Harper pasó la mano por la tapa del cuaderno, quitando la tierra seca que aún quedaba incrustada en las esquinas. Sus ojos brillaban con ese aire sabelotodo que siempre la acompañaba, y que, sinceramente, me sacaba un poco de quicio.
—Este es un diario, el diario de Maximilian para ser exactos —dijo con calma, abriendo las páginas.
Yo fruncí el ceño, acercándome para mirar mejor los símbolos extraños, oscuros, que parecían más garabatos que letras.
¿En serio espera que yo entienda algo de esto? Si apenas llegue a pueblo hace unos días …
—Está en shael'ar —continuó Harper, ignorando mi cara de confusión—. Ese idioma es medio complicado .
Me quedé paralizada un segundo. El nombre ya me sonaba lo suficientemente turbio como para provocarme escalofríos.
Genial, una lengua de sombras. Como si nos faltaran cosas raras. ¿Qué sigue? ¿Un demonio con contrato notariado?
Mía abrió los ojos como platos, claramente igual de perdida que yo.
—¿Y eso… qué significa? —preguntó, rascándose la cabeza.
—Fue creado por los primeros habitantes del pueblo —explicó Harper, acariciando con reverencia las páginas, como si el cuaderno fuera una reliquia sagrada—. El principal responsable fue Maximilian von Feuer. Él inventó el idioma para que solo algunos pudieran entender los sacrificios que realizaban.
Sacrificios. La palabra me golpeó como una piedra en el estómago.
¿Sacrificios? ¿En serio? No, gracias. Yo vine a este pueblo para respirar aire puro y ahora parece que vivo en un maldito ritual pagano. Aunque, pensándolo bien, quizá debería alegrarme… suena interesante. No, no, qué horror, Emma. No puedes pensar eso.
Pasé las páginas con rapidez, queriendo encontrar algo menos macabro, y noté algo extraño: las primeras hojas no estaban llenas de símbolos incomprensibles. Había frases sueltas, palabras en castellano, intentos torpes de traducir.
—Chicas… miren esto. —señalé una línea medio borrada: il'vhaen droun'tar velith (La sangre abre las puertas)
Me tragué la incomodidad y volví la vista hacia Harper.
—¿Entonces alguien ya intentó traducirlo antes que nosotras? —pregunté.
Harper asintió lentamente. —Eso parece.
El silencio cayó como una losa. Yo pasaba las hojas con más rapidez, encontrando notas interrumpidas, frases sin terminar, como si la persona que escribió allí hubiera tenido que abandonar el trabajo de golpe.
¿Qué le pasó? ¿Por qué no terminó? Tal vez murió… o desapareció. Seguro es eso. Sí, claro, como si fuera tan fácil desaparecer sin que nadie pregunte. Pero… ¿y si sí? Mejor no pensar en eso. Aunque, bueno, es obvio que pasó algo raro…
Me quedé mirando el cuaderno, con los dedos temblando un poco. Tenía la sensación de que no debíamos tenerlo, que no era nuestro lugar leerlo. Pero al mismo tiempo… no podía dejar de sentir esa curiosidad venenosa, esa necesidad de saber más.
Esto va a terminar mal, Emma. Muy mal. Pero igual quiero seguir leyendo.
—Eliot también sabe el idioma —dijo Harper con la naturalidad de quien ya lo había pensado todo antes—. Y si Eliot lo sabe… entonces Julian también. Eliot se lo enseñó.
Sentí cómo algo dentro de mí se tensaba al escuchar ese nombre. Julian.
No tenía por qué afectarme tanto, pero el calor subió a mis mejillas de manera traicionera, como si mi propio cuerpo quisiera delatarme frente a las demás. Me forcé a mirar el diario, a enfocarme en las letras negras y retorcidas del Shael’ar, pero era inútil: la mención de Julian seguía ahí, rebotando en mi cabeza.
¿Por qué me pongo nerviosa? No es como si… no es como si él significara algo.
Pero claro, mi corazón no opina lo mismo.
Me mordí el labio para no dejar escapar ninguna palabra torpe. Sabía que Harper y Mía podían notarlo, que me observaban con esa mirada que lo entiende todo aunque yo me empeñe en negarlo.
—¿Julian? —preguntó Mía, arqueando una ceja como si quisiera leerme los pensamientos—. ¿Y cómo es que él…?
—Porque Eliot confió en él —respondió Harper con firmeza—. Y si Julian sabe leer esto, quizás él también…
No quise escuchar el final de la frase. Mi mente ya estaba demasiado ocupada imaginando la posibilidad de tener que acercarme a Julian, de tener que hablar con él, de que mis nervios se enredaran hasta hacerme quedar como una completa tonta.
No sé qué me pasa. No debería importarme. Con todo lo que tenemos encima, ¿por qué justo ahora mi corazón decide correr como si estuviera en una carrera? ¿Por qué justo él?
Me crucé de brazos, fingiendo frialdad. Ojalá funcionara. Ojalá pudiera engañarme a mí misma. Pero no. El rubor en mis mejillas seguía delatándome.
Y lo peor es que, en el fondo, no era solo nerviosismo. Era miedo.
Miedo de sentir algo que no debía, de que me hirieran, de que él me viera como yo ya lo estaba viendo.
—Emma, ¿estás bien? —la voz de Harper me sacó de golpe de mis pensamientos.