Salía de una de las tantas librerías a las que he estado asistiendo en busca de material para mi investigación, cuando veo a un par de gitanas caminando por la acera de enfrente.
Sabía que alguno que otro ancestro había acudido a ellos en busca de la solución.
No sería nada nuevo. Pero no perdía la esperanza que en esta ocasión sucediera algo diferente, o hubiera un detalle que pasó desapercibido.
Sin otro pensamiento en la cabeza más que lograr mi objetivo, corro hacia ellas, esquivando por poco un auto que venía hacia mí.
- Disculpen – digo un poco agitado, cortándoles el camino -. ¿Podrían ayudarme?
La mayor de ellas, que calculo sería de mi edad, me veía con desconfianza.
Intentaba poner a la más joven detrás de ella.
Había cierta similitud entre ellas, aunque la pequeña, que bien podría estar atravesando la pubertad, tenía una tez más clara que la apiñonada de la otra, tenían ese aire que hace suponer que son familiares.
- ¿Qué se le ofrece? ¿Alguna lectura? – pregunta la mayor.
- Es algo más complicado.
- ¿Cómo qué tan complicado? – la mujer me estudia. Casi podía asegurar que calculaba qué tanto podría pagar.
- Necesito saber cómo romper una maldición.
- ¿Una maldición? – sonríe la mujer como si no lo creyera.
- Sí. Una maldición – respiro profundo antes de cometer algún error que pudiera ahuyentarlas sólo por mi falta de paciencia -. Una gitana maldijo a uno de mis antepasados, y ésta se ha mantenido hasta la fecha.
- Una maldición antigua – dice la joven saliendo de detrás de la otra para acercárseme.
Cuando la mayor trata de alejarla de mí, ésta le da una mirada de fastidio. Pero a diferencia de cualquier mayor que hubiera pasado lo mismo con alguien de su edad, ésta le hace caso y la deja en paz.
- Si – asiento aun sorprendido al ver quien era la que llevaba las riendas -. ¿Podrán ayudarme?
- ¿Y por qué habríamos de hacerlo? – interviene la mayor -. Si la tienes es porque seguro le han de haber hecho algo a ella.
- Eso fue en el pasado. No los demás. No yo.
- Nosotras no podemos hacer nada – vuelve a hablar la joven -. Pero hay alguien que podría ayudar.
- ¿Podrían llevarme con esa persona?
Sabía que estaba rompiendo una de las reglas de oro en cualquier negocio. No había nada peor que mostrar la necesidad de obtener aquello que la contraparte tenía, ya que le estabas dando el poder en la transacción. Pero como no había nada que no estaba dispuesto a dar por ello, no me importaba cuan caro podrían cobrarme mientras lo solucionaran.
- Pagaré lo que sea necesario – declaro al darme cuenta que era la única forma de convencer a la mayor.
La joven ve hacia la otra y asiente, como si le dijera que debían hacerlo.
- De acuerdo – cede la mujer -. Pero es algo lejos.
- No hay problema. Podemos ir en mi auto.
- Bien – dice sin mucha convicción, todo lo contrario a la sonrisa que me da la joven.
Antes de que pudieran arrepentirse, las dirijo hacia mi auto.
Por primera vez desde que me había enterado del embarazo, sentía esperanza.
Sabía que era como agarrarse a un clavo caliente pero no importaba, era mi única oportunidad y la tomaría.
Tuve que manejar por unos buenos minutos para llegar hasta donde se encontraba la comunidad.
Después de que estacionara donde me indicó la joven, todos los presentes miraron el auto con cautela, no fue hasta que vieron bajar a las mujeres que dejaron de prestar atención. Sólo un poco.
Seguí a mis guías hasta la puerta de un remolque.
- ¡Gustav! – llama la mujer -. Sal. Te buscan – dice al momento en que se gira hacia mí.
- ¿Qué pasa? – pregunta un hombre mientras salía del remolque.
Luce como el típico gitano que siempre veías en la televisión.
Tez morena, cabello negro ondulado hasta los hombros que llevaba en una coleta.
Su edad podría ser de por lo menos 50 años. Al menos sus arrugas decían eso, ya que no se le notaban muchas canas.
- ¿Quién es? – pregunta señalándome.
- Un cliente – le sonríe la mujer.
El hombre, Gustav, asiente y vuelve a entrar.
Ante mi duda, la mujer me señala que lo siga. Claro que antes de poner un pie dentro, se interpone con la mano alzada, recordándome que había algo que debía entregarle primero.
Así que tomo algunos billetes de la cartera y se los doy.
- Gracias – me giro hacia donde seguía parada la joven -. A las dos.
Una vez dentro, veo que Gustav está esperándome, con las cartas sobre la mesa, indicándome que tome asiento frente a él.
- Entonces dime, ¿en qué puedo servirte?
- Me gustaría saber si usted sabe sobre maldiciones gitanas.
- ¿Maldiciones gitanas? – frunce el ceño.
Me estaba cansando de repetir lo mismo.
- Sí. ¿Acaso no ha oído hablar de ellas? Una gitana maldijo a uno de mis antepasados, y se ha estado cumpliendo todos estos años. Quiero saber cómo puedo deshacerme de ella. La joven me dijo que usted podría ayudarme.
- Teresa.
- ¿Cómo?
- Teresa. Ese es el nombre de la chica – me da una mirada fría -. Y la otra es Cecilia.
- Ah, sí. Ellas no me dijeron sus nombres.
- ¿Y usted está seguro que se trata de eso? – vuelve al tema.
- Estoy muy seguro – ahora era yo el que lo miraba fríamente.
Comienzo a dudar si esto ha sido buena idea.
- Las maldiciones gitanas no son muy comunes, y menos que sigan actuando hoy en día. Saca tres cartas, con la mano izquierda – extiende un mazo de cartas frente a él.
Después de que volteara las cartas, las analiza detenidamente.
- Hay alguien aferrado a ti. Un espíritu enojado. Antiguo. Alguien que espera cierto acontecimiento.
- Es por la maldición.
- Ella te ha estado vigilando muy cercanamente hace no mucho – continua haciendo caso omiso a mi comentario -. ¿La has visto? – vuelve su mirada a mí por un instante.
- Si – respondo aunque estaba seguro que ya había visto la respuesta en mi cara.
- Lo hace para recordarte lo que pasará. Una vida. Una muerte – ahora es cuando realmente creo en que él es la persona que necesitaba.
- Sí. Hace mucho tiempo, alguien de mi familia enamoró a una gitana para luego dejarla y casarse con una mujer de familia prestigiada. Se supone que cuando ella se apareció en su boda, él la negó y la mandó sacar a la fuerza, así que lo maldijo con que después de que nazca su hijo su esposa moriría. Y así ha estado ocurriendo todo este tiempo.
- ¿Cuándo ocurrió?
- Alrededor de 1804.
- Obviamente la mujer murió.
- Después de maldecirnos – al ver el gesto que hace, como si no fueran buenas noticias, pregunto -. ¿Tiene algo que ver? Se ahorcó después de que la sacaron de la boda.
Se queda callado unos segundos, pero fueron suficientes para inquietarme.
- Así que nadie tuvo oportunidad de convencerla de lo contrario.