El legado Pendragon Ii: El renacer

Capítulo 7

Eric recorría los pasillos del castillo con el ceño fruncido, la mente atrapada en un torbellino de pensamientos oscuros. Sus pasos resonaban sobre las piedras frías mientras atravesaba las vastas cocinas, donde las brasas de los hornos apenas iluminaban el lugar. Aunque su tarea principal era cuidar del inventario y asegurarse del bienestar de los salones de entrenamiento, esa tarde su mente no estaba en su trabajo. El secuestro de Siena lo tenía sumido en una inquietud constante.

El rey ya había enviado varias partidas de búsqueda para encontrar a la princesa, pero Eric no pudo unirse a ninguna de ellas. Los rumores se habían confirmado: algunos de los miembros de la guardia real, aquellos que alguna vez consideraron sus compañeros, resultaron ser traidores, infiltrados del enemigo. La revelación había sacudido los cimientos de la confianza dentro del castillo, y el rey, necesitando desesperadamente alguien en quien confiar, había pedido a Eric que permaneciera en el castillo, pues sabía que él no le fallaría.

Eric había aceptado con la lealtad que siempre había mostrado, pero no sin amargura. Quería salir y unirse a la búsqueda, luchar por la mujer a la que amaba, hacer algo más que revisar listas y contar provisiones. Pero entendía la necesidad de permanecer y cuidar el castillo desde dentro, especialmente ahora que la traición podía estar al acecho en cada esquina.

Suspiró mientras pasaba por las alacenas, tomando nota de lo que faltaba y lo que necesitaba ser repuesto. De repente, un pensamiento le cruzó la mente, deteniéndolo en seco. El mercader, responsable de traer las despensas, aún no había llegado. Era extraño, ya que solía ser puntual, casi ceremonioso en sus visitas.

Eric sintió una punzada de preocupación que se mezcló con la inquietud que ya lo consumía. Caminó hacia la ventana que daba al camino principal, esperando ver el carro del mercader acercándose, pero la carretera estaba desierta, sumida en la penumbra del atardecer. Las sombras del bosque cercano parecían más densas de lo habitual, casi amenazantes.

Frunció el ceño, intentando reprimir el mal presentimiento que lo invadía. Algo no estaba bien. Quizás solo era una simple demora, un retraso sin importancia, pero en esos días, cualquier anomalía se sentía como una señal de peligro inminente. Eric sabía que debía estar alerta, ahora más que nunca. El castillo estaba herido, y cualquier descuido podía ser mortal.

Sin perder más tiempo, decidió salir al patio, buscando a algún guardia en quien pudiera confiar para que lo acompañara a inspeccionar los alrededores. Si había algún problema con el mercader, necesitaba saberlo de inmediato. En el fondo de su mente, la imagen de Siena lo impulsaba a actuar. No podía permitir que otro mal aconteciera en el castillo, no bajo su vigilancia.

Eric avanzaba por el patio cuando un grito agudo, proveniente de las puertas de la muralla, lo sacó de sus pensamientos. Aceleró el paso, con el corazón latiendo con fuerza. Podía distinguir a uno de los guardias discutiendo con alguien al otro lado de la puerta de madera reforzada. La curiosidad y la cautela lo impulsaron a acercarse para ver qué estaba ocurriendo.

Al llegar a la escena, reconoció de inmediato a Lilianne Carty, la hija del mercader. Estaba de pie junto a un carro cubierto por una pesada tela, con un caballo agitado que tiraba de las riendas. Lilianne, con la mirada firme y el rostro encendido por la frustración, sostenía algo en la mano que mostraba al guardia, quien parecía no estar dispuesto a escuchar.

—¿Qué está ocurriendo aquí? —preguntó Eric, su voz firme pero tranquila, mientras se acercaba a ambos.

El guardia, visiblemente molesto, se giró hacia Eric y señaló a Lilianne con la lanza.

—Esta mujer intentaba colarse en el castillo sin el permiso real. Insiste en que tiene derecho a entrar, pero no tiene los documentos necesarios.

Antes de que el guardia pudiera continuar, Lilianne lo interrumpió, levantando la mano en la que sostenía un pequeño rollo de pergamino sellado.

—Este es el sello del mercado de mi padre —dijo con determinación—. Nos hemos encargado de proveer a este castillo durante años. No necesito otro permiso, todos aquí me conocen.

Eric dio un paso hacia adelante, reconociendo el sello que Lilianne le mostraba. Asintió con gravedad antes de dirigirse al guardia.

—Es cierto lo que dice. Lilianne y su padre han sido los encargados de nuestras provisiones durante mucho tiempo.—dijo, con un tono que no dejaba lugar a dudas.

El guardia lo miró por un momento, evaluando la situación, pero finalmente bajó su lanza, aceptando las palabras de Eric.

—Mis disculpas, señorita Carty —dijo, inclinando la cabeza ligeramente—. Pueden pasar.

Lilianne lanzó una última mirada de advertencia al guardia antes de dirigirse a Eric con una sonrisa de agradecimiento.

—Gracias, señor. Ha sido un día largo, y no puedo permitir que los víveres se retrasen más.

Eric asintió, sintiendo un alivio momentáneo al ver a alguien conocido y confiable dentro de las murallas. Pero, aún con la situación aclarada, una inquietud persistente seguía latente en su mente.

Eric y Lilianne caminaron en silencio por los jardines del castillo y el eco de sus pasos resonaban contra las paredes de piedra. Finalmente, Lilianne rompió el silencio con un tono formal que reflejaba tanto respeto como distancia.



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En el texto hay: amor, magia, reina

Editado: 30.11.2024

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