El legado Pendragon Ii: El renacer

Capítulo 3

Al igual que cada día, Siena cayó al suelo tras la tortura, junto a las cadenas que la mantenían atada. Alistar volvía a burlarse de ella al verla en el suelo, quejándose del dolor que sentía, pero Siena no hizo ningún gesto más allá del temblor que tenía por todo el cuerpo, no quería darle la satisfacción de disfrutar de su sufrimiento, así que se quedó mirando el suelo hasta que al final él salió de la celda con un sonoro portazo. 

Casi no le quedaban fuerzas y aún sentía un poco de sangre brotando de alguna de sus heridas, pero luchó por no quedarse inconsciente esta vez y se levantó despacio cuando dejó de escuchar los pasos de Alistar en el pasillo. 

Sabía que a partir de ahora tendría bastante tiempo para actuar, pero quería salir de aquella prisión lo antes posible así que se apresuró a buscar el frasco con la planta, quitando el trapo que lo envolvía iluminando la estancia casi por completo. Tras el frasco había escondido un pequeño cuchillo, el que había traído Arlen momentos antes junto a la comida, y buscó en su memoria todo lo que recordara sobre manipular unos grilletes, cosa que Arlen le había enseñado cuando era pequeña y, después de varios intentos fallidos, consiguió abrir el mecanismo de las cuatro cadenas que la mantenían atada a aquel lugar. Era el turno de la puerta. Se acercó a ella con decisión, pero se detuvo varios segundos mirando la enorme puerta gris delante de ella. En ningún momento recordaba que utilizaran ninguna llave para entrar y salir de la prisión. Con el ceño fruncido llevó su mano hasta el pomo de la puerta y el cerrojo cedió con facilidad, a lo que Siena no pudo evitar soltar una risa divertida. 

—Confiaban demasiado en esas cadenas.— dijo antes de volver a tapar el frasco con la tela.

Al asomar la cabeza al pasillo, pudo ver todas las antorchas encendidas, colocadas a lo largo de toda la pared y tomó aire profundamente antes de salir. 

El eco de sus pisadas resonaban por todas partes, pero por suerte no escuchaba nada más que eso, no debía haber nadie, al menos no cerca de donde estaba, y observaba todos los pasillos que recorría con detenimiento buscando la salida con el corazón cada vez palpitando más deprisa.

Despues de demasiado tiempo recorriendo aquellos laberínticos pasillos, se iba a dar por vencida cuando unos peldaños aparecieron frente a ella, en lo alto de las escaleras, había una pequeña puerta de madera, desde la que se veía la luz del exterior entre los tablones que la formaban. 

Siena quiso correr hacia aquellos peldaños, pero unas voces hicieron que se detuviera, escondiéndose tras uno de los muros. 

Dos enormes orcos con pesadas armaduras y portando cada uno un mazo más grande incluso que Siena, hablaban entre gruñidos en la entrada de la prisión, impidiendo el paso entre ella y su libertad. Podría enfrentarse a ellos, pero se sentía aún demasiado débil. “Seguramente acabará mal” pensó la chica con el ceño fruncido. 

Buscó con la mirada alguna forma de distraerlos, y tras uno de ellos pudo ver una puerta abierta, que mostraba lo que parecía una armería, así que dió un rodeo para llegar hasta allí sin que los orcos la vieran. 

Al entrar en la armería, buscó alguna vía de escape, pero no había ventanas, ni otra puerta para salir, así que buscó algún arma que le fuera útil pero se dió cuenta de que todas eran demasiado grandes para ella, no podría avanzar demasiado rápido ni lejos cargando con una de ellas, pero algo que sí le sirvió fue una enorme tela negra que se colocó sobre los hombros y la cabeza, para ocultarse lo máximo posible. 

Volvió a salir de allí con la misma discreción con la que había entrado, dejando la puerta abierta tras ella, tal y como estaba, y cuando estuvo lo suficientemente lejos, tomó el frasco de cristal con fuerza sobre su pecho y cerró los ojos concentrando todo el poder que podía obtener de la pequeña planta que había en su interior. Al principio no sentía nada hasta que un hormigueo recorrió su espalda, extendiéndose por el resto de su cuerpo. Se concentró en aquella sensación llevando todo ese poder a la palma de su mano en la cual comenzaron a aparecer pequeñas chispas que se unieron hasta crear una bola de fuego que se hacía cada vez más grande. 

Aún con el ceño fruncido apuntó con su mano en dirección a la armería y la bola de fuego llegó hasta su interior a gran velocidad. Las armas cayeron al suelo provocando un fuerte estruendo y el fuego comenzó a expandirse, quemando todos los mangos de madera, lanzas e incluso la puerta. 

Ambos orcos se impresionaron ante la sorpresa y corrieron en dirección a la armería, dando la espalda a Siena, que aprovechó para correr hacia la salida. Mientras corría sentía que las fuerzas le fallaban, usar sus poderes en aquel lugar le consumía demasiada energía y el poder de la planta no era suficiente.

Tras aquella puerta, Siena se topó de frente con el oscuro reino de Lesquirat, las negras tierras de Tir Marw. Para la desgracia de la chica, la prisión se encontraba cerca del pueblo principal, por lo que varias criaturas se cruzaron con ella, pero estaban absortos en su camino, por lo que no levantaron su mirada para percatarse de ella. 

Siena ocultó un poco más su rostro, intentando buscar algún lugar para esconderse, hasta que encontró un pequeño callejón. Se ocultó allí unos minutos observando todo lo que ocurría frente a ella para buscar la forma y el momento idóneo para salir de allí. 

Desde el punto bajo donde se encontraba en la ciudad, no podía ver más allá que las casas que había delante de ella, a lo lejos veía alzarse el castillo donde se encontraría Lesquirat, así que sabía que esa dirección no era una opción de escape. Caminó hasta el fondo del callejón encontrándose con un carro cargado con varias cajas de madera que a simple vista parecían vacías, se subió a una de ellas para llegar a lo alto del muro. Una vez sobre lo alto de uno de los tejados, se dio cuenta de lo grande que era aquella ciudad, de la cantidad de calles y callejones que se entrecruzan. Todas las criaturas caminaban de un lado a otro, la mayoría portaba enormes hachas o mazos, y todos tenían aspectos demasiado característicos, no había humanos entre ellos,  por lo que lo tendría dificil para atravesar toda la ciudad sin ser vista. Tras de ella, había una zona claramente más tranquila que el centro de la ciudad, casi no había criaturas por esas calles, y podía ver el horizonte, un amplio terreno sin casas, lejos de la ciudad que llevaba a una cadena de montañas, y ahí vio una ligera esperanza de escapar.



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En el texto hay: amor, magia, reina

Editado: 30.11.2024

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