- Por fin en casa – me dejo caer en el sofá más cercano, en la sala.
Volvimos al departamento, en el cual acordamos vivir durante un tiempo, antes de considerar tomar la casa familiar o comprar una nueva. Era muy espacioso para nosotros, y para cualquier otro que pudiera venir. Así que no había problema con ello.
- Pensé que te había gustado el viaje – dice Ángela al sentarse a un lado.
- Claro que me gustó, sólo que odio los traslados.
Le doy un beso rápido, pero ella tenía otros planes, así que tan pronto estoy a punto de separarme, Ángela sujeta mi nuca, no dejándome escapar.
A veces me sorprendía lo equivocado que estaba con ella. Me había parecido muy seria cuando la conocí, del tipo que jamás tomaban la iniciativa. Que gran equivocación.
Apenas me había atrapado en un beso que prometía ser de esos largos que terminaban de una forma más… satisfactoria, suena el teléfono.
Tenía una buena idea de quien podría ser.
Maite me había interrogado tanto sobre el día como la hora en la que volveríamos. Por lo que no necesitaba ser un genio para saber de quién provenía esa llamada.
Así que, sin más remedio, me levanto y me alejo para contestar con la excusa de que era mi padre.
- ¿Bueno?
- ¿Qué tal el vuelo?
- Bien. Acabamos de llegar.
- ¿Vas a venir a verme?
- No creo que ahora sea un buen momento.
- ¿Por qué no? A mí me parece perfecto después de dos semanas de no verte. Tal vez tú no te sientas igual pero yo si te extrañé.
Suspiro.
En serio que a veces me sentía manipulado.
- Si, tienes razón. En unos minutos llego.
- Bien, te espero – contesta de manera tan feliz que no puedo evitar sonreírle de vuelta.
- Sí.
Al colgar veo a Ángela, con la cabeza recargada en el brazo que tenía sobre el respaldo, dándome esa mirada de “así que no va a pasar nada”.
- Era mi papá. Dice que si puedo ir a verlo.
- Bien – dice conforme, pero no muy feliz -. ¿Quieres que te acompañe?
- No. Seguro vamos a estar hablando de trabajo y te vas a aburrir. Mejor quédate y descansa.
- De acuerdo.
Le doy un beso antes de ir hacia la puerta.
- Es posible que tarde en regresar – le digo deteniéndome un momento -, así que no te preocupes, no necesitas esperarme despierta.
- ¿Estás seguro?
- Si. Seguro estás cansada con el viaje. Deberías dormir.
- ¿Y tú?
- Ya lo haré después. No hay problema, ya estoy acostumbrado.
Ella asiente, y es todo lo que necesito para retirarme.
- Hola.
- Hola - contesta Maite antes de dejarlo pasar.
Apenas estoy dentro, ella cierra la puerta a nuestras espaldas y se cuelga de mi cuello con un apasionado beso de bienvenida.
- Te extrañé demasiado – dice entre besos.
Era bueno estar de vuelta. Necesitaba esto para enfocarme en mis propósitos. Me recordaba el por qué, o más bien dicho, el por quién valía toda ésta situación.
La necesitaba.
Necesitaba estar así con ella para centrarme. Volver al camino que habíamos trazado, y no olvidar cual había sido mi elección.
Eran casi las 3:00 de la madrugada cuando regreso a mi habitación. Junto a mi esposa. La cual se hallaba dormida en su lado de la cama.
Era difícil no observarla y sentirme como un gusano.
Claro que había arreglado las cosas para evitar que mi padre pudiera arruinar mi coartada, diciéndole que habíamos llegado bien y que estaríamos terminando de acomodar las cosas de Ángela durante el día, no sin antes prometerle que cenaríamos con él al día siguiente; por lo que estaba seguro que no se había puesto en contacto.
Pero había veces que me daban ganas de que ella averiguara todo.
Intento invocar la frase cada vez más odiosa que Maite me daba en estos casos de remordimientos: “Deja de pensar en eso”, “Hazlo por nosotros”. Sólo que seguían si hacer efecto, como siempre.
Mejor opto por dejar de verla y girarme, dándole la espalda para poder dormir.
Sí, es mejor no pensar en ello.
- ¿Y a qué hora llegaste?
Estaban almorzando e la cocina.
Por supuesto, ella se había levantado antes y se había puesto a prepararme el desayuno. Había sido agradable despertar y tenerlo listo en la mesa, esperando por mí.
- A las 3 más o menos – contesto antes de tomar otro bocado.