El juramento del Rey sombrio

Capítulo 17

No sé qué esperaba exactamente. Quizás un entrenamiento básico. Tal vez un poco de instrucción, algo de teoría, estiramientos… cualquier cosa que no fuera lo que realmente ocurrió.

Pero Duman no era un instructor. Era una bestia disfrazada de hombre.
Y yo, solo carne para su frustración.

—Primera regla de este mundo —dijo mientras caminaba en círculo a mi alrededor, con las manos cruzadas a la espalda—: si esperas misericordia, estás muerta.
No alcancé a parpadear antes de que su puño me impactara en el estómago.

El aire abandonó mis pulmones en un solo golpe seco. Me doblé. Tosí.
Y él me empujó al suelo como si yo fuera un saco de arena.

—Levántate.

Temblando, lo hice. Sin pensar. Por puro instinto. Pero el siguiente golpe fue a la mejilla. Un latigazo ardiente que me hizo girar sobre mis talones.

—Otra regla —gruñó, rodeándome—: si tardas en reaccionar, estás muerta.

Mi labio sangraba. Pude sentir el sabor metálico en mi lengua. Mis manos estaban temblorosas, apenas alzadas, como si pudieran detener algo. Pero no podían.
Cada intento que hacía de golpearlo era inútil. Mis puños chocaban contra su guardia como gotas de agua contra una muralla.
Y sus golpes, en cambio, eran afilados. Precisos. Humillantes.

Uno en la costilla. Otro en la pierna. Un empujón contra el suelo.
Y luego, el pie contra mi espalda.

—¿Esto es lo que queda del sacrificio elegido? —espetó con desdén—. ¿De verdad creen que con criaturas como tú podrán cambiar algo?

Quise gritar. Quise levantarme y plantarle cara. Pero mi cuerpo no respondía. Mis músculos eran plomo. Mis pulmones, un incendio.
Solo pude escupir sangre y apretar los dientes.

—No eres fuerte —susurró cerca de mi oído, con esa voz rasposa que se clavaba como cristales rotos—. No eres rápida. No eres letal. Eres nada.

Me incorporé como pude. Tenía el ojo izquierdo comenzando a hincharse. Los moratones en mis brazos eran mapas de vergüenza.
Lancé un golpe a la desesperada. Duman lo esquivó sin moverse siquiera. Solo ladeó la cabeza. Su mano chocó contra la mía y la giró con fuerza.
Caí de nuevo.

—¿Y esa ira? ¿Dónde la guardas, Faelina? —dijo con crueldad—. Porque si no la sacas aquí, no la verás jamás salir.

No lloré. Aunque cada músculo de mi cuerpo rogaba por una tregua.
Solo respiré. Con esfuerzo. Con dolor.

Él se alejó, sacudiendo las manos como si se hubiera ensuciado.

—Reza porque al menos tengas cerebro. Porque si mañana fallas en la clase de defensa mental… te arrancaré hasta los recuerdos.

Y sin más, se fue.

—No puedes quedarte sin nombre —le susurré al gato, acariciando la parte superior de su cabeza, justo entre las orejas, donde parecía disfrutarlo más—. No me parece justo.

El gato ronroneó en respuesta, cerrando los ojos como si le pareciera una idea sensata. Lo observé, intentando elegir algo que encajara con su presencia: oscuro, sereno, pero con esa chispa de sabiduría antigua en la mirada.

—Te llamaré Nyx —decidí, en honor a la diosa de la noche de las viejas leyendas.

Nyx no pareció protestar. Solo estiró una de sus patas, apoyándola en mi muslo como si aprobara el bautizo.

Seguimos así un rato, él en mi regazo, yo acariciando su pelaje suave y cálido, dejando que el tiempo se deshiciera en silencio. Hasta que las piernas comenzaron a entumecerse. Una especie de hormigueo molesto me subió por las pantorrillas.

—Vamos, Nyx —murmuré con un suspiro—. Caminemos un poco antes de que me quede petrificada aquí.

El gato saltó al suelo con la agilidad silenciosa de una sombra, y me siguió sin necesidad de que lo llamara. Era como si supiera dónde debía estar. Como si me hubiera elegido.

Los jardines de Umbrath se extendían en un laberinto de ramas retorcidas, arbustos densos y flores apagadas. Las zarzas crecían como si quisieran devorar los senderos, y las hojas que colgaban de los árboles eran negras, secas, crujientes como papel quemado. No había color en este lugar. Y, sin embargo, tampoco había vacío.

Había energía.

Una vibración sutil en el aire. Como si algo latiera bajo la tierra. Como si el corazón del reino aún estuviera vivo, dormido, esperando.

—Esto... —murmuré, con los dedos rozando una flor que parecía hecha de ceniza—. Esto se siente más vivo que todo lo que hay dentro de ese castillo.

Nyx caminaba delante de mí, su cola arqueada como una bandera orgullosa, guiándome sin mirar atrás. Lo seguí entre los arbustos retorcidos, atravesando senderos de piedra desgastada hasta que llegamos al corazón del jardín.

Y allí estaba.

Un árbol.

Gigantesco. Enorme. Llorón.

Sus ramas caían como cabellos muertos alrededor del tronco, formando una cascada oscura y quieta. Estaba apagado. No tenía hojas, ni vida. Solo surcos oscuros que recorrían su corteza como venas muertas.

Y en el centro… una marca. Un corazón, partido por la mitad.

Me detuve. El viento pareció contener la respiración. Nyx también lo hizo.

Entonces lo oí.

«Faelina...»

Mi nombre. Claro. Firme. Salido de ninguna parte y de todas al mismo tiempo.

—¿Tú también lo escuchaste? —le pregunté a Nyx, que me miraba fijamente.

El gato no maulló. No se movió. Solo me observó con esos ojos que ya no parecían de este mundo. Como si supiera lo que estaba a punto de ocurrir.

El miedo se apretó en mi pecho, pero la curiosidad ganó. Siempre gana. Di un paso adelante.

El árbol estaba rodeado por un círculo irregular dibujado en la tierra. No había flores ni musgo dentro de ese anillo. Solo tierra negra, reseca, rota.

Crucé.

En el momento en que mi pie pisó el círculo, sentí un cambio.

Una presión sutil. Como si una cúpula invisible me envolviera. Mi piel se erizó. Y luego… chispas.

Pequeños destellos de luz salieron de mis dedos. No me lo había imaginado. Mi poder estaba reaccionando. Vibraba. Se despertaba.



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En el texto hay: romantasy, cursedking, sacrificeandlove

Editado: 05.08.2025

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