Kennet
Un año y medio después…
Pise el acelerador al máximo haciendo rugir el motor, pero aun así el semáforo cambio a rojo. Golpeé el volante y suspiré.
Acababa de salir de la oficina y tenía exactamente cinco minutos para llegar al restaurante mexicano, el cual quedaba a quince minutos de distancia.
Mi teléfono sonó, rápidamente contesté al ver que era Sara.
– ¿Kennet, traerás mis burritos? –preguntó Sara con voz nasal. Mierda, había estado llorando.
–Amor, dudo que alcancé a llegar…
Inmediatamente se escucharon sollozos provenientes de Sara, haciéndome sentir como una basura.
–Kennet, los quiero –lloriqueo.
–Cariño no llores, por favor. Iré de igual manera, pero no sé si llegue a tiempo.
Ella sorbió por la nariz –Si no traes mis burritos, esta noche duermes en la casa del perro –amenazó y cortó la llamada.
¡Joder! Sara últimamente estaba muy cambiante en sus estados de ánimo, había días en donde estaba muy melosa conmigo, y todo era felicidad, pero al día siguiente me mandaba a la mierda por cualquier motivo y andaba con un humor de perros.
Sin embargo, en general todo entre nosotros estaba de maravilla. Desde que le había pedido matrimonio vivíamos juntos y tres meses después de la ceremonia nos mudamos a una casa mucho más grande, la cual era nuestro hogar actualmente. Incluso teníamos un perro, que había sido regalado a Danielle por parte de Giancarlo.
Sara seguía siendo mi secretaria, y el trabajo se había vuelto más divertido al haber recuperado la confianza entre nosotros, muy por el contrario de lo que muchos pensarían sobre tener a su pareja a todo momento contigo. Yo sinceramente lo disfrutaba, era fantastico poder tener a raya a cualquier hombre que se quisiera propasar o se hiciera el lindo con mi mujer.
Estacioné el auto de mala manera, me bajé y corrí hacía la entrada del local. Justo como imagine, los vendedores se encontraban ordenando las mesas, listos para retirarse.
–Señor, ya cerramos –aviso un hombre moreno.
–Por favor, necesito de su comida –supliqué.
–Lo lamento, cerramos hace minutos.
Puse mis manos sobre sus hombros –Es para mi esposa y no puedo fallarle, ayúdame hombre.
Vi duda en la mirada del chico, lo que me dio un poco de esperanza.
Una chica se asomó por el mesón y dijo –Mark, aún quedan ingredientes para unos burritos más.
Miré al moreno con una sonrisa y lo solté.
–Eso es perfecto, quiero todos los que alcancen.
Después de esperar unos minutos y dejar una gran propina por las molestias que había ocasionado, ahora sí que estaba listo para ir a mi hogar.
Esperaba que con toda la comida que llevaba pudiera satisfacer a mi hambrienta esposa.
En cuanto llegué, saludé a los guardias de seguridad que custodiaban el portón y me adentré por el largo camino de roca rodeado por álamos. A Sara y a mí nos gustaban los espacios amplios al aire libre, por lo cual la casa contaba con un enorme jardín lleno de flores y con mucho espacio para que Danielle pudiera jugar.
De inmediato metí el coche en el garaje y entré por la puerta que daba hacía uno de los pasillos de la casa. Ésta se mantenía en silencio y solo se oían mis zapatos resonar contra las baldosas de mármol. Todos dormían.
Sintiendo el cansancio del día apoderarse de mi cuerpo, bostecé y pasé a dejar mi maletín a la oficina. Mi cuerpo dolía, en consecuencia de pasar tantas horas sentado frente a mi computador, analizando contratos, vigilando el valor de acciones y viendo un montón de cosas netamente administrativas de mi empresa. Necesitaba vacaciones y como Sara no se había estado sintiendo bien últimamente, creo que nos las merecíamos.
Subí las escaleras y pasé directamente a la habitación de mi princesa. Todo su cuarto estaba pintado de color rosa y llena de artículos de la marca de muñecas Barbie. No había lugar en donde mirar donde no hubiera un objeto sobre esta famosísima muñeca. No sé si era una etapa, pero mi hija estaba obsesionada con estas muñecas y todos sus accesorios.
Camine a paso lento hasta llegar a la cama. Danielle parecía un angelito entre las sabanas y cojines blancos. Me agaché, despeje las finas hebras de cabello rojizo que caían sobre su rostro y bese su frente. Ella aun durmiendo, entrelazo sus pequeños brazos alrededor de mi cuello y para no despertarla la apegue más a mí. Solamente fueron unos instantes en los que pude sentir los latidos de su corazoncito, sin embargo, en mi pecho siempre se instalaba una sensación maravillosa cuando eso sucedía.
Amaba ser padre y jamás podría dejar de sentir agradecimiento por Sara, por el hecho de traer a nuestra niña a este mundo y de protegerla en los momentos que yo no estuve con ellas.
La parte del pasado tormentoso que compartíamos había quedado en donde pertenecía, y nunca solíamos hablar de ello, pero no por eso yo lo había olvidado y dudo que Sara lo haya hecho. En realidad, a veces solía torturarme recordando lo imbécil que fui.
Sacudí mi cabeza y salí juntando su puerta. Mientras caminaba a mi habitación solté el nudo de la corbata que comenzaba a asfixiarme, sin dejar de sostener entre mis manos la bolsa con comida.
Sabía que mi esposa estaba hambrienta y extremadamente sensible, probablemente por estar cerca de la fecha de su menstruación, pero nada me preparo para lo que estaba a punto de ver. Sara lloraba mientras en sus manos tenía una olla llena de arroz con una salsa naranja, la cual creía que era mostaza ¡A ella ni siquiera le gustaba la mostaza! Alternaba comiéndose una cucharada directo de la olla y después sorbía su nariz con un pañuelo.
–Nena –susurré acercándome lentamente.
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Editado: 17.08.2021