Caí de rodillas con un dolor punzante en la nariz. Por un momento el mundo enmudeció. No podía respirar. Toqué mi rostro y mis dedos se llenaron de sangre. La habitación dio vueltas hasta que poco a poco el bullicio regresó a su volumen original y el lugar dejó de girar. La gente seguía chiflando y maldiciendo en todas direcciones. Se aventaron unos contra otros y se aplastaron contra las paredes.
De pronto la gente se detuvo en seco. Como si fueran un grupo de extraterrestres y la nave nodriza llamara de vuelta a casa, se quedaron inmóviles y dirigieron sus miradas pérdidas hacia donde yo me encontraba. Tan rápido como había llegado el caos, regresó el orden y el silencio fue la nueva constante.
Una mano se posó en mi espalda. Al mirar arriba, encontré el rostro resplandeciente de Ángela. Voito, el hombre de barba colorida me ayudó a levantarme. Me escurría la sangre por la barbilla y goteaba sobre la playera salpicada de chocolate aún caliente.
‒¿Dónde está Sandi? ‒balbuceé tratando de controlarme el sangrando.
Me limpié el labio y levanté aún más el rostro para evitar manchar el piso.
‒¡Jiro! ‒escuché un grito entre la gente.
Sandi salió entre la multitud y me abrazó. Traía puesto un vestido rojo, su chamarra de panda y un paliacate negro.
‒¿Estás bien? ‒preguntó, sacó de su bolsillo un pedazo de papel y me lo dio para controlar el sagrado.
‒¿En dónde estabas, Sandra? ‒interrogué levantando la cabeza.
‒Relájate, Jiro. Me desperté temprano y me mandaron a ayudar en la barricada ‒dijo Sandi ‒. ¿A ti qué te pasó?
‒No sé ‒murmuré con el pómulo enrojecido ‒. No tengo ni idea.
Incliné el rostro y vi una figura celestial a contraluz. Ángela se acercó, me tocó el pecho y levantó la mano pintada de carmesí. La gente al instante cerró los ojos y pegó la barbilla al pecho.
‒¡Sangre! ‒gritó Ángela mostrando su palma enrojecida ‒. Golpes, luchas y odio. Eso veo aquí. La tristeza y el pecado. El dolor y la desdicha. No veo humanos, veo animales. Estoy... decepcionada, pero no de ustedes, hermanos y hermanas. Estoy decepciona de mí por creer en ustedes. Estoy completamente desgarrada ante esta situación. Pensé que la caída de San Padua nos habría demostrado algo. Pensé que habríamos aprendido algo. Pensé que entenderían los errores del humano. Que cambiarían. Veo que me equivoqué. ¿Alguno de ustedes recuerda cómo eran las cosas allá afuera antes de que creáramos este edén? ¿Recuerdan la amargura? ¿Los funerales sin cuerpos? ¿Recuerda el no poder relacionarte por miedo a amar y perder nuevamente? ¿Ya olvidaron el dolor? ¿Los gruñidos? ¿A los monstruos? ¿Acaso, hermanos y hermanas, ya olvidaron el hambre? No se confundan, allá afuera moriríamos antes de cruzar la calle. Se están acostumbrando al privilegio y a vivir como en el pasado. Si seguimos así, vamos a estar del otro lado antes de lo que imaginan, tratando de alimentarnos del humano, sin descansos, pecando eternamente.
Ángela se movió entre la gente. De vez en cuando acariciaba la cabeza de uno de sus seguidores o se plantaba un beso en los dedos y se lo dejaba en la nariz a alguien.
‒Recuerden, separados no somos nada. Por eso la importancia de la comunidad. De ser una fuerza imparable. Solamente juntos podemos sobrevivir... ¡Terrible! Pierden la relación del bien y el mal por un poco de viento. Si entramos en el caos perderemos todo lo que nos ha costado tanto trabajo lograr. Si eso pasa, esta bella comunidad de Tersevesi será historia al igual que hoy lo es San Padua. No se confundan, San Padua era una ciudad de pecadores y nosotros fuimos parte de ella. No lo olviden. Nosotros pecamos. Sobrevivimos sólo porque se nos dio la oportunidad de redimirnos. Eso no significa ser perdonados. No. Hay que rendirse ante el dolor. Es nuestro trabajo pagar los actos barbáricos que se hicieron en el pasado. ¿Y cómo lo hacemos?
‒Mediante el dolor ‒dijo una persona al fondo.
‒¡Exactamente! ‒contestó Ángela en un tono alegre. La gente abrió los ojos y la miró atentamente. Ángela cruzó las manos por detrás de su espalda y siguió recorriendo las filas de sus súbditos ‒. El dolor. Este no es un nuevo mundo y no es el fin del anterior. Es una oportunidad. Se nos ha otorgado la redención. No estamos aquí para que buscar lo que no teníamos, sino para apreciar lo poco que nos queda. No estamos aquí para que nuestras emociones estén a flote, sino para que aprendamos a controlarlas. Este es el purgatorio. ¡Sólo bajo la calma no nos encontrarán durante la noche!
‒¡Bajo la calma estaremos escondidos! ‒contestaron todos con júbilo.
‒Y escondidos permaneceremos ‒respondió Ángela.
‒¡Escondidos permaneceremos! ‒repitieron todos con los brazos levantados.
‒Tenías razón, Jiro ‒susurró Sandi en mi oído ‒. Son las personas más cuerdas del mundo.
‒Para aquellos a los que les toca descansar antes del anochecer, vayan al piso de arriba ‒continuó Ángela ‒. Suban y relájense, los encargados de cocina les llevarán bebidas calientes y cobijas en un momento. Aquellos que sus trabajos se vieron afectados por el clima, por favor, diríjanse al comedor para apoyar a Sefi en cocina. Mantengan la calma, si no encuentran a una persona, busquen a Voito, él siempre puede ayudarlos. Lo más seguro es que si no encuentran a alguien, esté apoyando afuera. Algunos valientes compañeros, se ofrecieron a ayudar a colocar protecciones en el campo de calabazas para que nuestros estómagos no sufran de hambre. Otros están asegurando las tiendas de campaña para brindarnos un buen descanso y hay quienes se encuentran reforzando la barrica para mantenernos protegidos. Todos estamos bien. Estamos seguros. Las personas que se vieron involucradas en los dos conflictos violentos quédense aquí para que lo arreglemos. Prepárense, hermanos y hermanas, el anochecer se aproxima.
Ángela dio tres aplausos, la gente subió la cabeza y caminó entre murmullos hacia donde los habían dirigido. El pedazo de papel que me había dado Sandi ya estaba empapado. Me limpié la barbilla con el cuello de la playera y Ángela se acercó. Detrás de ella aparecieron dos personas. Una de ellas era el hombre que me había golpeado.
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Editado: 07.03.2024