Estaba sentado en la mesa de una cafetería esperando a Maite.
Me había hablado la noche anterior, tras cuatro días de no saber nada de ella desde que le conté la verdad sobre mi familia.
Llamó para decir que debíamos vernos, y aquí estaba, esperando que un milagro ocurriera y pudiera quedármela sin condenarla, aunque la razón apelaba a que lo más viable era que eso no pasaría.
Pero qué podía decir, mi corazón era egoísta, por eso mismo había preferido dejar la decisión en manos de Maite.
- Hola – dice Maite al llegar, saludándome con un beso en la boca.
Sólo que su beso no era tan desconcertante como su actitud.
Lucía feliz. Era como si ese día de confesión no hubiera ocurrido.
- ¿Llevas esperando mucho?
- No.
Sólo más de media hora.
- Bien – se sienta a mi izquierda pidiendo al mesero que se acercara.
Una vez les tomaron su orden, lo que consistía en la primera taza para ella y la tercera para él; Maite se puso seria, lo cual significaba que era el momento de hablar.
- Estuve pensando en lo que me contaste. Lo de la maldición y eso – asiento -. No te miento si te digo que llegué a pensar que sólo lo hacías en una forma de deshacerte de mí, pero estuve investigando, y tal como dijiste, todo estaba ahí. No sé cómo nadie más ha sospechado sobre el asunto pero supongo que ha estado todo tan claro, accidentes evidentes que no había duda de ello, por lo que no había escándalos que recordar.
- Sí. Era casi como si después de un tiempo todos olvidaran excepto nosotros.
- Sí. Sólo se necesitaba saber del asunto para relacionar los puntos. Así que te creo. Completamente – vuelvo a asentir, presintiendo lo que seguiría -. Pero no pienso dejarte. Vamos a estar juntos – dice decididamente.
Bueno, en realidad no sabía lo que ella iba a decir, por lo visto.
Había imaginado que diría todo lo contrario, que no podría seguir conmigo porque no podía darle lo que necesitaba. Era lo más lógico.
- ¿Estas segura que estarás bien con una relación como la que hemos tenido hasta ahora? – pregunto no muy seguro de que ella lo hubiera pensado bien.
- No. Me refiero a que al final vamos a estar felizmente casados.
- De ninguna manera – digo rotundamente.
¿Es qué no había oído nada de lo que dije ese día?
- Dijiste que eso querías.
- Pero también que no puedo. No voy a condenarte.
- Tengo un plan.
- No. No pienso a arriesgarte. Ya te dije que han intentado de todo para deshacerse de la maldición, pero termina en lo mismo. ¿Y si piensas que con evitando embarazarte lo harás?, déjame decirte que también lo intentaron. No funcionó.
- Sólo escúchame – trata de convencerme, sólo que no había nada que dijera que lo hiciera -, así como yo lo hice contigo. Es tu turno.
No estaba a dispuesto a correr riesgo respecto a ella pero la dejaría hablar.
Así que una vez asiento, ella se dispone a explicarse.
- Dices que la maldición habla de que una vez nace el hijo la mujer muere, ¿cierto? – asiento -. Bueno pues eso es lo que haremos – me sonríe como si la respuesta estuviera ahí.
- No entiendo – siento como el ceño se me frunce tratando de ver lo que quería que viera.
Aunque su tono dijera que era obvio, aún no encontraba la respuesta que me mostraba.
- Digo que te buscaremos una esposa…
- ¿Qué? – no estoy seguro de haber escuchado bien.
- Sí. Que te buscaremos una esposa. Y una vez que se cumpla lo de la maldición, podremos casarnos.
- ¿Estás loca? – mi ceño se pronuncia más.
- Sé que suena cruel…
- Estás hablado de asesinato – le digo acercándomele, tratando de hablar en voz baja, evitando que alguien pueda oírnos -. No voy a ser el causante de una muerte.
- Es la única forma que veo de evadir todo esto. Es la única forma de que podamos estar juntos.
- No. No hay forma de que lo haga.
- Entonces nos casamos y vivimos felices el mayor tiempo posible antes de que esto nos alcance – dice decidida.
- NO – no me di cuenta que hablé alto hasta que vi que algunas personas de otras mesas voltearon hacia nosotros.
Intento calmarme, estaba a punto de perder la paciencia. Todo esto era una locura.
- ¿Entonces qué es lo que quieres que haga? – pregunta frustrada.
Suspiro con pesadez.
- Que sigas con tu vida. Que seas feliz. Pero eso no será conmigo.
- De ninguna manera. ¿Cómo piensas que voy a ser feliz así? – niega con la cabeza casi de forma desesperada -. No pienso dejarte. Primero… primero me mato. A fin de cuentas así terminaré, ¿no?