El Legado

Capítulo 1

Veintitrés años después.

 

- ¡Daniel!

Era Miguel que se aproxima junto con Alfredo, abriéndose camino entre la multitud que había en el bar.

Estaba sentado en la barra, esperándolos para unas copas después de la oficina.

- ¿Y qué plan para este fin? – pregunta Alfredo tan pronto se sienta quedando en medio.

- Pues lo que sea que planeen, no cuenten conmigo – tomo un trago de mi whisky.

- ¿Y eso? – pregunta Miguel después de pedirle al bar tender.

- Mi papá – digo con fastidio -. Quiere que me quede para que veamos unas cosas del nuevo proyecto.

- ¿Y no lo pueden ver la otra semana? Se supone que veríamos a unas amigas en tu casa de la playa – dice Alfredo casi tan feliz por las noticias como yo.

- Lo intenté, pero ya sabes cómo es, salió con lo de costumbre. Que la empresa quedará en mis manos y todo eso – mi celular suena justo en ese momento.

¿Y adivina a quien se le ocurre marcar?

- Lo que me faltaba.

- Dile que no puedes ir. Que te vas a pasar este fin de semana en la cama y que no te van dejar salir de ella – dice Miguel.

- Si, ya me gustaría que le dijeras eso a tu mujer – Alfredo se burla.

Miguel y su novia llevaban juntos más tiempo del que lo conocía.

Nosotros habíamos hecho amistad en la universidad, y por lo que sabía, ellos empezaron poco antes de eso.

Ahora tenían seis años de vivir juntos, y seguían igual de inseparables como cuando los vi por primera vez el día que nos la presentó. Algo que me era difícil de comprender, ya que no pasaba más de unos cuantos meses con la misma mujer.

No quería nada serio, así que pasaba fácilmente de una a otra.

- Eso ni hablar. Bien sabes que no iría sin ella – Miguel contesta sin problemas.

No importaba cuanto le dijeran sobre lo apegado que era a su pareja, él siempre lo tomaba con buen humor, tanto que desde hacía tiempo que optaron por dejarlo, ya que no tenía caso continuar cuando el receptor de las burlas no contribuía.

Como dije, difícil de entender para mí.

- Por eso prefiero seguir así, sin ataduras. De ninguna forma voy a estar como tú con tu noviecita a todos lados – sigue diciendo Alfredo -. Y Daniel está de acuerdo conmigo.

Le doy una palmada en la espalda confirmándole que estaba con él en eso, mientras hago mi camino hacia la puerta para contestar el teléfono que ya estaba por su segunda llamada.

- Digan lo que quieran… - es lo último que alcanzo a escuchar de Miguel antes de dejarlos.

- ¿Qué pasó? – pregunto tan pronto cierro la puerta, dejando la música del bar atrás.

- Hijo, ¿podrías venir a adelantar un poco del trabajo? – pregunta mi padre.

¿Viernes en la noche, y quiere que me encierre con él? Ni hablar. Ya era suficiente con que arruinara mi fin de semana.

- Papá, es tarde, mejor lo dejamos para mañana.

- ¿Y si te quedas a cenar esta noche en la casa?

- Estoy ocupado. Mañana vemos todo lo que quieras y me quedo a cenar.

- De acuerdo, nos vemos mañana.

- Si, adiós – cuelgo antes de que se le ocurra otra idea, o me hiciera sentir culpable.

 

Daniel había colgado, así que hago lo mismo.

Es una lástima a lo que ha llegado nuestra relación. A sólo unas cuantas palabras, y saber que el tiempo que le había pedido para verse este fin, fuera como lo último que su hijo deseaba, pero que lo hacía porque no tenía alternativa.

La pesadez recayó en mí, así que me recosté en la silla sintiéndome agotado.

Estaba en el despacho de la casa, sentado frente a mi escritorio. En él había puesto una foto de mi difunta esposa con nuestro hijo recién nacido. Se la había tomado tan pronto se pudo, no queriendo perder ningún momento más, ya que no lo teníamos realmente. También había otra de Daniel de niño, esta vez con mi padre.

Mi padre.

Él y Daniel habían sido muy unidos, a diferencia de mí.

Murió a los 77años, cuando Daniel sólo tenía 12. Dejándolos solos a los dos en esta enorme casa que tanto pesaba.

Fue duro.

- Te equivocaste viejo – le digo a la foto de mi padre -, Daniel se parece mucho a él. Sólo espero que eso no empeore las cosas en esta familia.

Desde pequeño, Daniel había mostrado cierta arrogancia que tanto habían dicho de aquel que inició todo este problema. Así que, temeroso de que todo resultara peor, opté por ser severo en su educación, mandándolo a internados donde sabía que forjarían el carácter y la disciplina.

Claro que mi padre había estado en contra, y mientras estuvo, lo evitó de toda forma. Pero cuando se fue, no pude posponerlo más, Daniel estaba peor que antes y se me estaba saliendo de las manos. Y dado a que ya nos regíamos por una maldición, sabía que cualquier cosa podría ser posible.




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