El Legado De Las Sombras

CAPITULO 12

Me desperté sobresaltada. La habitación estaba en silencio absoluto, tan silenciosa que podía escuchar el sonido de mi propia respiración. Miré el reloj de la mesita de noche: 2:03 a.m.

No sé por qué, pero algo dentro de mí me impulsó a salir. Me puse una chaqueta ligera, sin pensarlo demasiado, y abrí la ventana con cuidado para no despertar a mamá.

—¿Qué demonios estoy haciendo? —susurré, mientras ponía un pie en el césped húmedo.

¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Acaso me he vuelto loca?
Seguro es mi imaginación, otra vez… pero ¿y si no? ¿y si hay algo ahí afuera esperándome?

Caminé con pasos inseguros por el jardín, la hierba empapando mis zapatillas. El frío me atravesaba, pero no era eso lo que me hacía temblar, sino la sensación de que alguien… o algo… me observaba.

De repente, mis pies se detuvieron frente a un montículo de tierra removida. Era extraño, como si alguien hubiera intentado enterrar algo apresuradamente.

—No, Emma… regresa —me dije en voz baja, casi rogándome a mí misma—. No tienes por qué meterte en esto.

Es absurdo. Nadie entierra nada aquí, es solo tu paranoia.
…Pero si no miro, me voy a arrepentir.

Me arrodillé, hundí las manos en la tierra húmeda y empecé a removerla con torpeza. La tierra se metía debajo de mis uñas, raspándome la piel.

—Dios… ¿qué estoy haciendo? —murmuré con la respiración agitada.

Entonces lo vi. Un cuaderno sucio, cubierto de barro, con la tapa desgastada… y en el centro, el mismo símbolo de antes.
Ese maldito símbolo.

—No… no puede ser. ¿Otro? —la voz me salió quebrada, apenas audible—. ¿Cuántos más hay?

Esto no es coincidencia. No puede serlo.

Sentí cómo el corazón me golpeaba el pecho con violencia. Tomé el cuaderno con manos temblorosas, casi con repulsión.

—No quiero esto… pero tampoco puedo dejarlo aquí —susurré, apretando los dientes.

Corrí de regreso. No miré hacia atrás. Las sombras parecían moverse conmigo, cada árbol inclinándose como un testigo amenazante.

Entré en casa jadeando, subí las escaleras y me encerré en mi habitación. Con manos torpes, abrí el cajón más profundo del escritorio y escondí el cuaderno.

Me quedé quieta frente a él, con la frente empapada de sudor frío.

—Bien hecho, Emma —me dije en un tono sarcástico, casi en un suspiro—. Muy valiente. Sales en plena madrugada, desentierras cosas que claramente no deberías tocar… y luego las escondes en tu cuarto como si fueran un trofeo.

Hipócrita. Te mueres de miedo, pero no puedes soltarlo.
Dices que no quieres saber nada, pero corres directo a enterrarte en secretos que ni siquiera entiendes.

Cerré los ojos, presionando los párpados con fuerza.

—Basta… cállate ya —me dije a mí misma, ahogada en un susurro.

Pero el peso del cuaderno, aunque oculto en el cajón, parecía aplastarme el pecho.

Algo me decía que esa noche, sin saberlo, había cruzado una línea de la que no podría volver atrás.

El reloj avanzaba lento, como si cada tic-tac se burlara de mí. No había podido dormir desde que metí ese cuaderno en el cajón. Cada vez que cerraba los ojos, sentía como si las páginas respiraran dentro de la madera, como si quisieran abrirse solas.

“No debería haberlo traído, fue un error, un gran error.” Pero al mismo tiempo, “si no lo hacía, ¿quién más lo encontraría? Mejor yo que cualquiera de ellas.”

Esperé, como un animal al acecho, a que la primera se moviera en la casa. Cuando escuché el crujido del piso, corrí a abrir el cajón y lo apreté contra mi pecho.

—Chicas... —susurré cuando entraron Mía y Harper a la sala.

Ellas me miraron con ojos pesados de sueño, pero al ver el objeto entre mis manos, sus expresiones cambiaron. Mía frunció el ceño.

—Emma... ¿qué hiciste?

Tragué saliva. Mentir, o decir la verdad... siempre la misma decisión absurda.

—Lo encontré afuera, en la madrugada. Estaba... enterrado.

Harper, sin esperar más, lo arrancó casi de mis manos y lo colocó sobre la mesa. Con cuidado, pasó los dedos por la tapa cubierta de tierra seca y polvo. Su mirada se ensombreció.

Yo no entendía nada. Solo veía manchas negras, garabatos incomprensibles.

—¿Qué tipo de idioma alienigena es esta? —dijo Mía, inclinándose sobre el cuaderno.

Yo asentí, fingiendo calma. “Qué alivio que no soy la única ignorante. Pero claro, Harper no tarda en hacerse la lista.”

Y así fue.

Harper abrió el libro y sus ojos se encendieron de un modo extraño.

—Esto no está en ningún idioma común —dijo con voz baja, casi reverente—. Es Shael’ar.



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En el texto hay: 20 cap

Editado: 27.08.2025

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