En las noches de diciembre, en el frío invernal,
me encuentro alejado de mi familia, en soledad.
La Navidad llega, con su brillo y su calor,
pero mi corazón se siente triste y sin color.
Las risas y abrazos, las canciones alrededor,
se convierten en ecos lejanos, sin amor.
Las luces que destellan, los regalos bajo el árbol,
me recuerdan lo lejos que estoy, sin control.
Las calles se iluminan, con destellos de alegría,
pero en mi corazón solo hay melancolía.
Extraño los momentos compartidos, las risas sin parar,
y no poder estar juntos, me hace llorar.
Los recuerdos de Navidades pasadas, tan vivos en mi mente,
se vuelven aún más preciados, en esta ausencia persistente.
La mesa sin mi presencia, el vacío en cada silla,
me hacen darme cuenta de cuánto me hacen falta.
Pero a pesar de la distancia, de la tristeza en mi ser,
sé que el amor de mi familia nunca dejará de florecer.
Aunque estemos separados, nuestros corazones están unidos,
y en cada pensamiento, en cada oración, nos sentimos comprendidos.
La Navidad puede ser triste, cuando la familia está lejos,
pero el amor que nos une, siempre será nuestro reflejo.
Y aunque no estemos juntos en cuerpo, siempre estaremos cerca,
porque el amor familiar trasciende cualquier frontera.
Así que en esta Navidad, aunque estemos separados,
recordemos que el amor es lo que siempre nos ha unido.
Y en cada pensamiento, en cada latido del corazón,
estaremos juntos, aunque estemos lejos, en esta hermosa ocasión.