Aquel hombre torno sus ojos levemente y comenzó a analizar a Helena, reconociéndola al instante por aquel incidente en la plaza. Ella ya se recuperó del asombro causado por los rasgos de fantasía que tiene su contrario.
—¿Puedo ayudarte?— preguntó él con un tono serio y tajante.
—Si puedes... Mi nombre es Helena Brook, periodista del reconocido periódico Toronto Star, y me gustaría hacerle una entrevista, señor— respondió Helena, manteniendo su mirada, totalmente hipnotizada por su brillo escarlata —Claro, si se encuentra disponible.
Él estaba a punto de negarle su petición respetuosamente, pero todo se vino abajo cuando vio la hoja de metal que tiene en sus jeans, además, es la chica de antes... Sabe que no puede dejarla ir.
—Claro... Pasa.
Helena asintió y entró al hogar, tan extraño como el mismo hombre que la recibió, pero no podía quejarse, al fin y al cabo, ha logrado su objetivo, y no le cabe duda de que la historia de él, sea cual sea, ocupará una primera plana en la próxima edición. Aún así, no pudo evitar sentir algo de temor al ver cómo el corpulento hombre le ponía varios seguros a la puerta.
—Que bonitas...— se detuvo para buscar la palabra correcta para describir sus pertenencias —Reliquias.
—Gracias... ¿Quieres algo de beber?— Helena asintió mientras él se esfumaba por la cocina.
Ella no dejaba de observar los objetos que parecían sacados de película, armas, por ejemplo... Un sentimiento de incertidumbre comenzó a crecer en su interior, y son pocas las veces que falla su intuición... Pero ya es demasiado tarde para hacerse para atrás, ahora debe intentar sacarle las respuestas a sus numerosas preguntas.
—Tuvo que haber sido un viaje largo...— dijo él desde la cocina mientras comenzaba llenar un vaso de agua, pero antes de volver a la sala, vertió una especie de néctar sobre el agua, la cual se torno de un color verde muy claro, casi imperceptible.
—Si que lo fue— respondió ella mientras recibía el vaso de agua, pero al instante noto que algo no estaba bien con él.
—¿Podrías recordarme tu nombre?— pregunto. Ya se había sentado en el sillón de al frente, quedando a pocos metros de ella.
—Helena— ambos volvieron a clavarse las miradas, casi sin parpadear.
—¿Sabes que es de mala educación rechazar las ofrendas de las personas, Helena?— se detuvo a pensar un momento, y comprendió lo que estaba pasando.
—Creo que ya me tengo que ir, muchas por su tiempo y disculpe las molestias— se levanto tan rápido como pudo de su asiento en un intento estúpido de escapar, pero ya era demasiado tarde.
El se levantó de su asiento y en menos de un segundo ya estaba frente a Helena, bloqueando su paso. Ella no se lo pensó ni un segundo y desenfundo la navaja de su pantalón para después clavarla de un corte limpio en el corazón del contrario, quien permaneció quieto en todo momento, imperturbable, incluso cuando la sangre de su pecho brotó a borbotones. Helena retrocedió asustada, temblando, cayendo al suelo para seguir arrastrándose hasta llegar a la pared.
—¿C-como? No...— ignorando sus palabras y sollozos, el se acerco hasta ella, aun con el cuchillo clavado, y presionó con sus dedos el lugar exacto entre su clavícula y el cuello, bloqueando su arteria carótida, haciendo que caiga en un profundo sueño.
Mientras tanto, Kara seguía cayendo en ese vacío de decepción e inseguridad, estaba devastada, incluso enojada, pero consigo misma. ¿Cuánto tiempo lleva debatiendo con sus pensamientos en busca de una razón que explique sus sentimientos? Ni siquiera ella lo sabe, pero si sabe que necesita un cambio, y rápido.
Se levantó del suelo y se miró al espejo de su habitación con mala gana, "¿Qué pensarían ellos si te vieran así?" pensó Kara, refiriéndose a sus difuntos abuelos, quienes le enseñaron más de lo que puede recordar, y una vez más, se transportó al pequeño parque que tanto frecuentaba con ellos.
—¿Por que se tuvo que ir mi abuelito?— preguntó Kara en aquel entonces, cuando apenas tenía ocho años y la inocencia de una flor que no ha sido tocada por la mano humana.
—Está descansando, mi niña— en ese momento, ni siquiera pudo mirarla a los ojos —Siempre dio lo mejor de sí mismo. No le importaba que fuese un completo desconocido, él siempre les regalaba una sonrisa centelleante— se agacho sobre la fresca hierba de verano y tomó las manos de Kara entre las suyas —Nunca lo olvides, el arma es la sonrisa— en ese momento ella no tenía una, quizás por saber que ella también se iría pronto, pero aun así hizo el intento y le regaló una mueca ladeada.
—El arma es la sonrisa— repitió Kara, esta vez teniendo como paisaje su desastroso rostro y sus pelos rubios.
Sin pensarlo, agarró unas tijeras que habían sobre su tocador y comenzó a cortar su cabello hasta que este quedó a la altura de sus orejas, también se retocó un poco la capul y cuando vio el resultado final, solo pudo sonreír, sonreír como nunca lo había hecho. Entendió que es el momento perfecto para afrontar el cambio, es casi como si una persona nueva estuviera posando frente al espejo.
—Me pregunto que diría Hely— dijo Kara en voz alta mientras agarraba su teléfono para marcar el número que se sabe de memoria, pero luego de intentarlo dos veces, cedió, convencida de que probablemente lo esté pasando tan bien que ni siquiera se preocupa por cosas externas.
Si, claro.
Una fuerte tormenta despertó a Helena, quien comenzó a levantar su cabeza de su hombro con un bostezo, como si se acabara de levantar de su cómoda cama, como si todo lo que ocurrió hace dos horas fuera un sueño, pero se retracto de pensar eso al momento de verlo a él de nuevo, parado frente a ella de brazos cruzados. Intentó moverse por instinto, pero está completamente amarrada a una silla de madera vieja.
—¿Para quien trabajas?— preguntó, con tono exigente y severo, y con una cubeta llena de agua helada en su mano derecha.