El lado oscuro de la vida

Capítulo 11- Extraña mujer

Oyes estuvistes enorme. Esos cuates me querían, como burro de carga, pero llegaste así TAZ. —Carlos pone una mano en el pecho de sus hijos. —Patitas pa´que las quiero. Se jueron de volada. Fue muy chistoso verlos correr. —actúa los diálogos y causa que sus hijos rían.

Pasaban de las doce del día. Carlos había llevado a sus hijos a desayunar al mercado. Ahí dentro sobraban lugares en donde comer. Al final se decidieron por entrar a una birriería y ordenar tacos. Los gemelos los comen, pero no son muy fanáticos. Ambos solo comieron un taco. Y su padre tres. Los preparaban con mucha carne, y es de esperarse que los niños queden satisfechos apenas con uno.

Después Carlos los llevó a dar un tour por el lugar. Carlos sabía en qué clase de puestos sus hijos se detendrían por minutos. Y no erró al los gemelos detenerse en diversos puestos de juguetes de madera. Los niños estaban fascinados con cada cosa que sus ojos veían, y es necesario recalcar que los niños apenas y alcanzan la repisa. Su padre los tomó en brazos para que tuvieran una mejor percepción de los objetos y eligieran lo que querían llevarse. Ambos terminaron eligiendo un yoyo enorme, así como un tráiler de madera. Carlos por su parte, decidió sentirse niño también y compró una churumbela de gran tamaño y de madera también; tenía una idea para usarla en la noche.  

Luego de salir del mercado, su padre los trajo de regreso a la cabaña para que descansaran un poco. Se sentó con ellos y encontró la película de Shrek en un canal de televisión. Tanto el padre como los hijos adoran esa película, así que la miraban con gran alegría.  

Los tres no cabían en el sofá, así que al principio su padre los dejó a ellos solos en él y él se sentó al pie de este en el piso de madera, pero mucho más pronto que tarde, ambos niños se bajaron y se situaron a su lado. Carlos giró la cabeza mientras sonreía abiertamente.

Los tres miraban el televisor con sus espaldas recargadas en el sofá ahora vacío. Estando en ello, el celular de Carlos comienza a sonar.

—Es la tía Casandra. —informa él y pone en silencio el televisor antes de aceptar la videollamada. —Hola hermanita —saluda al segundo   

—Hola tía —saluda Edward enseguida. Su padre aleja un poco el teléfono para que todos puedan verse

—Hola mi amor —responde ella con gran alegría 

—Hola tía —saluda Cédric después

—Pero que lindos se ven los tres. —expresa con una sonrisa. — ¿Cómo están mis tres gotas de agua?

—Bien tía —responde Edward con una sonrisa tierna

—Muy bien. —agrega Cédric. —Papá nos compró unos yoyos enormes. ¿Quieres verlos?

— ¡Claro! —exclama ella con gran emoción

—Vamos por ellos. —indica Edward y sin dilación ambos niños se ponen de pie y corren a la recamara. 

— ¿Estás bien? —pregunta ella una vez que se queda solo; con una expresión más neutra

—Sí. —responde risueño. —Muy bien Casandra. Estos días me han servido para relajarme —confiesa y ella sonríe

—Y vaya que se nota. —corrobora ella; causando una risita a Carlos. — ¿Cómo conseguiste el valor para pedirle a alguien que les tomara una foto? —se burla ella

—Me acerqué, tartamudeé, pasé por la experiencia de que me confundieran con un vagabundo y finalmente hablé —le sigue Carlos la corriente y ambos estallan en una carcajada

—En verdad. —dice ella mientras asiente. —Hace cuánto no bromeabas. —Carlos sonríe. —Se siente bien el que invites al sarcasmo de nuevo a tus conversaciones

—Bien pues por ahora ya se va. —informa mirándola de frente. —Debo recibir a dos balas ahora, dejando que me golpeen. —dice y sus hijos aterrizan en sus costados. Casandra ríe en respuesta.

— ¡Mira! ¡Mira! —hablan ambos niños. Eufóricos mientras muestran lo suyo a su tía

— ¡Dios mío! —espeta ella al verlos. —Pero que grandes. ¿Sí los pueden?

—Sí —responde el pequeño Edward y lo levanta con ambas manos para mostrar que es capaz de hacerlo

—Pero que fuerte está mi sobrino. —alaga ella. —Y díganme ¿les está gustando Mazamitla?

—Sí tía. —contesta Cédric. —Hicimos una fogata en la noche y papá nos explicó cómo es que se da el fuego —cuenta con emoción

—Y de regreso vamos a plantar un frijol —añade Edward igual de feliz

—Excelente. Así podremos presumir a todos que tenemos nuestros propios productores de frijol

—Para que la abuela los cocine —sugiere Cédric

—Exacto mi amor. Para que la abuela los cocine. —todos sonríen. — ¿Saben algo? —pronuncia ella luego

— ¿Qué? —se interesa Edward

—Aquí ya los extrañamos. —responde haciendo un puchero de tristeza. — ¿Ustedes nos extrañan?

—Sí. —responden ambos al unísono.

— ¿Cómo está Tommy? —pregunta de repente

— ¿Está comiendo bien? —cuestiona Cédric también

—Ira. En vez de preguntarme cómo estoy yo me preguntan por Tommy. —escupe ella y Carlos suelta una enorme carcajada que ella acompaña enseguida. —Ofendida me siento. —niega con su cabeza. —Pero sí, está bien no se preocupen. —pela los ojos al decirlo, pero no desiste de sonreír. —Aunque algo triste porque no tiene a sus dueños con él




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