El Legado

Capítulo 27

- ¿A dónde vas?   

- A la cocina. ¿Quieres algo?  

Estábamos en la sala, acurrucados viendo, a petición de ella, una comedia romántica.  

- ¿Antojos de nuevo?  

No había pasado ni media hora desde el último. Esta vez había sido chocolate caliente, que aunque no era tan extraño como otros, no era común tomarlo cuando estamos en pleno verano.  

- Cuando Sergio pide, hay que obedecer – dice encogiéndose de hombros, como si eso lo explicara todo.  

- Sí, claro. Sergio – aún estoy riendo cuando se va.  

Nos habíamos enterado del sexo tan pronto se pudo. Lo cual no era una novedad para mí que la respuesta fuera “un varón”. Así que apenas lo supo, quiso que se llamara Sergio, igual a mi abuelo paterno.  

Pauso la película, tratando de evitar cualquier otro pensamiento que se pudiera colar y cambiar mi buen humor, cuando escucho que tocan a la puerta.   

Sólo que al abrir me topo con la última persona que hubiera creído vería.  

- ¿Qué haces aquí? – le exijo en voz baja, cuidando de que Ángela no se asome.  

- ¿No me invitas a pasar? – pregunta como si nada de lo que hubiéramos discutido antes pasó.  

- Es mejor que te vayas.  

Intento obstaculizar la entrada, tratando de mantenerla fuera, pero ésta se había logrado colar un poco. Aunque seguía cerca de la puerta.   

- Eso quiere decir que aún no se ha muerto – ladea la cabeza con aparente pesar que no engañaba a nadie.  

- Sabes bien que no – sólo bastaba eso para enfurecerme.  

Era en momentos como éste donde me preguntaba, cómo pude pensar en estar con ella. En ningún momento vi algún signo de arrepentimiento o duda en lo que estábamos haciendo. Claro que yo también tenía culpa, pero por lo menos me había arrepentido. Tarde, pero lo hacía.   

Aparte de que cargaría con las consecuencias.  

- Como que se está tardando – esta vez no disfraza el fastidio en su voz.  

- ¿Y eso a ti qué te importa? Nada cambiará.  

- ¿Tan seguro estás? – me sonríe de una forma que sólo hacía que me hirviera la sangre.  

- Vete – intento decir lo más calmado posible -. Por favor.   

Lo que menos necesito es discutir con ella, arriesgándome a que Ángela nos escuche.  

- Uy. Demasiado tarde – dice aún más sonriente, feliz de ver lo que había tras de mí.  

No necesitaba ser un genio para saber qué era.  

- ¿Quién es? – pregunta Ángela.  

- ¡Ah! Ahí está la pobre madre – habla Maite antes de que yo pueda hacerlo, al mismo tiempo que se abría paso.  

- ¿Disculpa?   

- Ella ya se va – interfiero en un intento de salvar la situación.  

- ¿Ángela, verdad? – prosigue ésta como si yo no estuviera presente -. La pobre mujer que se sacrificará para desviar la maldición de Daniel, ¿cierto?  

Ángela resopla por la incredulidad.  

- Creo que estas algo confundida – le sonríe desafiante.  

- No. Más bien tú no sabes nada – avanza hasta la sala, haciendo que incluso Ángela la siguiera a unos cuantos pasos de distancia -. Daniel te ha dejado a la sombra de todos sus planes, ¿cierto?  

- ¿No crees que es algo denigrante venir aquí y decir toda esas tonterías de tu ex? Pensé que tenías más clase. 

Me interpongo antes de que a Maite se le ocurra ir sobre ella, tomándola del brazo para sacarla de ahí de cualquier forma.   

Sólo que eso no la detiene en hablar.  

- Por supuesto que tengo clase. Mucho más que tú. Por eso te escogí para que te casaras con él – logra decir mientras la llevo hacia la puerta.  

- Por favor – la incredulidad era palpable en la voz de mi mujer.  

- ¡Vamos, dile cómo lo planeamos! – ahora se dirige a mí -. Dile como acordamos que te casaras con ella para que cuando desapareciera pudiéramos estar juntos.  

- Ya vete – es mi única respuesta mientras sigo tratando de llevarla fuera, aunque estaba siendo más difícil de lo que creía.  

- ¿Ves? Ni siquiera puede negártelo.  

- ¡Espera! Déjala que hable – Ángela se acerca cruzándose de brazos frente a nosotros, dándole la oportunidad de hablar -. Ahora sí, saca todo tu veneno. 

Está claro que no le cree ni una palabra. Si tan sólo se pudiera quedar así.  

- Bien – se sacude mi mano para que no la siga sujetando -. Como sabes, Daniel y yo estábamos juntos. Él quería formalizar las cosas pero había una maldición en su familia que lo detenía.  

- Una maldición – repite Ángela como si fuera lo más absurdo que haya escuchado.  

Ni siquiera me molesto en negarlo. No tenía cara para ello.  

- Sí. Después de que tenían a su hijo, sus esposas morían. Claro que él no deseaba eso para mí, por eso te escogimos a ti – Ángela se toca el vientre de manera inconsciente -. Prácticamente eres la incubadora. Habiendo nacido el niño morirás, y así quedará libre para que estemos juntos – le sonríe con suficiencia.  




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