El libro de Thot

Adimiel, el mundo de hielo

Rulfo tuvo el impulso de abrazarse de Viviana en cuanto el helicóptero aterrizó en un mundo lleno de nieve. Una ventisca helada les cortaba el rostro.

―En cualquier otro momento te hubiera aventado por encimoso ―dijo Viviana―, pero con este frío…

―Es un desierto de hielo ―dijo Rulfo observando el paisaje blanco, un tanto nublado―. Será mejor comenzar a caminar o nos congelaremos aquí.

Conforme avanzaban, la ventisca amainaba, los copos de nieve se iban quedando más y más quietos hasta convertirse en escarcha flotando en el aire.

―¡Estos lugares son tan raros! ―dijo Viviana toqueteando un copo que flotaba frente a ella

―¿Qué es eso? ―preguntó Rulfo entornando los ojos

Cerca de donde estaban se veía algo, no podían discernir qué era, pero no era una formación natural. Era demasiado cuadrada para serlo.

Se acercaron para darse cuenta de que era la parte alta de una torre congelada que sobresalía por entre la nieve. Y más adelante había parte de un edificio, y la cúpula de una iglesia. Como si una ciudad entera hubiera sido cubierta casi en totalidad por la nieve y sólo sobresalían los edificios más altos, todos hechos de hielo.

A su paso, Rulfo observó la torre con un semicírculo en ella.

―Espera ―dijo soltándose de Viviana. Se acercó a la torre y escarbó un poco en la nieve―, esto es una torre de reloj. ¡Esta es! ¡Es la hora correcta! Debemos entrar a este edificio.

Rompieron un vitral que había a un costado e ingresaron a la torre. Hacía menos frío que afuera, pero también era menos iluminado. Conforme bajaban, Rulfo se iba llenando de una especie de nostalgia. Era muy parecido a su vieja universidad.

―Viviana, ¿extrañas tu vida pasada?

―¿Extrañarla? ―era notorio que Viviana jamás se había hecho esa pregunta―. Ahora que lo mencionas… no.

―Aceptamos demasiado fácil olvidarnos de nuestra vida y recomenzar con los magos ―Rulfo frunció el entrecejo―. Es extraño, es como si mis recuerdos hubieran dejado de ser valiosos.

―Para mí es como nunca haberlos vivido ―pensó Viviana―, recuerdo todo, pero es como si lo hubiera visto en una película.

Conforme hablaban, caminaban por un pasillo con un espejo en lugar de pared. La imagen que reflejaban se iba haciendo diferente, ellos envejecían en ella y el fondo cambiaba.

Rulfo volteó a ver su reflejo, embebiéndose en él. Veía a su exesposa, a sus hijos, a sus antiguos compañeros de colegio y de trabajo. No fue sino hasta ese momento que se dio cuenta de que perdió toda su vida, jamás volvería a ser quien era. Se sintió usado. El vicario jamás tuvo la decencia de preguntarle si él quería ser parte de todo aquello, simplemente lo eligió y el resto de los hechiceros transformaron su cuerpo sin importarle si era lo que él quería.

Viviana continuaba hablando, caminando y buscando alguna entrada, pero Rulfo ya no le prestaba atención. Quería entrar a aquel reflejo, recuperar su vida, volver a ver a sus hijos, incluso volver a convivir con aquella mujer que alguna vez amó.

―… pero nunca lo había visto de ese modo. ―Viviana continuaba hablando y caminando, Rulfo se detuvo, mirando el espejo con un gesto de odio―. Cuando supe que el vicario fue el que… ¿Rulfo? ―Viviana se dio cuenta que él se había quedado atrás―, ¿pasa algo?

―¡Déjame! ―el rostro de Rulfo cambiaba muy rápidamente, así como su cuerpo, crecía y se iba maltratando, como si envejeciera a un paso acelerado―. ¡Yo nunca pedí esto!

―¡Rulfo!, ¿qué te pasa?

―¡Me han robado mi vida! Quizá tú lo hayas aceptado así de fácil, pero yo no, ¿lo entiendes?

―¿Rulfo…?

Viviana volteó a ver el reflejo del espejo. Era una casa que no veía en años, una casa en el puerto de Altamira, en donde vio nacer y crecer a sus hijos.

Por un momento sintió un deseo ferviente de acercarse, pero al mismo tiempo un presentimiento terrible inundó su corazón. Sacó su varita y lanzó un hechizo explosivo que hizo añicos el espejo.

Rulfo cayó sentado. Sus facciones rejuvenecían de nueva cuenta. Volteó a ver a Viviana, asustado.

―¿Qué pasó?

―No lo sé ―Viviana se acercó para ayudarlo a levantarse―, pero creo que esto tenía la misión de hacernos dudar.

―De pronto sentí mucha rabia, junto con un deseo quemante de volver a mi vida anterior ―dijo Rulfo―, pero ahora todo vuelve a ser como dices, como si lo hubiera visto en una película.

―Ven, será mejor que continuemos.

Los chicos continuaron caminando, buscando en cada habitación de ese edificio hasta llegar a una sala muy grande, adornada exquisitamente con loseta de hielo tallado, un candil congelado en el techo alto y una fuente de hielo en el centro. Alrededor había figuras humanas de hielo, hombres y mujeres con ropa del siglo XIX. Alrededor, criaturas grotescas, muy altas, con enormes porras congeladas en sus manos.

En cuanto entraron, las figuras comenzaron a moverse, bailando al son de una melodía que salía de la fuente, cuyas gotas caían haciendo sonidos musicales.

―El son que marca el tiempo… ―Viviana caminó hasta una escalera que daba a una terraza en la sala. Desde arriba pudo ver que la fuente tenía la forma de un reloj, y las gotas que caían, desde ese punto de vista, eran como manecillas moviéndose.

―¿Qué ves?

―La fuente es un reloj ―dijo Viviana―, es ahí donde…. ¡Rulfo, cuidado!

Uno de los gigantes de hielo también había cobrado vida. Los humanos de hielo gritaron y echaron a correr cuando el gigante alzó su porra y la dejó caer pesadamente. Rulfo apenas logró hacerse a un lado para evitar que le aplastara.

―¿Qué demonios es? ―gritó Rulfo tratando de echar a correr, pero el piso era resbaladizo y no podía moverse con facilidad.

―Espera, deja ver… ―Viviana sacó el bestiario. Otros gigantes despertaron y fueron tras ella―. ¡Son golems! ―gritó ella dejándose caer por la baranda a modo de tobogán―, seres que se crean a sí mismos de cualquier elemento que tengan a la mano.




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