El Juego del Tiempo - Leyendas de Verano e Invierno 1

25. Frank IV

Negociaciones sutiles

—¿No?

—No —reafirmó el muchacho. Todos los cortesanos estaban sorprendidos.

Me coloqué en cuclillas para observar mejor al muchacho, el parecido con su padre en ese momento era increíble.

—Un error fue el que cometí yo —dije en voz baja, pensando en el Hijo de Roble tirado en la arena, suplicante por su vida— un error, si no hubiera sido por ese error, yo no estaría hablando contigo —sonreí— no cometas un error.

Me levanté súbitamente, el rostro del muchacho se había vuelto a un miedo o sorpresa, caminé rápidamente hacia la puerta del lugar y antes de salir miré al anciano que llamaban Aegis, este asintió.

La arena blanca pronto me parecía gris y oxidada, un sabor a sangre invadía mi boca y me hacía tambalear, por lo que tuve que sostenerme en Pats.

Si no entendió por razón, entenderá por la fuerza —dijo una extraña voz, gruesa que al parecer nadie escuchó, era la misma que había salido de mi boca aquella tarde en Puerto Azul.

Retomé la compostura y volví a andar delante de todos, otra vez un odio inexplicable se calaba en todos mis huesos.

Roble Negro sería mía y no habría nadie que se interpusiera en mi camino.

Abrí las cortinas de una carpa recién armada de un manotazo y me dirigí a la mesa del centro solo para golpearla, golpearla y astillarla.

Grité y después cerré los ojos, para mi sorpresa el único que se encontraba en la habitación era Aegis.

—Hombre —dije apoyándome en la mesa, apretando la mandíbula.

—Petún —realizó una venia— ¿Quería hablar?

—Si —dije mirando toda la tienda, muy similar a la de Qizil, tan solo pensar en su nombre lograba erizar mis vellos— es sobre Ulis, es testarudo.

—Yo diría orgulloso.

—¿Usted es el regente? —continué.

—Por milagro —respondió— todos se fueron marchando cuando Brook desapareció por días, yo dije que lo ayudaría y me interné en el Gurbaskualt cuando los elfos me encontraron.

—¿Qué les dijiste? ¿Cómo es que sigues vivo?

—Les dije que iba a hacer todo lo posible para ajusticiar al maldito de Brook y me creyeron.

—¿Lo hiciste?

—Si no lo hubiera hecho estaría muerto, me hubieran degollado. Luego esa elfina fría y su compañero guriano montaron un plan de escape. Volví horas después y no había rastro del cuerpo de Brook, solo peñascos abajo, hecho trizas.

—¿Qué le dijiste al resto de los Hijos de Roble?

—Que luché con Brook hasta el final y que cuando lo mataron me tomaron prisionero y que escapé.

—Es difícil de creer.

—Pero estos hombres son brutos —respondió el hombre de ojos azules— ni se han dado cuenta de que yo no soy Hijo de Roble.

—¿Qué eres?

El hombre corrió la cortina y salió de la tienda, lo seguí, me sorprendió ver que la noche ya había caído y que la mayoría de las luces de todas las viviendas y tiendas petunas estaban apagadas.

El hombre miraba por encima de la Fortaleza Denegro que en la oscuridad de la noche era inapreciable, pero al fondo resaltaba con el cielo negro la brillante torre negra.

—Vengo de allí, de Madera Oscura, allí están los últimos sobrevivientes de los ébano. Cada veinte años envían a un bebé a las puertas de un orfanato, nadie pensaría que se trata de un niño de una raza extinta —frunció el ceño— nos envían con este anillo —me mostró la mano, un anillo de oro con un cristal de color rojo roto— algo me llamó a romperla y seguramente también a los demás, adentro hay una pequeña nota, escrita en un pequeño y fino papel doblado.

»Dice: "Allá en el horizonte se alza una torre negra, Madera Oscura es su nombre, ven y aprende quién eres". No tardé en obedecer y desaparecer una temporada en la que muchos me dieron por muerto, no encajaba en el estándar de cualquier Hijo de Roble, y los ébano me enseñaron quien era yo realmente y aprendí todo de mi cultura, pero me dijeron que nunca develara quién era en realidad y que simplemente me dedicara a sabotear a la raza que nos expulsó, que me coronara como el rey de la Fortaleza Denegro.

—Y no habrá nada que se interponga en tu camino —dije mirando lo alto de la torre, recordando lo que había pensado hace apenas unas horas.

—Ni la misma muerte —miró a la arena— del polvo nacemos y en polvo nos convertiremos dicen los ébano, yo quiero simplemente vivir y no morir, nací para vivir y le temo a la muerte.

—Entonces me ayudarás —dije mirándolo, en la noche mi pelaje se confundía con la oscuridad, pero mis ojos brillaban de un verde amenazador.

—Si tú me ayudas —dijo el ébano seguro.

—La Fortaleza Denegro será tuya si es que convences al pequeño rey Ulis a apoyar mi causa.




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