Un sonido molesto comienza a interrumpir mi sueño. Entre sueños, escucho la voz de Lukas, quien parece estar atendiendo una llamada.
—Mamá, hola —dice con voz ronca mientras busca su celular en la mesita de noche—. Recién nos despertamos. Sí, se lo diré a Chris. Allá estaremos. Nos vemos.
Cuelga y se sienta en la cama, girando hacia mí con una sonrisa somnolienta.
—Nos invitaron a la casa de la playa —dice, pasando una mano por su cabello despeinado—. ¿Te animas?
—¡Claro! —respondo emocionada, desperezándome—. Será grandioso.
Nos levantamos de la cama y nos dirigimos directamente al baño para aprovechar el tiempo. Compartimos la ducha para arreglarnos más rápido, pero no faltan las risas cuando el champú le entra en el ojo.
—¡Ay, no puedo ver! —se queja Lukas, cubriéndose el ojo con una mano mientras se enjuaga apresuradamente.
—Vas a tener que manejar tú —dice con dramatismo, mientras toma una toalla para secarse el rostro.
—Amor, estás exagerando —le digo, rodando los ojos y tratando de contener la risa—. No fue para tanto.
—¿Qué clase de champú es este? —pregunta, fingiendo indignación.
—Es uno con extracto de cebolla para que me crezca el cabello más rápido —le explico mientras aclaro mi propio cabello.
—¿Cebolla? —dice, acercándose a oler mi cabeza con curiosidad—. Pero tu cabello no huele a cebolla.
—Obvio que no, tonto. Es solo el extracto, no el olor.
Él sonríe, negando con la cabeza, mientras termina de secarse. Salgo del baño y me pongo a buscar algo cómodo pero lindo para el viaje. Después de revisar varias opciones, elijo un vestido amarillo con pequeñas flores estampadas que es perfecto para el ambiente relajado de la playa.
—Siempre estás hermosa —dice Lukas mientras me observa, acercándose para darme un corto beso.
—Gracias, amor —le respondo con una sonrisa.
Él se pone una camisa blanca de lino y unos pantalones cortos de color beige, luciendo despreocupado pero impecable como siempre.
—¿Lista? —me pregunta mientras toma las llaves del auto.
—¡Lista! —digo emocionada, imaginando el sonido de las olas y la brisa marina.
Bajamos juntos y comenzamos a cargar el auto con lo que llevaremos al viaje. La emoción del día apenas comienza, y ya puedo sentir que será una escapada memorable.
—¿Quieres que paremos en la farmacia? —le pregunto mientras estamos detenidos en el semáforo. Lo miro de reojo, notando que sigue frotándose los ojos, probablemente aún incómodo por lo del champú.
—Está bien, puede que me ayude —responde, con un ligero encogimiento de hombros.
No tardo en encontrar una farmacia cercana. Me estaciono y entro para pedir unas gotas. La señora en el mostrador me atiende con amabilidad, escuchando mi explicación de lo que ocurrió en la ducha. Me entrega un frasco y me indica que Lukas debe aplicarse dos gotas en cada ojo para aliviar la irritación.
Regreso al auto y le paso el pequeño frasco.
—Amor, tienes que ponerte dos gotas en cada ojo —le digo mientras subo.
Lukas toma el frasco, lo mira por un segundo y luego me lo devuelve con una sonrisa que no puedo resistir.
—¿Me las puedes poner tú?
—Claro —suspiro, con una mezcla de diversión y resignación.
Lukas se recuesta en su asiento, inclinando la cabeza hacia atrás, mientras yo me acomodo para aplicar las gotas. Pero justo cuando la primera gota está a punto de caer, cierra los ojos rápidamente, haciendo que la gota termine en su mejilla.
—¡Lukas! —le doy un pequeño golpe en el brazo—. Mantén los ojos abiertos.
—¡Lo siento! —ríe nervioso—. Es un reflejo, no puedo evitarlo.
—Pues contrólate, ¿sí?
Finalmente, logro ponerle las gotas, aunque no sin esfuerzo. Él se frota los ojos ligeramente, como si aún estuviera procesando la sensación extraña, pero al menos ya parece más aliviado.
—Gracias, doctora Chris —bromea, cerrando el frasco y colocándolo en la guantera—. Eres toda una experta.
—Lo que hago por ti —respondo, fingiendo dramatismo.
Antes de que encienda el motor, Lukas me detiene con una sonrisa.
—Creo que deberías seguir conduciendo tú. Lo haces muy bien, y además estoy disfrutando que me lleven.
—¿Eso es un cumplido? —le pregunto, alzando una ceja.
—Más que eso. Eres increíble al volante. Estoy pensando en seguirte prestando mi auto.
Sonrío con un toque de satisfacción mientras vuelvo a encender el auto.
—Mis papás probablemente me regalen uno para mi cumpleaños —digo con emoción mientras me incorporo a la carretera.
—¿Un auto? ¿Ya sabes cuál?
—No exactamente —me encojo de hombros, sin apartar la vista del camino—. Ni siquiera me han dicho que me darán uno, pero lo presiento. Ellos saben que lo necesito si voy a vivir aquí.
—Bueno, mientras tanto, puedes usar el mío.
—Tu auto es genial, pero quiero uno propio —respondo con una sonrisa.
Lukas asiente, apoyando su codo en la ventanilla mientras me da indicaciones ocasionales. La conversación fluye ligera, y antes de darnos cuenta, hemos llegado a la casa de la playa mucho más rápido de lo que esperaba.
—¿Ves? Te dije que manejas increíble —dice con admiración cuando apago el motor.
—¿Verdad que sí? —lo miro con una sonrisa triunfante—. Admito que disfruto mucho conducir, especialmente a esta velocidad.
—Lo haces perfecto, amor —responde con una sonrisa, inclinándose para darme un beso rápido.
El viaje ya había empezado bien, y ahora estaba segura de que el resto del día en la playa sería igual de maravilloso.
La madre de Lukas abre la puerta con una sonrisa radiante, y antes de que podamos decir algo, nos envuelve en un cálido abrazo. Su entusiasmo es contagioso, y no puedo evitar sentirme bienvenida de inmediato.
—¡Al fin llegaron! —exclama mientras nos guía hacia adentro.
La casa es un sueño. Las paredes de un suave color azul combinan perfectamente con el ambiente playero, y los detalles en madera clara aportan un toque acogedor y elegante. Hay fotografías familiares decorando algunas mesas, y un ligero aroma a sal marina se cuela por las ventanas abiertas.