El Legado de Fuego: Crónicas de las 7 llamas.

Capitulo 7: La Tormenta de Escamas

El camino de conchas blancas los guió por una costa brumosa, donde las olas rompían con furia contenida contra las rocas. El mar estaba inquieto, y el cielo, aunque cubierto por nubes bajas, parecía contener algo más que lluvia. Un presagio colgaba en el aire, denso y húmedo.

Lira y Kael caminaban sin hablar, cada uno procesando lo vivido en el Espejo de las Mareas. Pero incluso en el silencio, había entendimiento. Lira podía sentir el aura de Kael: contenida, poderosa, vigilante. Como si él supiera que aún no habían sido puestos verdaderamente a prueba.

El primer grito rompió el aire como un rayo seco.

Lira giró de inmediato, desenvainando su daga, mientras Kael extendía su brazo y su sombra se estiraba a su alrededor. De entre la niebla emergieron formas serpentinas, mitad peces, mitad hombres, con escamas relucientes y ojos vacíos como pozos sin fondo. Criaturas marinas corrompidas, nacidas de magia antigua: los Ahogados del Abismo.

—No deberían estar tan cerca de la costa —murmuró Kael, tensando la mandíbula.

—¿Qué son? —preguntó Lira, dando un paso atrás al ver cómo una de las criaturas arrastraba un tridente oxidado con restos de coral.

—Hijos del Mar Roto. Espíritus de navegantes traicionados por su propia ambición. Sirven a algo… más profundo. Más antiguo —respondió Kael—. Y nos han olido.

Los Ahogados lanzaron un chillido agudo y se lanzaron hacia ellos.

Lira reaccionó instintivamente, invocando la llama del espíritu. Su daga brilló con fuego blanco mientras cortaba el aire. Uno de los seres cayó al instante, convertido en espuma. Pero otros tres la rodearon, moviéndose como una sola corriente.

Kael levantó ambas manos y la sombra a sus pies se alzó como un muro. De ella emergieron cadenas negras que atraparon a dos de los monstruos, frenándolos a tiempo. El tercero se lanzó sobre él, pero Kael no se movió: simplemente dejó que el enemigo atravesara su figura, que se volvió intangible como una sombra en el crepúsculo.

—¡Lira, el del centro! ¡Su núcleo brilla! —gritó Kael.

Lira localizó el punto: una piedra azulada incrustada en el pecho de uno de los Ahogados. Canalizó la llama del espíritu en un proyectil de energía y lo disparó. El impacto fue preciso. La criatura se disolvió en una nube de agua salada y silicio.

Los demás vacilaron. Uno chilló y se volvió hacia el mar, pero Kael lo atrapó con su sombra y lo redujo a niebla. El último intentó abalanzarse sobre Lira por la espalda, pero esta giró en un solo movimiento y lo decapitó con su hoja ardiente.

El silencio volvió a caer. La bruma se disipaba lentamente.

Lira jadeó, con las manos temblorosas, pero no de miedo. De energía.

Kael se le acercó, la mirada tranquila.

—Luchas como si tu fuego ya supiera quién eres.

—A veces siento que me guía más de lo que yo lo guío a él —admitió, limpiándose el sudor de la frente.

Kael asintió.

—El fuego escucha. Pero también prueba. Hoy pasaste otra prueba. No fue del agua… ni de la oscuridad. Fue del vínculo.

—¿Entre tú y yo? —preguntó ella.

—Entre todas las llamas que habitan en ti —dijo Kael, y por primera vez, esbozó una leve sonrisa—. Y entre tú y los que caminarán a tu lado.

Lira lo miró con una mezcla de respeto y algo más profundo. Confianza, quizás.

—Gracias por luchar a mi lado.

Kael miró hacia el horizonte, donde una figura esperaba aún sobre la roca negra azotada por el mar.

—Aún no ha terminado. La Llama del Agua nos espera. Y el océano guarda sus propios secretos.




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