oportunidad de vivir, una oportunidad que ese ser vivo jamás  volverá a tener. Esa era la perspectiva de Bend. A pesar de tener ocho años tenía muy desarrollada su forma de pensar.

¿Porqué el señor Jeremy quería asesinar al ciervo? ¿Y porqué no lo hizo si quería? ¿A dónde había ido ahora? ¿Qué eran esas piedras que tenía en la mano y abrían agujeros en el aire?¿Porqué lo salvó?

Habían tantas preguntas y ninguna respuesta.

Sentado bajo un árbol meditaba en todo eso, mientras observaba casi inconscientemente la punta de la daga.

Aún tenía algo de sangre seca.

La daga era negra en su totalidad, a excepción de los bordes plateados que tenía. Medía unos 14 cm aproximadamente, la superficie no era totalmente uniforme, lo cual indicaba que era usada con frecuencia.

Bend dudaba. No estaba seguro de que hacer.

—El señor Jeremy dijo que si mataba al ciervo volvería—pensó—pero si no lo hacía el no vendría por mí.

Bend volvió a ver sus alrededores. Un bosque espeso, verde y con árboles demasiado enormes. No sabía cual era el camino para salir, nisiquiera sabía si había una salida. 

Matar a un animal no era cosa fácil, sobre todo para un niño de ocho años. Además de eso Bend no había comido en dos días.
Antes de decidir que hacer buscaría algo de fruta.

Se levantó sacudió su pantalón, miró hacia la izquierda, luego a la derecha.

—¿Hacia donde voy?—pensaba.

Con toda su inocencia infantil dejó al azar su elección realizando un juego que le había enseñado su mamá.

—Tetin, marín, dedó, pingué. Pégale pégale que ella fué. Yo no fuí, fué teté, pégale pégale dedó pingué, marín, pingué, pégale dedó, marín...ay creo que así no era. No importa me iré a la derecha.

Bend caminó hacia su lado derecho. Mirando hacia arriba, trataba de encontrar alguna fruta que calmase su apetito. No sabía si esos árboles daban frutos, pero aún así los buscaba esperanzado con la mirada.

Luego de 20 minutos caminando finalmente encontró unos cuántos manzanos. Se alegró, ya que no tenía muchas fuerzas para seguir.
El problema ahora era cómo subiría al manzano. 
Miraba fijamente las manzanas mientras pensaba en como tomarlas. 
Finalmente se le ocurrió una idea.

Apretó la daga con todas las fuerzas que sus manos le permitían, se alejó un poco del manzano, tomó impulso, corrió hacia el árbol. Antes de llegar saltó y clavó la daga en la corteza del árbol. Quedó sujetado solo de sus manos. Se impulsó y trató de colocar uno de sus pies en la daga. Cuando estaba casi a punto de lograrlo la corteza se deprendió, dejando caer al niño.

Bend se levantó y volvió a repetir el procedimiento. Luego del intento número once finalmente logró su objetivo. Apoyó uno de sus piés en la daga y con sus manos comenzó a escalar el árbol. No fué muy difícil hacerlo cuando alcanzó las ramas.

Se sentó en una de las ramas y comenzó a comer cuántas manzanas pudo. Mientras comía, sus pensamientos lo comenzaron a invadir nuevamente.

—¿Porque las personas comen carne, si las frutas y menestras son suficientes para vivir? La gente es tonta, tonta y mala. Los animales también deben vivir. Pobrecitos.

Bend masticaba las manzanas disfrutando de sus sabor. Luego de haber comido manzanas por más de media hora se quedó dormido.

                   ◀◀◀            ▶▶▶

La casa seguía intacta. Lo cual no era de extrañar debido a lo minucioso que había sido Jeremy en ocultarla.

Se quedó observándola desde afuera unos minutos. Varios recuerdos volvían a su mente al ver la estructura.  Decidió entrar antes de que algún posible merodeador lo viése. Tuvo cuidado de no tocar ninguno de los coches que se encontraban alrededor de la casa. Para un simple extraño resultaría casi imposible entrar en ella. Los coches estaban colocados por fuera de la casa bloqueando la entrada aunque no lo pareciera.

Jeremy los había acomodado de tal manera que pareciése una fila de coches abandonados y atascados en la calle. Su posición parecía aleatoria y casual, la cual ocultaba su verdadero objetivo.

Los coches dejaban paso para que cualquier individuo pudiese pasar por aquella calle sin complicaciones. Pero si se atrevía a entrar a la casa la historia sería otra. Cualquier tipo de contacto con los autos resultarían en la explosión automática de ellos, eliminando así al intruso. 




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