Jacinto tenía 26 años y le encantaba la natación. Venía de un lugar alejado a aquel poblado de nubes grises. Jacinto brillaba en muchos aspectos ya que era diestro en las matemáticas, hábil para los deportes y sumamente atractivo. Su cabello era como el oro pulido y sus ojos verdes como dos esmeraldas muy bien resguardadas debajo de aquellos párpados soñolientos. Recibió el cargo de maestro suplente de la escuela secundaria. Jacinto amaba las flores y sabía cuidar de ellas.
Su pasión era la psicología por sobre todo lo demás. Le encantaba mirar a las flores y saber lo que sus pequeñas cabecitas pensaban con exactitud. Sabía cuándo las florecitas tenían problemas con sus padres o cuando entre ellas se odiaban a muerte por algún amorío tonto. Jacinto podía saberlo en la forma en que se dirigían unas a otras y pudo ver la sombra que cubría a una rosa negra al fondo del salón, que siempre miraba por la ventana. Jacinto sonrió y pensó en ayudarla. Jacinto amaba las flores y sabía cuidar de ellas.
Jacinto estaba a prueba y solo por un rato en aquella escuela ya que la maestra que daba la clase de matemáticas se encontraba parturienta. Las florecitas eran amables pero como siempre delicadas y debía de tenerse cuidado con las palabras y los gestos, no fuera que se provocara algún accidente. Jacinto amaba las flores y sabía cuidar bien de ellas.
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Editado: 15.07.2020