—¿Colgantes de Agua Marina? —sacó las cadenitas del interior del cofre, mirándolas con desconfianza—. ¿Para qué mierda servirán?
—Deben tener alguna función secreta —sugirió Jacinto.
Ariel suspiró.
—Me recuerda a las alhajas que solía usar mi mamá… A veces pienso que algunas cosas se van tornando demasiado personales.
¿Qué había querido decir con eso?
—Yo también extraño a mi familia —comenté—. Especialmente a mi papá, a mi tío, y a mi mejor amiga, Corina… Pero si queremos volver a verlos, debemos acabar con este juego ¿No creés?
Ariel asintió, y depositó en mi mano uno de los colgantes. Luego, exclamó:
—¡Al Nivel Cuatro!
Aparecimos bajo el mar.
<<Necesitarán el tesoro para sobrevivir>>.
No había que ser Einstein para darse cuenta de que los colgantes nos brindarían la oportunidad de respirar bajo el agua.
Acaricié la piedra preciosa lentamente.
—Se siente extraño respirar a través de branquias —Jacinto soltó unas burbujas cuando dijo eso.
¿Cómo podíamos entendernos?
—¿Tenemos branquias? —me toqué el cuello, y noté unas pequeñas aberturas en mi piel.
Sentí mucha impresión.
Observé atentamente a los chicos: tenían puestos trajes acuáticos de neoprene, y yo también. Todos eran de azul marino, quizás para que combináramos mejor con el ambiente.
—Miren… —Ariel señaló hacia abajo.
Nos encontrábamos a varios metros arriba de una civilización acuática. Las casitas estaban hechas de rocas, e iluminaban el fondo del océano con caracolas brillantes. Diferentes algas marinas decoraban los techos y las paredes de las viviendas.
Por un momento, sentí como si nos hubiesen metido en la película de la Sirenita.
—Nademos hacia la aldea —sugirió Ariel—, allí nos toparemos con nuestra misión.
Descendimos hacia la civilización nadando con cuidado. Observamos cada planta marina y pez que se nos acercaba. No queríamos meternos en problemas.
Apenas aterrizamos sobre unas frías y oscuras rocas, un grupo de hombres salió de una casita a la velocidad de un rayo.
Me quedé boquiabierta.
Eran los chicos más hermosos que jamás había visto. Sus cuerpos parecían tallados por los mismísimos dioses ¡Qué músculos! Medirían alrededor de un metro ochenta, tenían una larga melena brillante, y hermosos ojos azules, verdes y dorados. Me llamaron profundamente la atención aquellos que tenían la piel canela y el cabello negro ¡Y qué miradas!
En lugar de la nuez de Adán, tenían branquias, y sus pies tenían forma de aletas.
Ariel se colocó delante de mí, en actitud protectora ¿Y ahora qué le pasaba?
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó, frunciendo el entrecejo.
Nadie le respondió.
Un joven de cabello lacio y oscuro, de ojos grises como el cielo tormentoso y tez cobriza, se acercó hasta mí.
A través de su mirada, pude ver un mar furioso, decorado por relámpagos.
—Dame la mano, Abril —esbozó una sonrisa que podría derretir hasta el Glaciar Perito Moreno.
Era completamente irresistible. Dejé que enredara mis dedos con los suyos, y también que me tomara por la cintura. Sentí hormigueos en todo el cuerpo ¿Acaso eso era amor a primera vista?
El muchacho me acarició el cabello.
Dios, qué hermoso que era. Podía estar cayendo en una trampa, pero ¿Podría lastimarme un ser tan perfecto?
—Tus ojos pueden compararse a una tormenta marítima… —balbuceé, totalmente hipnotizada.
—Lo son… —me acarició el cabello.
Sentí un hormigueo en el cuerpo.
—¡Suelten a mi amiga, sirenas de mierda! —la voz de Ariel me trajo de nuevo a la realidad.
Me aparté del bellísimo chico de ojos grises a regañadientes. Luego, sentí cómo mis mejillas se encendían. Había pasado un momento bochornoso frente a mis compañeros.
Ariel volvió a colocarse frente a mí.
Me había llamado “su amiga” y estaba protegiéndome… Extraño ¿No?
El grupo de chicos increíblemente guapos nos estaba observando con impaciencia, pero fue el muchacho de mirada dorada el que anunció:
—Joven Ariel, has herido los sentimientos de la Sociedad de las Sirenas… Y un castigo será necesario. Me presento: mi nombre es Margarita. Él es Orquídea —señaló a mi favorito, el de ojos grises—. Él es Jazmín, Edelweiss, Amapola, Girasol, Clavel y Begonia.
—¿Por qué tienen nombres de flores?
—Porque las admiramos todo aquello que crezca de la Madre Tierra…
—Qué interesante —lo interrumpió Ariel irónicamente.
Le propiné un codazo para que se callara la boca. Él me miró con resentimiento.
—Como te decíamos, tu castigo será entregar tu collar de agua marina. Nos pertenece ¡Nosotros lo hemos fabricado!
—¡No! —me llevé las manos a la boca, y contemplé a mi amigo rubio.
Ariel estaba apretando los puños a los costados de su cuerpo.
—No voy a darles nada. Han montado todo este circo porque sabían cómo reaccionaría ¡Los odio!
—Vos te lo buscaste.
Y en ese momento, Girasol, Clavel y Begonia se abalanzaron sobre Ariel. Unos tridentes de hierro aparecieron mágicamente en sus manos, y rodearon a mi amigo con los mismos.
Jacinto y yo temblábamos de miedo ¡No queríamos que lo lastimaran!
Margarita, sin vacilar, le arrancó el collar a Ariel de un tirón. Éste empezó a contener la respiración, soltando burbujas por su nariz ¡No lo lograría!
—¡Tengan piedad! —sollozó Jacinto.
Pensá rápido, Abril.
Me acerqué a mi compañero rubio.
—Quieto, te salvaré el culo por segunda vez.
Él estaba concentrado en contener la respiración, y por eso no protestó cuando, sin sacarme el colgante, pasé parte de la cadena por su cuello.
Estábamos tan cerca del uno del otro, que podía sentir el calor que emanaba su cuerpo.