Un día ordinario, un patrón repetitivo de trabajo tedioso. Un sol que quema desde su punto más alto. Un viento que se rehúsa a soplar helado. Fue ahí, en uno de esos tantos días de mi vida en el que esta historia llama a mi puerta. Para cuando abro, se desploma en el suelo. Apenas la toque para ayudarla a levantar, pude sentir el enorme dolor que la embargaba. La llevé a una de las recamaras para que descansara un poco. Si por mí fuera, haya estado todo el tiempo a su lado desde ese momento, pero aún tenía a dos inquilinos más por los cuales tenía que velar. Así que solo dejé que se repusiera y yo me di prisa por desocuparme para poder ir a con ella y que me contara su historia. De vez en cuando, sus lamentos se escuchaban hasta la última habitación de la casa. Sufría, y yo no podía estar al cien con ella.
No sé cómo pase con otros escritores, pues hasta ahora no he tenido la enorme dicha de conversar con uno, pero respecto a mí, cuando comencé a escribir mi primera novela <<Una segunda oportunidad>>, siempre creí que era uno quien moldeaba a un personaje, siempre tuve la creencia de que controlaría qué tanta masa usar, o qué tipo de ingredientes usaría para preparar el relleno, pero con cada capítulo que escribía, con cada nueva oración de un personaje, me daba cuenta de que cada uno es como un hijo; un hijo que piensa y actúa de forma propia, un hijo que tiene libre albedrio, y como padre no me toca, ni puedo ni debo intentar cambiar su forma de ser, así sea un personaje lleno de maldad. Son seres que actúan por sí mismos, y no me toca más que aceptar lo que es. Aunque solo siento ese sentimiento de cariño hacia un personaje que me permite conocerlo a fondo, como Carlos, Isabel y los gemelos en este caso. Cuando inicié, creí que podría decidir su personalidad, gustos, ocupaciones y demás, pero no, a mi solo me toca describirlo, más no construirlo. Soy un intermediario entre una historia dudablemente certera y la realidad. Ahora sé que un escritor es un puente por el que cruzan historias, emociones, ideas y pensamientos. Sé que nos toca encariñarnos con los transeúntes y luego aprender a dejarlos ir; y seguir su camino. Tomar el valor de encerrar su historia en un lomo de trescientas hojas, con la esperanza de que alguien en el futuro lo tomará, y abrirá de nuevo la historia. Porque un escritor hasta aquí llega, el resto, el resto queda en manos del lector.
Cuando volví a entrar en la recamara de esta sufrida historia, sentarme a su lado y pedirle que me contara lo que le afligía, me llevé grandes sorpresas. Para empezar, no creí que uno de los actores intelectuales llevara mi nombre, y que viviera tan cerca de donde yo vivo. Ahora guardo la esperanza de algún día encontrármelo y entonces abrazarlo, abrazarlo muy fuerte.
La historia se ha desahogado, y mi mar se ha inundado, pero no me importa. Sé cómo drenar las emociones. Ahora ya puede marcharse. Gracias por escucharla junto conmigo. A veces solo eso hace falta; escuchar.
Agradecimientos
Agradezco la ayuda de mi amiga Anahí para hablarme acerca del pueblo Mazamitla. En ese momento, a la historia se le cortó la voz y le fue imposible describirme minuciosamente los lugares, los aires, el ambiente. Y ella lo hizo con toda la disposición del mundo. Gracias Anahí.
Se despide…CAPUCH