El Juego de los Eternos. La maldición de los Lycans

Epílogo: Herederos de la Luna

Años después…

El bosque había cambiado.

Donde antes hubo ruinas y silencio, ahora se alzaban torres vivas de piedra y madera.

Donde reinaba la soledad, ahora se escuchaban risas, cantos, aullidos.

La Tierra de los Lycans había renacido.

En lo alto de la colina sagrada, dos figuras observaban el amanecer.

Un joven de mirada dorada y sonrisa feroz, con el porte exacto de su padre, pero con una chispa distinta:

la chispa de la Luna.

A su lado, una muchacha de cabello plateado y ojos como cielos nocturnos.

No necesitaba palabras para imponerse.

Su mera presencia hacía que incluso los ancianos inclinaran la cabeza.

—¿Estás lista? —preguntó él, cruzando los brazos con nervios disfrazados de orgullo.

—Siempre lo he estado —respondió ella, y el viento pareció volverse más ligero al pasar junto a su rostro.

Los gemelos.

Primera generación de sangre pura.

Herederos de Kalen y su luna.

Nietos, en esencia, de la diosa.

Sus nombres eran conocidos en todo el mundo místico.

Y ahora, era su momento de actuar.

Una grieta se había abierto más allá de las montañas.

Vieja magia olvidada despertaba.

Y los dioses… comenzaban a moverse otra vez.

—Padre dijo que esto podría pasar —dijo él, ajustándose la armadura de cuero y plata—. Que el ciclo nunca se detiene. Solo cambia de forma.

—Y madre nos entrenó para romper los ciclos —respondió ella, sacando una daga bañada en luz lunar.

A sus espaldas, la manada entera esperaba.

Nuevos cachorros jugaban entre los árboles.

Los jóvenes entrenaban con orgullo.

Y los viejos guerreros preparaban rituales de protección.

La paz no era un regalo.

Era una llama que debía protegerse.

Y los gemelos… eran sus custodios.

Porque los hijos del Alfa y la Luna no nacieron para vivir en la sombra.

Nacieron para guiar el mundo hacia la luz.

FIN




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