El legado 2: Tinieblas

05. ¿Quién es ella?

COLE

Saqué la lengua inconscientemente, como si aquello me ayudase a concentrarme mejor en mi tarea. Me encontraba sentado en la silla de mi pequeña y humilde habitación, intentando acabar los deberes antes de que mi abuela me llamase para cenar.

Tal y como supuse, en cuanto me apoyé en el respaldo de mi silla tras acabar, la puerta de mi habitación se abrió. Mi yaya Teressa se acercó, regalándome una sonrisa dulce. Se paró a mi lado, observando los deberes que acababa de finalizar.

—¿Ya has terminado la tarea, Cole?

—Sí, abu.

Sonrió todavía más, orgullosa de mí, como siempre. Ella siempre se enorgullecía de cualquier cosa que hiciera.

—Seguro que tus padres están orgullosos de ti —pronunció en apenas un susurro, acariciando mi cabellera castaña.

La observé de reojo.

—Pero no están.

—¿Y quién dice que no?

—Ellos...—me costaba pronunciarlo, admitirlo—. Ellos están...

Antes de que terminara la frase acarició mi rostro, elevándolo al mismo tiempo para que la mirase mejor.

—Ellos están en algún lugar, mi niño. Sus almas brillan donde la oscuridad ejerce para iluminarnos a todos.

Había tanta esperanza en su voz que quise creerla, pero no pude. Papá y mamá habían muerto, tal y como pasó con Alice.

—¿Alice también brilla? —cuestioné haciendo un puchero—. ¿Ella está con ellos?

Ella sonrió de lado, agarrándome del brazo con suavidad para hacerme levantar. Me envolvió en sus brazos, sin responder a la pregunta. Cuando se separó de mí se dedicó a secar las lágrimas de mis mejillas.

—Nunca dejes de ser como eres, Cole. Jamás tires tus sueños a la basura, lucha por lo que desees perseguir hasta el cansancio.

 

(...)

 


Una semana.

Ese era el tiempo que había pasado desde que los chicos y ella habían desaparecido.

Una semana de auténtico caos.

Los nervios y la angustia nos acompañaron durante aquellos siete días, volviéndolos terriblemente insufribles.

Por una parte estaba Helen, la cual no había podido descansar ni un segundo. Se pasaba la veinticuatro horas llamando a su únicos contactos que podrían ayudarla, sin embargo, no obtenía ninguna respuesta. Nada. Eso sin contar con su obligación como directora. En sus ojos estaba reflejado el estrés que sentía al no poder ordenar las ideas de su cabeza y por no poder tener una solución a su principal problema.

Naya, la madre de Alex había pasado la mayor parte del tiempo con nosotros. No quería alejarse ni un momento de su hijo con todo lo que estaba pasando, pero sobre todo, no tenía pensado dejar tirada a su amiga. Naya intentaba ayudar a Helen en todo lo posible, pues aunque no hubiese pasado tanto tiempo con nosotros como la propia Helen, su instinto maternal salía a flote, deseoso de ayudar en lo que fuese. No sólo ella le ayudaba, sino que los padres de Reese también, pues ellos también sabían de qué se trataba todo eso. Ambos estaban histéricos, y no era para menos.

Alex estaba y no estaba. Seguía tan confundido como todos. Había pedido en varias ocasiones ir al pueblo a ver a Hailey, se le veía agobiado, y no sabía si era por la desaparición de los chicos o por que llevaba días sin ver a su novia.

Por último estábamos James y yo, ambos perdiendo la cabeza por encontrar a ese dichoso ángel que no aparecía por ningún sitio. Lo necesitábamos como agua en el desierto. ¿Dónde demonios estaba?

Una vez más me acerqué a Alex, que se encontraba sentado en uno de los sillones, con la mirada clavada en la pared. Movía la pierna con nerviosismo.

—¿Helen y Naya? —cuestioné, logrando que se centrara en mí.

—No sé —se limitó a decir.

James que se encontraba a mi lado apretó sus labios en una fina línea, desconforme.

—¿Estás bien? —el rubio se dejó caer a su lado.

—No, no lo estoy. Mitad de mi familia a desaparecido, y para colmos no me dejáis ver a mi novia —espetó un tanto molesto.

James y yo nos dedicamos una mirada, preguntándonos entre ambos si deberíamos permitirlo o no. Habíamos hablado sobre el tema, pero no sabíamos qué consecuencias tendría. Queríamos aprovechar que íbamos a volver a salir para intentar ver si aquel ángel desaparecía para llevar a Alex con Hailey.

—¡Ella me necesita! ¡Su hermano y su primo han desaparecido! ¿Podéis pensar un poco en Hailey?

James alzó sus cejas rubias, sorprendido. Alex solía ser un chico calmado, y el hecho de que sacara las garras por Hailey fue algo nuevo.

—En realidad...—comencé diciendo— James y yo te veníamos a proponer una cosa —aquello fue suficiente para captar su atención—. Helen y tu padre no están y nosotros vamos a salir, ¿qué te parece si vamos a ver a Hailey un rato?

En cuanto terminé de preguntárselo sus ojos brillaron llenos de ilusión y emoción para seguidamente levantarse y abalanzarse sobre mí. Alex me abrazó con ímpetu, y con un verdadero agradecimiento. Pasó a abrazar a James.

—¡Gracias! ¡Gracias!

James formó una mueca, supuse que Alex se estaba pasando con la fuerza de su abrazo.

—Sí sí, mocoso. Muy bien, muy bien —dijo, dándole suaves toquecitos en la cabeza, a lo que yo rodé los ojos.

Alex estaba tan emocionado que ni siquiera se paró a pensar en aquel mote que tan poco le gustaba, sino que salió de casa a toda mecha hacia los coches.

No tardamos mucho en llegar, y fue raro, pues Alex no paraba de preguntar sobre el tiempo que quedaba para llegar, logrando que James perdiera su paciencia poco a poco. 

En cuanto llegamos, el más pequeño fue el primero en acercarse a la puerta y llamar. Fue justamente Hailey quien le abrió, con unos ojos rojos e hinchados, decorados por unas poco agradables ojeras. El rubio no tuvo que pensárselo mucho cuando envolvió en sus brazos a la castaña, que no tardó en echarse a llorar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.