El Legado

Capítulo 13

Sólo se necesitaron poco más de un par de meses para organizar la boda. Por supuesto que al principio le sorprendió a Ángela tanta prisa, pero al final la había convencido. Incluso su padre se había atrevido a preguntar sobre lo acelerado del asunto, dejando implícita la pregunta de si se debía a algún embarazo no planeado. Pero después de que ella le dejara claro que eran lo bastante mayores como para saber bien lo que querían sin necesidad de “circunstancias” que los apremiara a ello, no volvió a cuestionarnos.

En un comienzo me sorprendió lo bien que Maite llevaba el asunto de la boda por la iglesia. Pero unos cuantos días antes, cuando le pregunté, ésta contestó que no le preocupaba, que sería mejor que cubrieran todas las bases. No hizo falta que mencionara el que en el momento que ella muriera, al ser viudo, podría volver a hacerlo, era más que visible en su cara.

Pero me había prometido que no pensaría nada sobre eso este día. Me concentraría exclusivamente en la mujer que se acercaba tomada del brazo de su padre.

Se lo debía.

Así que ahí estaba él, un día a mediados de agosto, parado frente al altar esperando a que Ángela, llegara hasta mí.

Si había pensado que se veía hermosa en su vestido azul, eso no era nada comparado con ahora.

Ella lucía radiante en su vestido de novia, el cual se abrazaba a su cuerpo hasta la altura de la cadera para luego caer suelto hasta casi llegar al piso. Recordaba vagamente escucharla nombrar algo de sirena, y al verlo ahora, bien podría estar de acuerdo, ya que parecía una sirena en él.

Casi podría estar de acuerdo con eso que decían sobre que no había novia fea. Pero sabía bien que esto era algo sólo de ella. Algo inigualable.

Cuando su padre me entrega su mano, la tomo con fuerza antes de girar hacia el sacerdote que oficiaba la misa.

- ¿Estás bien? – me pregunta Ángela en voz baja mientras el padre seguía con la ceremonia.

No sabía que mostrara lo contrario.

- Si – le contesto con el mismo volumen, dándole una sonrisa para tranquilizarla.

Sólo dejó pasar unos cuantos minutos, en los que podía sentir su mirada sobre mí, antes de que volviera a preguntar.

- ¿Seguro? Porque te noto algo extraño.

- Sólo son los nervios.

- Ok. Sólo espero no vayas a salir corriendo dejándome con todos estos invitados – bromea logrando que se me escape una risa antes de poder detenerme.

- No, eso nunca – le guiño un ojo.

Antes de que pueda volver mi vista hacia el frente, donde el padre seguía hablando, de reojo percibo como alguien de mi lado se levanta dirigiéndose hacia la salida.

Esperando que no fuera Maite quien hubiera asistido, volteo un poco para tener una mejor vista, sólo que la joven era alguien que no conocía pero aun así le resultaba vagamente familiar.

En vista que no había ningún problema, regreso mi atención a donde debe estar.

Mi boda.

 

Ahora oficialmente estábamos de luna de miel.

Daniel me había llevado a Los Cabos, y me encantaba. Había dicho que ya como me gustaba la playa, y justo en una me había pedido matrimonio, qué mejor lugar para pasar nuestros primeros días como recién casados que aquí.

No podría estar más de acuerdo.

Acabábamos de llegar del aeropuerto, instalándonos en la suite presidencial.

El botones apenas sale después de dejar las maletas, cuando Daniel me levanta en brazos y me lleva hasta la cama, colocándose sobre mí, sin perder más tiempo.

Ya me podía ir olvidando de lo que tenía preparado para la noche de bodas. A este ritmo no tardaríamos en estar desnudos.

Me lo pondré después.

Todo lo demás podría esperar, excepto por algo en específico que no debía olvidar.

- Espera – apenas si logro decir en un pequeño momento de lucidez.

- ¿Qué? – Daniel frunce el ceño. Estaba igualmente agitado que yo.

- La pastilla – intento sentarme, sólo que era difícil cuando él no tenía la intención de moverse -. Debo tomar la pastilla.

- Eso no importa – vuelve su ataque, ahora besándome el cuello, empezando a hacer un camino hacia mi oreja.

- Un bebé no está en mis planes aún – apenas si logro decir, pero no muy convincente.

Sabía que el mencionar bebés en una situación como en la que estábamos, bien podría enfriar un poquito las cosas por un momento, pero ya me encargaría de calentarlas una vez me hubiera ocupado de lo que debía hacer.

Aunque por lo visto a él no le importaba en lo más mínimo, ya que no dejaba de atormentarme con sus besos y caricias, haciendo difícil recordar lo que se suponía debía hacer.

- Ajá – dice sin importancia.

- Estás loco – es lo último que puedo lograr decir antes de que me quitara el vestido.

- Mucho.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.