La puerta de piedra se abrió al amanecer, como si hubiera estado esperando el momento justo. No hubo ritual ni llave: solo el paso del tiempo… y el fuego adecuado.
Lira se acercó primero. Sintió cómo la energía en sus venas respondía, como si el lugar la reconociera. El aire que escapó del umbral era antiguo. Denso. Cargado de una magia primitiva que no se sentía ni viva ni muerta.
—Esto no es un templo —murmuró Aerya, tocando los grabados con cuidado—. Es más viejo que eso. Es… un recuerdo enterrado.
Bajaron en silencio. Escalones curvados de piedra negra los llevaron a una sala circular sin techos, cubierta por raíces secas y símbolos de fuego. En el centro, un brasero apagado… y a su alrededor, siete columnas rotas, cada una con un símbolo distinto.
Lira caminó hasta el brasero.
—Parece un altar —dijo Naia, encendiendo una pequeña chispa sobre su palma.
Pero al contacto con el brasero, la llama no ardió.
Se hundió.
Y entonces, la sala tembló. Los símbolos brillaron con fuego espectral, y una voz, profunda y múltiple, llenó el lugar como si viniera de las piedras mismas:
“Siete llamas nacieron del fuego eterno.
Siete almas para contener su furia.
Siete fragmentos para evitar la ruina.”
El grupo se quedó inmóvil. Lira dio un paso atrás, pero la voz continuó.
“El fuego original no era creación.
Era juicio.
Era hambre.
Y las llamas… fueron cadenas.”
—¿Cadenas? —preguntó Kael en voz baja.
Entonces, del brasero, surgió una figura hecha de ceniza y luz. No tenía rostro, pero se movía con gracia antigua. Y habló solo para Lira:
—Tú portas la llama madre. Pero no sabes lo que eso significa. La grieta no es solo una herida… es una puerta de regreso.
Y el Enmascarado no busca conquistar… busca liberar.
—¿Liberar qué? —preguntó Lira, con voz trémula.
La figura se desvaneció.
Y en su lugar, apareció un grabado ardiente en la piedra: una figura encerrada en un anillo de fuego, con siete almas alrededor, cada una marcada con un símbolo.
—Este lugar fue creado para advertirnos —dijo Taren.
—O para prepararnos —añadió Liora, con un escalofrío.
El grupo volvió a subir en silencio, con la sensación de haber tocado algo que no debían haber despertado.
Al salir, Lira miró al cielo.
La grieta… había crecido.
Y por primera vez, no sintió que el fuego dentro de ella la protegiera.
Sintió que la vigilaba.
Editado: 30.04.2025