Tierras desconocidas
—“¿Escuchaste las últimas noticias? Sobre la fuga de los guerreros de Demetri.
—¿Los revelados traidores? ¿Esos simples Perros Convertidos?
—No, no. Hablo sobre los guerreros más cercanos a Demetri. Se dice que entre estos desertores está un General y… No me lo vas a creer, pero el Comandante de Demetri también se encuentra entre ellos.
—¡Imposible! No hay manera de que sea verdad lo que dices. Ese asesino jamás se apartaría de su amo. Su lealtad es tan grande que para demostrarlo le entregó una especie entera.
—Por esa fidelidad muchos dudan de que esta noticia sea verdad. Quien sabe si solo sean exageraciones…”
Perdiendo el interés en el resto de divagaciones, baje la cabeza, escondiendo mi rostro en la capucha que traía el saco gris largo que envolvía mi cuerpo.
Me alejé de la cabaña donde unos hombres sostenían una bebida caliente humeante, la cual ofrecía el interior del establecimiento.
Caminando con unas botas gruesas de cuero, oculté aún más mi rostro. Ocultándolo no solo para pasar desapercibida ante las personas que cruzaban por mi lado. No, también escondía mi rostro por las expresiones de desconcierto, confusión y cierto terror que debía enseñar.
Esa noticia… sobre una fuga de…
No, no podía ser verdad.
No debía serlo.
Llegando hasta un callejón vacío y sin salida, tiré de la capucha hacia atrás, respirando profundamente el aire limpio y frío. Necesitaba respirar.
Respirar antes de otro estúpido ataque de pánico.
Llegando incluso a quitarme los guantes y abrir el saco, permitiéndome más libertad. El sentimiento opresivo permaneció.
La molestia constante en mi pecho no se alejó.
No se iría.
No lo haría.
Frotando mi pecho sin notarlo, apoyé mi espalda en la pared y cerré los ojos unos segundos, tratando y fallando en no pensar en lo que acababa de escuchar.
No debía pensar más de lo necesario.
Eso no debía ser real.
Estaba bien estos días.
Estaba intentándolo todos estos días.
Y estaba bien.
Yo… estaba bien… Lo estaba… Lo...
El ardor creció y el nudo en mi garganta contradijo absolutamente todo lo que me repetía cada noche cuando estaba a solas, con esos terribles pensamientos susurrando y mi sentimientos aullando de dolor. Incluso dormir se volvió un martirio.
Todo lo hizo.
Unos pasos enterrándose sobre la blanca nieve, obligó a recomponer mi actitud. Y con eso me refería a quitar una lágrima que escapó, agachar la cabeza y simular entretenerme con la figura de un animal en los guantes de lana que sujetaba en una de las manos.
Kaled los había escogido antes de entrar a este terreno de frío, hielo y nieve. No me sorprendía que tuviera un diseño tan infantil en la parte superior. Lo sorprendente si fue la disponibilidad de Malcom para aceptar pagar por ellos, sin quejarse a comparación de su hermana en ese instante. Aunque ella acepto usar los guantes que mi amigo le entregó. Luciendo no tan enfadada por tener la silueta de un gato sentado, tejido en la lana.
—Tenía calor.
Tratando de conversar de otro tema, después de que se situara a un lado, solo observándome, fue la mejor idea que se me ocurrió.
—Por supuesto —asintió—Es muy lógico sentir calor en un sitio de tormentas de nieve, y también suena lógico que esa sea la razón de esas bolsas oscuras bajo tus ojos.
… No fue la mejor idea, sí. Estaba estúpida estos días.
Rehuyendo de su mirada, no respondí al golpe de palabras que lanzó. No podía contra ella en estos momentos, y no quería hacer esto ahora.
—No es el momento Leila —bajando los hombros, ocupé mi mente en los mismos guantes, admirando la silueta de un león sentado.
—Llevas repitiendo lo mismo hace diez días. ¿Cuándo cree prudente mi querida amiga hablar acerca del por qué abandonó a su querido Comandante? —presione los labios, respondiendo con el mismo silencio que venía después de alguna de sus interrogaciones, y con ello conseguí su irritación mayor—. Minerva Arevalo… —advirtió y yo ignoré la alarma.
—Deberíamos continuar —me coloqué los guantes— Tenemos… —A mi avance fuera de ese callejón, fue interrumpido bruscamente por su agarre en mi brazo, deteniéndome junto a ella.
Aun bajo su mirada dura, mantuve la mía al frente, donde pocas personas pasaban sin notar el ambiente agresivo en este lugar. El mismo ambiente del que ahora parecía que ya no tenía salida.
—No, Minerva. No iremos a ningún lado hasta que hables —Presionó de dos maneras.—. Tú, en este instante me explicarás por qué te vez como un muerto viviente. Y si no lo haces…
—¿Qué, si no lo hago? —Le di la cara, encontrándome con sus feroces iris plateados.
Un brillo destello en su mirada. El mismo que intérprete como reconocimiento de algo que ya vivimos antes.
Esta situación, era muy similar a la vez que secuestraron a Kaled. Esos días oscuros en los que me culpe por lo sucedido y actué casi de la misma forma que lo hacia ahora.
Y no solo eso. El día donde había hecho perder la paciencia de Leila. El día que nos enfrentamos en nuestra forma animal. El día que pude ver a su increíble Lobo de color crema y ojos dorados.
—Lastimosamente no puedo transformarme ahora. No estando en territorio tan peligroso —Recordó nuestra estancia. —Pero eso no significa que no haya aprendido a pelear a puño limpio. Así que… —ladeó el rostro sacudiendo algunos mechones sueltos del moño desordenado de su cabellera— ¿Deseas que te golpeé o empiezas a hablar?
Frunciendo el seño y estando segura de la decisión que tenia, abrí la boca para elegir la primera opción, pero…
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Editado: 20.08.2024