El legado mortal: La ultima Blavatsky

Capitulo 1. Décimo octavo

 

 

 

 ¿Nunca has sentido que tu vida no es la que es? Digo, como si nada fuera real o simplemente esa vida no te perteneciera, como si ese no fuera tu destino a seguir. Eso estoy sintiendo yo ahora, que después de levantarme por los sueños extraños atormentadores de todos los días, tengo una sensación desconocida, indescriptible, algo que no puedo explicar, tal vez solo comparar con la irrealidad.  

 Hoy es 31 de mayo, mi cumpleaños y último día de colegio. Se lo que me espera al cruzar esa puerta: dos padres esperando con un pastel en la cocina, y la soledad que me acompaña mutuamente. Me visto como siempre: un jean negro y una remera negra, como hace frio—típico de Crowdly Ville— me pongo un suéter y mi campera de cuero, que a veces es un gabán marrón o rojo. Estoy prepara para bajar las escaleras, afrontar los dieciocho años y un futuro por recorrer, me da miedo. A pesar de tenerlo todo planeado, me da miedo el futuro, es algo que me viene carcomiendo la cabeza hace un gran tiempo. Ahora era mayor, si daba un paso en falso eso provocaba consecuencias, no tendría a mis padres cubriéndome en mis problemas.

—Feliz cumpleaños a ti…—canturrea mi padre al verme entrar en la cocina. Como supuse tiene un pastel en sus manos, con dieciocho velas prendidas. Una pequeña sonrisa se quiere hacer ver en mis labios.

—Que todos tus deseos se cumplan mi querida— mi frente es besada por la mujer que me cuido toda mi vida, les sonrió a los dos y doy un soplido que acaba por apagar todas las velas, el humo de ellas se expande logrando ser inexistente a la vista pero dejando ese olor típico.

Mi desayuno consiste en el rico pastel comprado y un café, hoy nada saludable y tengo que aprovechar eso. Aun sentada en el taburete de la isla, un dolor de cabeza me invade, es tan fuerte que me saca un quejido de dolor. Voces, golpes y gritos, la voz se me hace conocida y aun así no logro descifrar a quien pertenece, el mal momento finaliza al escuchar algo romperse, caigo en la realidad. Patrick y Regina (mis padres) me miran cerciorando que este bien, veo una chispa de preocupación recorrer sus rostros y uno de ellos se levanta rápidamente a atenderme, la nariz me ha comenzado a sangrar como tal manantial. Me invaden de preguntas, a tal punto que tengo que pedir silencio por el dolor insoportable de cabeza. Todo para y logro estabilizarme, no sé qué paso, no entiendo nada. Pero me hago la tonta diciéndoles que estoy bien, que iré al último día de clases, lo necesito. Se ofrecen en llevarme, me niego, ellos debían trabajar. Termino el trozo de pastel, les sonrió mientras tomo mi mochila, salgo de la casa con las llaves de mi moto en mano y me coloco el casco.

“Ultimo día de mi pesadilla, aquí vamos. Y hola primer día de mi nueva pesadilla”

El motor ruge, avanzo entre las mojadas calles de Crowdly. Mi pueblo era grande, se dividía en tres: Sur, norte y oeste. En el Norte estaban las personas adineradas, clases sociales altas, era el lado más seguro de todo Crowdly. Luego tenías el sur, donde había gente que no era rica, pero tampoco pobre, tenía sus cosas malas como pequeñas inseguridades, y un seguía siendo muy bonito. Y el último, el lado oeste era la parte insegura de Crowdly, donde nadie se avecinaba ni de chiste. En el este del pueblo se extendía el gran bosque y montañas, un lugar maravilloso de día, pero aterrador de noche. La gente iba de aquí para allá, algunas montándose en sus autos para ir a trabajar, estudiantes, gente corriendo o sacando a pasear a sus perros. Distraída en mi mundo no me di cuenta de lo que tenía enfrente, frené de golpe ocasionando que las ruedas chirríen. Ante mis ojos se encontraba un gran lobo, tan grande que seguramente parado en dos patas medios dos metros, y tan negro como el carbón, estaba herido, extrañamente podía sentir el olor a sangre entrar por mis fosas nasales a pesar de la lejanía, confirme mis sospechas al ver gotas caer por su muslo. Mire a los lados, pero aquella calle estaba deshabitada, volví a fijar mi vista en el lobo y este corrió, lo segui con la vista a donde sea que este yendo. Sorprendida por la situación, ya que nunca había visto uno, aceleré lo más rápido que pude para no llegar tarde al último día. Era sabido que en Crowdly había lobos, pero era extraño que salieran a las calles, el pobre seguramente al estar lastimado buscaba ayuda.

Al llegar al colegio estaciono mi moto, me quito el casco y camino por el estacionamiento, lleno de estudiantes celebrando y otros tristes, yo estaba en el medio de todo. En un limbo, con pie dentro y el otro fuera. No quería dejar el pueblo por mis padres a pesar de haber conseguido grandes oportunidades fuera. Mi meta era estudiar artes. En su debido tiempo averigüe en la universidad de Crowdly, pero no incluían lo que yo quería y gracias a profesores de mi instituto que tenían contactos se me abrieron puertas a Chicago, Londres y Australia, las dos últimas tan lejos pero tan soñadoras. La universidad de Sydney estaba en el primer puesto, tenia el mejor programa de artes y era publica, por lo tanto, solo debía pasar los exámenes de ingreso. Dejando de lado el tema universidades y oportunidades, busco a mis amigos, doy con la melena castaña de Katie

—Ali reportándose— digo en forma de comandante, saludo a mis dos amigos de la infancia con un beso en la mejilla, ellos me saludan efusivamente por ser mi cumpleaños y caminamos por los pasillos al auditorio. En el último día no se solía hacer nada, eran despedidas, etc. La graduación ya había sido hace dos noches, se tuvo que adelantar por problemas de organización.

—Te has convertido en toda una niña mayor, no puedo creerlo— suelta Thomas dándome una vuelta, ignoro el hecho de que me vio el trasero descaradamente sigo mi camino.

Algunos estudiantes me deseaban feliz cumpleaños, otros simplemente me saludaban por conocerme. No era alguien antisocial, tampoco con grandes grupos de amigos. Con el paso del tiempo allí, descubrí que si quiero pasar desapercibida era mejor siendo social, porque si eres la niña callada y silenciosa solo logras que todos te miren aún más y más. Katie y Thomas eran amigos de la infancia, en los únicos que confiaba. Si tenía otros “amigos” pero era de esos que no te cambiarias de ropa frente suya o le dirías el tamaño de tu popo en forma de chiste, era de esos con los que salías de fiesta de vez en cuando o le pedias la tarea si algún día te olvidaste de hacerla, aquellos que saludabas en los pasillos y ya, que tal vez luego te los reencontrabas en Facebook.




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