El jardín de los secretos

1- De aquí a diez años

Los gritos en la habitación de al lado me hicieron despertar, había olvidado lo que estaba soñando, desperté con lágrimas en los ojos y un dolor muy profundo en el corazón, ¿Qué estaba soñando?..., seque mis lágrimas y aun se oían esos gritos entre susurros traspasando las paredes, se hacían más y más fuertes, me levante de mi cama y coloque mi oído en la puerta de mi habitación para oír mejor, la nieve azotaba con fuerza la ventana y el viento helado era lo único que silbaba en la oscuridad helando el lugar metiéndose por los huecos de la ventana tratando de silenciar las palabras que se colaban por mis oídos con intensidad y dolor en el pecho.

—¡ESO NO IMPORTA TOM, ELLA TIENE QUE SABER, ESTAMOS EN PELIGRO, ¡NO ME IMPORTA QUE PIENSE TU PADRE! — gritó mi madre con intensidad.

Me tape los oídos, una parte de mí decía que debía ir a la cama y dormir, pero la otra parte me decía que me quedara a oír lo que tenían que decir, que era importante y que necesitaba saberlo.

De un momento a otro se dejaron de oír los gritos, afuera solo se podía escuchar los pequeños copos de nieve chocando con la ventana y el silbido del viento, mi caja musical comenzó a sonar, el pequeño tintineo de los engrandes haciendo sonar la melodía me relajaba.

Me levante del piso y camine al ritmo de la canción hasta donde se encontraba la cajita, en el centro la pequeña niña de porcelana danzaba con lentitud acompañada de los pequeños conejos observándola bailar, el suave y delicado detalle de cada uno de ellos le hacía más que hermosa, mística, y con una historia melancólica por detrás.

El sonido de la cajita dejo de sonar anunciando el final de la melodía, tras el pasillo las uñas de un animal hacían crujir la madera, un olor fétido a podrido se hacía cada vez más intenso e inundaba mis fosas nasales con brusquedad, tape mis boca y nariz con mi ante brazo y camine con lentitud hacía la puerta, una sombra enorme se asomaba bajo esta, el jadeo del animal me hizo detener, un escalofrió recorrió mis espalda como advirtiéndome de que me alejara y me escondiera enseguida, no podía moverme el miedo me lo impedía y el olor se hacía cada vez más intenso, rasguños lentos comenzaban a sonar en mi puerta tratando de decirme que quería entrar.

—¡ALEJATE DE MI HIJA! — advirtió la voz de mi madre a quien estuviera tras la puerta —¡HEIZEL ESCONDETE! — obedecí.

Sonidos a cuchillos comenzaron a sonar tras el pasillo, los ladridos y gruñidos de un perro peleando me hicieron templar, corrí bajo mi cama y tapé mi boca, cerré los ojos con fuerza mientras oía vidrio y madera romperse, podía oír los azotes en las paredes y los cuchillos chocando entre sí tratando de derribarse el uno al otro, los gritos de mi madre me hicieron temblar y llorar al mismo tiempo, se podía escuchar el dolor en sus gemidos.

Los chillidos de un perro herido comenzaron a resonar por toda la casa hasta que no se escucharon más, los cuchillos dejaron de sonar al igual que los gritos y vidrios rompiéndose, ahora solo se oía el viento gélido entrar por las ventanas rotas.

“Heizel”

Pude oír mi nombre a lo lejos, alguien me llamaba, pero no podía ver quien era, se había presentado casi como un susurro en mis oídos.

“Heizel”

Llamaron de nuevo, limpié mis lágrimas y salí de debajo de la cama con lentitud, busqué por fuera de mi ventana, en la nieve blanca pude distinguir manchas negras dirigiéndose al bosque oscuro, las luces se habían apagado y el silencio se hacía cada vez más tenebroso

—¿Mamá? — llame con miedo.

—…— sin respuesta —¡MAMÁ! — grite con fuerza, al instante tape mí boca como sí eso me protegiera del peligro que sentía.

No entendía nada, todo era confuso y borroso por las lágrimas que se precipitaban en mis ojos.

“Heizel”

Volvieron a llamar, la cajita musical volvió a sonar de nuevo, corrí para apagarla sin excito, la canción no paraba y me desesperaba más, mis fosas nasales se llenaban de mucosidad y yo inhalaba con fuerza para evitar llenarme de ello, las lágrimas llenaron mis ojos en desesperación.

—apágate por favor— susurre.

Comenzó a crujir la madera dejando en claro que alguien se acercaba.

—mamá— volví a susurrar.

—Heizel— hablo la voz de un hombre joven.

Tire la cajita musical haciendo que se apagara, la pequeña niña de porcelana se deslizo por el suelo hasta la otra punta de la habitación en la esquina más oscura, los pasos dejaron de sonar y con dificultad pude distinguir una silueta negra parado en aquella esquina de la habitación donde estaba la pequeña niña observándome, comencé a soltar pequeños chillidos, tape mi boca y las lágrimas resbalaron con rapidez, pegue mi espalda a la pared fría y contemple como la silueta de una persona comenzaba a salir de esa oscuridad que lo envolvía para que la luz tenue de la luna recién salida de la tormenta pudiera dejarme verle.

Cerré mis ojos con fuerza mientras apretaba mis manos en mi boca silenciándome a mí misma.

—¡HEIZEL! — chilló mi madre mientras abría la puerta con fuerza.

Abrí mis ojos, la luz de mi habitación estaba encendida, frente a mí no había nada más que el espejo, y en mis pies descalzos descansaba la pequeña muñequita de porcelana, mi madre sostenía la puerta, sangre salida de su cabeza y heridas horribles asomaban en sus brazos y piernas.

—¡Mamá! — solloce.

Corrí con rapidez para luego ayuda a mi madre a descansar en el frío piso.

—¡¿y papá?! — pregunte mientras lloraba y buscaba por el pasillo una señal de él.

—No Heizel— ordenó mi madre con dificultad mientras sostenía su estómago.

—debemos irnos— indicó con dolor —no hay mucho tiempo, ellos vienen— agrego con una expresión de sufrimiento en su rostro, sus heridas sangraban y mi miedo crecía.

—¿Quién viene mamá? — pregunte temblorosa.

—no tenemos tiempo, ve a tu armario, toma un abrigo y ponte los zapatos, tenemos que irnos—



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En el texto hay: juventud, amor tristeza, relatos de vida

Editado: 26.04.2021

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