Varios cazafortunas habían formado un plan, necesitando reunir a varios hombres para tratar de saquear lo que pudieran del jardín de la inocencia. Muchos lo hacían por las riquezas o para darle un mejor futuro a sus familias. Es así que esta campaña logró reunir un total de más de 300 cazafortunas, los que se contaban familias enteras, como hombres, mujeres, algunos jovencitos y ancianos.
El plan era sencillo. Sabían que dé lugar en lugar, el Guardián del jardín sólo tardaba un par de segundos al moverse por toda la extensión del terreno para impedir un ataque. Pero si este ocurría de manera masiva en distintos puntos, son kilómetros de distancia entre ataque y ataque, y el Guardián tardaría mucho más en dar muerte a los hombres hasta llegar al siguiente punto de invasión. Estos segundos, eran suficiente para que muchos puedan conseguir objetos que se encontraban cercanos a los límites del jardín, cómo plantas, hojas o piedras. Algunos desdichados perecerían a manos del Guardián, pero otros, lograrían obtener el botín, así que todos esperaban que la fortuna estuviera de su lado.
El atardecer daba su última luz y todos ya estaban en posición viendo cuál sería su recompensa que deberían obtener rápidamente. La señal sería cuando el sol se oculte y masivamente ingresarían en sus 200 km de extensión.
Clara se encontraba al lado de una fogata junto con Aeolus comiendo tubérculos asados.
— Me gustaría comer castañas asadas y acompañarlas con miel de árbol – comentaba Clara.
— ¿Quieres que busque? — se lo preguntaba Aeolus mientras comía uno de los tubérculos.
— ¡No! es mi idea, yo iré a buscar y no te daré ninguno — Clara lo dice de manera juguetona y le regala una sonrisa antes de marcharse en dirección hacia la arbolada.
Aeolus se sentía feliz al volver a ver esa sonrisa en Clara. Pronto sus pensamientos desaparecieron y mira al horizonte, su instinto le decía que el peligro se acercaba. Cuando el sol se ocultó, sintió que un intruso cruzó los límites del jardín e inmediatamente se dirigió al lugar, llegando en un segundo y dando el primer corte, pero al realizar esta acción, sus alarmas aumentaron, puesto que en varios lugares con cientos de kilómetros de distancia ingresaban más intrusos de manera masiva. Aeolus duplicó su velocidad y se sobre exigió para cumplir con su misión.
Después de un momento, al correr de lugar en lugar, blandir su espada y dar muerte a los intrusos, ya estaba muy cansado, algunos los lograba detener apenas ingresaban una parte de sus cuerpos, otros en cambio, les daba muerte cuando lograron conseguir algún objeto y regresaban para salir de la línea roja. Aeolus sentía el olor de la sangre que caía sobre su cuerpo y lo salpicaba, con cada corte que lanzaba, más lo impregnaba y esto lo comenzaba a ahogar.
Aeolus no sabía a cuánto había aniquilado, perdió la cuenta al llegar al 100 y debía continuar. Sangre no era lo único que le salpicaba, también destajos de piel, algunos miembros, fluidos corporales que el Guardián no tenía intención de imaginar de dónde provenían. Se había vuelto un arma de licuar humanos y lo peor que, como parte de su misión, era limpiar y sacar a los cadáveres fuera de los terrenos del jardín de los dioses, para así no contaminar la pureza del lugar. Ya sabía Aeolus que sería una muy mala noche.
Al terminar de dar el último golpe, todo acabó, ahora el Guardián debía limpiar rápidamente y expulsar a los cadáveres, pero esta acción lo hacía más lentamente, puesto que la energía que utilizó lo tenía en extremo agotado, pero a su vez estaba satisfecho. Si bien, varios lograron escapar con objetos, todos estos eran de poco valor, puesto que no consiguieron semillas, flores o un animal, sólo hojas y rocas. Aeolus debía darse prisa, para que los animales y mucho menos Clara, vieran la carnicería que ocurrió ahí, además debía limpiar sus ropas y tomar un baño.
Mientras estaba arrojando miembros cercenados fuera del haz de luz rojo, siente un gemido detrás de él. Al voltearse para mirar de dónde provenía el sonido, su corazón se detuvo y por el asombro soltó su espada. Clara se encontraba detrás de él, gimoteando asustada, con los ojos perdidos por el terror, con salpicaduras de sangre en el rostro y prendas. Ella lo había visto todo.