Volver al instituto, no era algo que me apeteciera demasiado. No es que se me dieran mal los estudios, pero tener que volver a ver la cara de Lucas y sus amiguitos era una idea que llevaba atormentándome las últimas semanas.
Se acababan las vacaciones, y poco a poco, los turistas habían abandonaban el pueblo. Se acaba pasar el día en la playa y tumbada al sol, viendo gente ir y venir, niños jugando con las olas, señoras en sus tumbonas bajo las sombrillas, y parejas paseando de la mano por la orilla. Esos meses ya habían pasado, y hoy la playa parecía desierta, hasta el sol parecía haber preparado las maletas, dejando en su lugar un cielo gris. Era hora de cambiar la toalla y el bronceador por una pesada mochila con libros de texto.
El primer día de clase, no es igual para todos, unos brillarán como estrellas de Hollywood, y otros, como yo, solo queremos que esto acabe pronto y no ser el centro de burlas del año.
Como ya habréis podido adivinar, mi vida social, entre esas cuatro paredes de cemento, no atravesaba su mejor momento. Pero conseguía a duras penas mantenerme a flote, ignorando los comentarios que se hacían a mi alrededor, y poniendo todas mis esperanzas en salir de este pueblucho pronto.
Muchos creeréis que estoy exagerando, que son las hormonas, la adolescencia o como le llama mi madre, "la edad del pavo" Puede que sea demasiado visceral, o sensible. Puede que no sea capaz controlar mis emociones, ni mi boca. Y es cierto, tengo que reconocerlo, soy de las que actuo y hablo y después me arrepiento.
Este año todo podría haber seguido igual, pero siempre se puede ir a peor.
Aunque este último verano, Silvia y yo apenas nos habíamos separado, algo me decía que con el comienzo del nuevo curso todo cambiaría. Ella había decidido salir de ese segundo plano y haría cualquier cosa para que Oliver se fijara en ella, y lo entiendo. Este era el último curso y puede que no tuviera otra oportunidad.
Ella era una muy chica guapa, castaña, de ojos pardos, y piel siempre morena. Con las curvas perfectas para que todo le sentara bien. Pero no contenta con eso, había pasado todo un verano haciendo dieta, pasado por peluquería y viendo todo tipo de tutoriales de maquillaje y hasta se había puesto unas uñas de gel con las que yo dudaba mucho que fuera capaz de coger un lápiz.
La parte buena es que me había arrastrado con ella a correr, hábito que abandonó al tercer día caluroso, pero yo, por alguna extraña razón habia mantenido. Había descubierto, que con cada zancada no solo dejaba atras el camino si no también las negras nubes que rondaban por mi cabeza.
Por otro lado, yo no tenía la más mínima intención de acercarme ni un poquito, al engreído de Oliver, que aunque tenía cara de angelito, con esos rizos rubios y sus ojos azules, se creía el centro del universo, pero en realidad sólo era un títere en manos del indeseable de Lucas. El chico al que yo odiaba más que a nada en este mundo. No, tenía ninguna intención de mantener el mínimo contacto con ellos, ni a ninguno de ese grupito con el que se juntaba.
Como cualquier chica a la que no le hace ninguna ilusión asistir a clase, a diferencia de mi amiga, no me preocupaba lo más mínimo la ropa que me pondría, o como luciera mi pelo. Mi único deseo era convertirme en una sombra, un fantasma sin intención de interactuar con esta panda de estúpidos que tenía por compañeros.
Vale, vuelvo a exagerar. No todos allí, son gente sin escrúpulos, ni corazón. No todos tienen como hobbie, amargar el curso al resto de la clase, pero tengo que admitir, que rodeada de esas cuatro paredes me siento sola. Sola y pequeñita. Ridícula y torpe.
El temido día había llegado, ayer prepare la mochila y eso ya era mucho. Este año me centraría en estudiar, conseguir la mejor nota posible, y con un poco de suerte y mucho esfuerzo, quizá pudiera cumplir mi sueño de estudiar en Madrid.
Hubo un tiempo, en que me miraba en el espejo y me gustaba lo que veía. Quizá no era la chica más guapa de clase, pero me sentía bien. Me gustaba sacarle partido a mi pelo, que siempre había lucido largo y oscuro, a juego con mis ojos, hacían contraste con la palidez de mi rostro. Tenía alguna dioptria, pero hasta ahora, me había negado a ponerme las gafas en público, con lo que conseguía, que al intentar enfocar bien la vista, mi mirada pareciera más profunda, o eso decían. Tampoco era precisamente una chica delgada, y aunque a mí, no toda la ropa me sentará bien, conseguía sacar provecho de mis curvas, llamando la atención de quién me propusiera.
Vale, también lo admito, antes era como una más de ellos, igual que todas esas chicas que no soportaba ahora. Pero todo eso eso había cambiado. Quizá mi cara, mi pelo y mi cuerpo eran el mismo, pero yo ya no me veía igual. Ahora me veia pequeñita, insignificante, una hormiga en un mundo de gigantes, deseando pisotearte. Ya no me pasaba horas arreglándome, ni me gustaba ponerme ropa ceñida ni escotada. Lo más sexi que tenía, eran los jeans desgastados que se habían convertido en un básico; y siempre acompañadas por camisetas anchas o sudaderas con capucha.
Hoy es el primer día de clase, y ya estoy contando las horas para estar de vuelta en casa, como un preso en su celda tachando los días que le quedan de castigo.
Doy otro pequeño sorbo al café, alargando todo lo que puedo ese momento antes de salir de casa, como un condenado a muerte, dando los últimos pasos por la milla verde. Si, exactamente así me siento, como un convicto, que no pierde la esperanza de terminar el maldito tunel que le lleve a la libertad. No puedo parar de resoplar, se que estoy poniendo nervioso, a mi padre, pero es eso o tirarme al suelo y patalear, como una niña pequeña pera que no me obliguen a ir.
Reúno la fuerza suficiente para salir de casa y juntarme con mi amiga en el camino, quién me da la sensación, que se siente ridícula o al menos incomoda yendo a mi lado.
- ¡Chica! Podías haberte maquillado un poco al menos, o no se, ponerte algo que no parezca un saco raído. - La miro de arriba abajo sin abrir la boca. Si, quizá estoy ridícula con este saco pero al menos no parezco una fulana salida de un antro.