El Juego Mortal

Capítulo VII: "Mariposa Negra" (Parte 2)

Al cabo de unas horas, el hijo de Perpetua nos despertó.

Chicas.

Justo a tiempo.

Escuchamos unos pasos lentos que se dirigían hacia nuestra “prisión”.

Pronto, un hombre alto, de hombros anchos y vestimenta formal ingresó a la habitación. Cargaba en sus manos tres platos de avena.

Me pregunté si en este nivel pasaría lo mismo que en el quinto: que empezaríamos a sentir hambre, sed…

—¿Y el agua? —pregunté.

Sólo una vez por día —murmuró Franco, encogiéndose de hombros.

La puta madre, tendría que atacar al sujeto cuando se acercara. Era ahora o nunca.

Mi corazón latía a toda velocidad. Se me tensaron los músculos mientras observaba cómo el individuo depositaba en el suelo la comida de mis compañeros…

Finalmente, el hombre se paró frente a mí y cuando estaba por darme de comer…

¡Ataque!

Una cascada de luz dorada encandiló al sujeto, quien gimoteó y cayó hacia atrás.

Aproveché a arrojarme sobre él y tantearle desesperadamente los bolsillos. No había ninguna llave ¡Mierda!

De repente, el sujeto me tomó de la muñeca y me apretó con fuerza. Intenté liberarme, pero él me sostuvo con firmeza y soltó:

Informaré inmediatamente a Perpetua de lo acontecido, y recibirán su castigo, mocosas. Ella me advirtió sobre la hija número quinientos.

Hasta un mayordomo sabía quién era yo.

Dejé escapar unas lágrimas de furia de manera involuntaria, y exclamé:

¡Ata…!

No pude terminar de decir la frase. El hombre aprovechó mi concentración para asestarme un puñetazo en la boca.

—¡Abril! —exclamó Nicole, y se arrastró hacia donde yo estaba, alejándome de aquel sujeto—. ¿Estás bien? —sacó un pañuelo de su bolsillo y me lo entregó.

El dolor era horrible y el gusto metálico de la sangre había invadido mi boca. Lagrimeé mientras miraba cómo el individuo se ponía de pie y salía de la sala.

—¡Cobarde! —escupió Franco—. ¡Le pegaste a una niña!

El tipo se limitó a ignorar al hijo de Perpetua, y se retiró.

Eché la cabeza hacia atrás, apoyándome contra la pared, para que el sangrado cortara. Sentía un dolor punzante en el tabique ¡Esperaba que no se me hubiera desviado!

Mientras me lamentaba por mi propio dolor físico, no pude evitar pensar en Ariel y los demás ¿Estarían viniendo hacia Mariposa Negra? ¿Se encontrarían a salvo?

Sólo rogaba que Perpetua no los interceptara… Si llegaba a lastimar a Magalí, perderíamos una vida.

Se me encogió el corazón de sólo imaginar que podría quedar sola en este maldito juego.

Atentos —musitó Nicole, aguzando su oído.

Había estado tan sumergida en mis propios pensamientos que no había escuchado ningún ruido.

Me quité el pañuelo del rostro. El sangrado había terminado. Ahora podría aprovechar todos mis sentidos.

Mi corazón palpitaba con fuerza. Estaba ansiosa, y al mismo tiempo, asustada.

Se oían un par de tacones cada vez pisando más fuerte. Alguien se acercaba hacia nosotros.

Perpetua.

—Sean cuidadosas —nos advirtió Franco.

Pronto, la vimos entrar en la sala.

Vestía un conjunto de terciopelo, (esta vez, de un color verde pino), zapatos puntudos, y su cabello se hallaba recogido con unas hebillas rojas. Era una mujer muy elegante.

Buenos días, jovencitos ¿Durmieron bien?

Me pregunté qué hora era con exactitud ¿Había amanecido? ¿Era el mediodía? ¿Por la tarde?

—Tenemos sed —soltó Franco.

Él tenía los labios resquebrajados ¿Por cuánto tiempo había sido prisionero?

Ella ignoró a su hijo. Hizo un movimiento extraño con sus dedos, como si estuviera imitando un paso de danza. Me llamaron la atención cómo brillaban sus uñas, como si tuvieran luz propia.

Esa bruja daba miedo.

—¿Alguna vez se han sentido tan asustados, que hubieran preferido morir a tener que enfrentar aquello que los aterrorizaba?

Clavó los ojos en mí.

Negué con la cabeza, vacilante.

—Entonces, ahora verás lo que es sentir miedo, humana.

Y en ese instante, me quedé sola en la sala.

Mi corazón dio un vuelco. Debía conservar la calma, aunque mis piernas no paraban de temblar, y la cabeza había empezado a darme vueltas otra vez. Además, me dolía la nariz.

Perpetua tampoco estaba allí, pero podía sentir su presencia. Estaba tramando algo terrorífico.

De pronto, un hedor a podredumbre invadió la sala. Consecuentemente, aparecieron unos espectros con formas humanas, que resplandecían un aura luminosa de color blancuzco.

Ya les dije que ODIO el color blanco ¿No?

Los “fantasmas” comenzaron a acercarse. A medida que avanzaban hacia mí, sus rasgos iban cambiando. Emanaban un aire helado mientras lo hacían.

El primer espectro se convirtió en un hombre alto, de alrededor de cuarenta y tantos años. Sus ojos eran castaños y estaban decorados por enormes ojeras. Mi padre.

El segundo fantasma se veía como un señor de baja estatura, poco cabello y ojos de color miel: mi tío Pedro.

Detrás de ellos, se hallaba una adolescente que llevaba una camiseta con estampa de animales, lucía cabello oscuro y mirada triste: Corina.

Perpetua conocía mi realidad. Sabía que los extrañaba, y los había convertido en fantasmas, para que me asustara. Pero eso no iba a suceder. A ellos no les temía.

‘Esto no está pasando. No puede ser real’.

Me quedé paralizada a causa de la conmoción… mientras los espectros avanzaban hacia mí.

De pronto, cada uno de ellos sacó de su tórax una espada filosa. El arma brillaba como el aura de los espíritus.

‘No pueden hacerte daño’, me dije a mí misma, intentando creérmelo.




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