Llegamos a la puerta de la famosa casa de la familia Montreal, donde Julio nos recibe de inmediato.
Una gran casa construida dos generaciones antes de mi abuelo. Según él, su ancestro había pensado que mudándose a éste continente podría escapar de la maldición que los perseguía, después de haber contraído matrimonio. Sólo que el cambio no fue suficiente.
Casi un año después de haber nacido su hijo, su esposa contrajo fiebre y duró menos de un mes.
- Bienvenidos – abraza primero a Ángela y luego a mí -. Me da gusto verlos.
Ángela frunce el ceño con desconcierto, así que antes de que pregunte algo, me adelanto.
- Te dije que la traería – digo mientras coloco la mano en su espalda para que avancemos.
- Si – contesta sonriendo -. Pero pasen, la cena está lista.
Avanzamos hacia el comedor, que se componía principalmente de una gran mesa para diez. La cual, por lo general, estaba casi vacía.
Aún recordaba cuando era pequeño y sólo estábamos mi abuelo, mi padre y yo para cada comida. De alguna forma eso sólo hacía más triste el momento. Sólo me bastaba ver el resto de las sillas desocupadas para pensar en las que no estaban.
Cuando mi abuelo falleció, le había insistido a mi padre en comer en la cocina, no necesitaba ver más sillas abandonadas, pero éste se reusaba diciendo que para eso estaba.
Lo cual podría explicar el por qué el comedor de mi departamento, que aunque obviamente era más pequeño, había estado sin usar hasta que se mudó Ángela.
No se imaginaba explicándole por qué no le gustaba usarlo. Así que se acostumbró a hacerlo.
No había sido tan difícil como pensaba.
Tomamos nuestros lugares, listos para comenzar.
- ¿Y ya terminaron de establecerse en el departamento? – pregunta mi padre.
- Aún faltan algunas cosas, pero casi todo está listo – contesta Ángela.
Esta cena será mi infierno personal.
- ¿Y están a gusto? ¿No se ven apretados ahora que son dos?
- Papá – era hora de interferir -, el departamento es muy amplio, incluso para nosotros dos.
- ¿Estás seguro? Porque bien podrían venir aquí. Hay demasiado espacio para todos.
Mi infierno en muchas maneras.
- Ya lo hemos hablado antes. Necesitamos nuestro propio espacio.
Ángela estaba silenciosa, tratando de no mirar demasiado hacia nosotros. Pero cuando el silencio, aunque era breve, empieza a sentirse incómodo, trata de intervenir.
- Eso dice ahorita, seguro que cuando seamos más no dirá lo mismo.
- ¿Más? – pregunta su padre desconcertado.
- Ya sabe, cuando aparezcan algún nieto o dos.
- Nietos – dice mirando a su hijo significativamente -. ¿Y cuántos piensan tener?
La pregunta, obviamente iba dirigida a mí.
- Si lo que te preguntas es si está embarazada – se me ocurre decir, pero estaba seguro que en el momento en que estuviéramos solos me pediría una explicación -, la respuesta es no. Todavía hay tiempo para eso, ¿verdad?
- Sí. Todavía hay tiempo.
Estaba en el despacho observando las fotos que tenía Julio sobre el escritorio.
Después del momento tenso que habíamos pasado en un principio, las cosas mejoraron al tomar temas más triviales, evitando caer en las mismas discusiones.
Una de las fotos mostraba a un hombre muy mayor con un jovencito de tal vez unos 10 u 11 años de edad, no más, sentado sobre sus piernas.
El pequeño no podría ser otro más que Daniel. Tenía casi las mismas facciones que actualmente, sólo que más redondeadas, mostrando un poco del hombre guapo que llegaría a ser.
- Tu abuelo – digo tomando la foto.
- Si – confirma Daniel, antes de rodearme con sus brazos por la espada -. Éramos muy unidos.
Volteo a verlo.
La nostalgia que había percibido en su voz podía verla en su rostro mientras miraba la foto.
- Esa foto fue tomada unos meses antes de que enfermara y muriera.
- ¿Cuántos años tenía?
- 72.
Observo de nuevo la foto.
El hombre aparentaba más edad. Aunque si me fijaba bien, podía ver que se debía más a esa postura que mostraba, como si cargara todo el peso del mundo sobre sus hombros.
Me pregunto si se debía al estar al mando de una empresa tan importante como la que manejaban. Seguro tener tanta gente a sus órdenes era una gran responsabilidad.
En la actualidad no era novedad saber que el estrés causaba ciertos estragos, los cuales incluía un desgaste físico.
Y ahora me pregunto si eso mismo pasará con Daniel. No sé bien la edad de Julio como para saber si lo mismo ocurre con él.