El Legado del Titán

3. El valle de Northang

Cuando despertó sintió como si un millón de centauros le hubiera pasado por encima. La cabeza le dolía horrores y percibía su rostro acartonado como consecuencia de las lágrimas que debía de haber derramado aun en estado de inconsciencia. Se incorporó ligeramente y observó a Korbian tumbado a su lado, con un paño ensangrentando aferrado en su puño. No sabía cuánto tiempo había estado durmiendo, pero fuese el que fuera, había sido demasiado. Oteó la gruta en la que debían de haberse resguardado del frío, una cueva angosta y poco profunda en la que el viento silbaba de forma insistente.

Dyran se incorporó, algo más tranquilo, convencido ya de que no iba a morir como le había sucedido al pobre Lasus, un inconsciente que había trepado hasta lo alto del molino, precipitándose desde él sólo para demostrar un temerario valor que había terminado por llevarlo a la tumba.

Cargó con el arco de caza y la espada. Antes de abandonar aquella recóndita gruta a la que Korbian le había llevado, tomó también la de este y se encaminó, entonces sí, hacia fuera.

El sol declinaba ya en la lontananza cuando retomó la marcha. Una congoja batallaba contra él mismo en su corazón, advirtiéndole sobre la dureza del titán, su fuerza y lo complejo de vencerle en un duelo, pero no esperaría a Korbian, con quien no quería estrechar ningún tipo de relación. Recordar cada contacto físico con él le escocía, cada gesto de preocupación. Quizás hubiera podido aceptarlo en un pasado, antes de que fuese tarde para su madre, mas no cuando la había visto morir en aquellas lastimosas circunstancias, incapaz la mujer de maldecir al hombre que la había abandonado con un hijo, y ni siquiera capaz de inculcarle un odio hacia él que Dryan ansiaba sentir.

Era su vida la que estaba en peligro por culpa de aquel extraño; sus jugarretas y tratos con criaturas que su madre siempre había calificado de oscuras y siniestras, las que lo tenían contra las cuerdas. Y sería él mismo quien salvaguardase su propia vida.

El frío serenaba sus pensamientos y también aplacaba el dolor de su cabeza. La sangre seca se le había apelmazado en la herida en un continuo recordatorio de lo vivido; un recuerdo que generaba una batalla en su interior: por un lado, la determinación de acabar cuanto antes con el titán y poner a salvo su vida; regresar a aquella sencilla existencia en el campo, lejos de asuntos que a él se le antojaban grandes. Por otro, el temor inusitado a enfrentar de nuevo al titán y ver rubricado un final muy distinto al anterior.

A pesar de su vacilación, sus piernas continuaron con paso firme y acompasado hasta que al fin, tras un largo avance, llegó hasta un inesperado lugar: multitud de tumbas se extendían a lo largo y ancho del valle, abriéndose paso entre la nieve; algunas, más cuidadas. Otras, viejas y desgastadas. Un estandarte ondeaba en lo que debía de ser el centro de aquel llamativo panteón.

Se acercó, con el corazón encogido y la mano en la empuñadura de la espada. El viento soplaba allí gélido y con mayor fuerza, sacudiendo con furia las ondas oscuras de su cabello. Dryan se ajustó la capa y trató, inútilmente, de infundirse algo de calor en sus manos. Logró atisbar algunos nombres escritos sobre las rocas de aquellas tumbas, escuetas, sencillas y a la vez, solemnes.

Una fuerte respiración tras de él tensó todo su cuerpo y le hizo tragar saliva. Volteó ligeramente la cabeza y aun de reojo, fue capaz de distinguir la enorme silueta del titán. ¿Cómo era posible que hubiera llegado hasta allí sin que él se diera cuenta? –se preguntó–. Observó la empuñadura de su acero y se volvió lentamente, como si temiera que el gigante pudiera interpretar algún movimiento como un inesperado ataque y se lanzase a por él. Sin embargo, había llegado hasta allí para eso, para luchar. Aun así, tener de nuevo allí a aquella mole derrumbó toda su determinación y por un momento se sintió como un niño pequeño ante las consecuencias de unos actos antes advertidos por sus mayores. Percibió un escalofrío al reparar en el ojo que él mismo le había vaciado. La furia del titán se concentraba en el otro, pero su voz relajó la tensión en los músculos de Dryan.

–Vete –se limitó a decir–. Aléjate de aquí y no vuelvas.

La tierra tembló cuando el gigante dio un paso al frente e, instintivamente, el muchacho se apartó. Renqueante, el titán se posicionó de espaldas a aquel panteón y se encaró de nuevo con Dryan.

–Alejaos de aquí –exigió.

–¿Qué es esto? –preguntó el joven, confuso ante aquella visión.

–Marchaos –insistió el titán.

–¿Por qué? –quiso saber Dyran–. ¿Por qué no intentas acabar conmigo como hiciste antes?

El titán alzó la mirada y después volvió a centrar en él su atención.

–Porque tú no eres la amenaza –respondió al fin.

–¿Eso crees? –espetó Dryan, molesto.



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En el texto hay: magia, fantasa, gigantes

Editado: 03.03.2019

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