Un pasado de felicidad
Un nuevo día iniciaba con una mañana fresca y soleada. Los vientos rutinarios de la estación, continuaban en su ciclo apropiado, dando casi por finalizado su estancia temporal por la llegada del invierno cercano.
Diversas personas en diversos lugares retomaban el inicio de un día diario ocupándose de sus deberes tradicionales: algunos saliendo de sus hogares para ir a trabajar, otros manteniéndose en casa terminando de prepararse para empezar otro día común.
La vida continuaba siendo igual al día anterior, todo sin ningún notable cambio: mismas dificultades, mismas alegrías y mismos logros; una que otra caída y momentos de ocio. Todo era tan normal en cada vida de cada persona, de cada pueblo y ciudad. En ningún lugar existía la alerta de un cambio drástico. Aún no lo existía.
—¡El desayuno! —Un grito prominente vino del interior de una casa.
Una casa de un piso superior, amplitud moderada; cómoda y habitable para cuatro personas. Una estructura de apariencia común igual al resto del tranquilo vecindario de un sector relativamente alejado de la abrumadora ciudad.
En el interior de la vivienda el ambiente desprendía una relajante calidez de cada habitación cómoda y espaciosa. El silencio solo era roto por distintos movimientos en lugares diferentes. En la cocina, una mujer de edad adulta temprana lucia fresca y activa, vestía de forma cómoda elegante, moviéndose de un extremo a otro terminando de colocar distintos platillos sobre la mesa. En una de las habitaciones del primer piso un hombre de un par de años más que la mujer terminaba de abotonar la camisa blanca, tomando por último un saco azul marino dirigiéndose de inmediato a las escaleras, escuchando fielmente a su esposa sin antes encontrarse en el camino a su hijo. Un niño de ocho años, vestido con el uniforme del equipo de béisbol que integraba junto a otros de sus compañeros.
Encontrándose con su padre, lo saludó siendo gentilmente respondido con una sonrisa y un rodeo del brazo del mayor hacia sus hombros. Bajaron juntos conversando de la práctica del menor que tenía ese día, preparándose para el partido siguiente en los siguientes días.
El primer piso ahora más silencioso solo era interrumpido por unos movimientos apresurados en otra de las habitaciones, ocasionados por una joven que se movía de un lado al otro, haciendo más de una acción en el proceso, colocándose un suéter mientras metía algunos cuadernos en su mochila, desatando los enredos de su cabellera castaña. Era tarde, demasiado tarde sino se apresuraba.
Estando casi lista en diez minutos empezó a entrar en pánico por uno de sus calzados desaparecidos.
—Maldita sea —se hinco en el suelo cubierto por la alfombra, buscando desesperada debajo de la cama una de las zapatilla negras con sectores blancos.
—¡Minerva, el desayuno! —Otro grito más de la parte baja indicó que debía apurarse o morir en el intento cuando su madre aparezca en la puerta arrojándole algún instrumento de la cocina por su tardanza.
Pero nada era su culpa. El sueño fue más pesado, los sueños mas vividos. Sueños en los cuales escapaba, escapaba y escapaba. Alejándose de algo oscuro que parecía que en cualquier momento se lanzaría atrapándola. Todo era confuso después.
—¡Voy! —Cambio la idea de ponerse las zapatillas preferidas cambiándolas por otras de aspecto más pulcro y el cual se ensuciaría al menor descuido por ser totalmente blancos.
Suspiro colocando el cuaderno de apuntes en la mochila saliendo ahora si de su habitación, lista para otro día más de una vida rutinaria.
Acelero los pasos bajando por las escaleras. Sabia que en cualquier instante su madre iba a hacer acto de presencia en su habitación y lo evitó a tiempo al poner un pie en la cocina, también evitó el regaño pero no la mirada desaprobatoria que le dio su progenitora al verla entrar por completo.
—Buenos días —saludó al resto de su familia ya desayunando.
—Buenos días, cariño —respondió sonriente su padre esperando como se acercaba hasta su derecha tomando asiento—. ¿Cómo amaneciste?
—Dormida —murmuró el más joven de la familia comiendo de su plato, ocultando una sonrisa.
La castaña de ojos iguales a su melena le dirigió una mirada molesta por agraviar el tema que intentaba hacer olvidar a su madre que enseguida, oyendo aquello, se dispuso a reprenderla.
—Es la cuarta vez esta semana, Minerva —observo con negación como su hija se taqueaba los alimentos—. ¿Crees que deba ir a levantarte con un balde de agua fría en las mañanas?
Ante eso abrió extremadamente los ojos con el miedo recorriendo sus facciones adolescentes. Trago con fuerza las frutas picadas mirando los iris idénticos que tenia su hermano y ella, completamente intimidada por esa pregunta.
Conocía a su madre, ella seria capaz de eso y más. A veces era muy extremista y en ocasiones… casi nunca, extricta, pero esto no significaba el ser mala. Todo lo contrario, su madre era dulce y comprensiva, ayudando con lo necesario a sus hijos, apoyando a su esposo; siendo un peldaño importante en la familia Arévalo.
—Mamá…
—Camil, no seas tan dura —interrumpió a su primogénita queriendo ayudarla—. De seguro fue un accidente el quedarse dormida, ¿verdad cariño? —Su respuesta fue nuevamente interrumpida por el mismo murmullo del menor.
—El cuarto accidente de la semana.
—¡Alejandro! —No evito el protestar al no lograr ser ayudada.
—Siempre estás defendiendo sus faltas, Marco —hizo ver la mujer terminando de comer y mirando también con desaprobación a su esposo—. Su impuntualidad ocasiona…
No termino de decirlo por un tono sonando de un celular, alertando al hombre de rasgos honrados sobre lo tarde que ya era.
—… esto justamente —continuó, levantándose tan rápido como el resto, reconociendo que ya era tarde.
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Editado: 20.08.2024