Entraron en una ciénaga de aguas color púrpura, rodeados de un valle de grama y árboles con vegetación en diferentes tonos de morado y lila, con troncos negros. El cielo mismo, iluminado por un sol tenue, era color violeta.
―El mundo del luto eterno ―dijo Viviana, suspirando con alivio―. Ahora lo entiendo, todo aquí es negro y morado, el color del luto.
―Bueno, espero que sólo sea eso. Pues… de nuevo a caminar para ver qué encontramos.
A su paso iban siendo rodeados por pequeñas criaturas aladas, con ropas negras a las que Viviana reconoció como pixies en su bestiario. No eran peligrosas, pero parecían demasiado intrigadas por la presencia de dos niños humanos, y llegó un momento que eran tantos, que no les dejaban ni caminar.
―¡Quítense estorbosos! ―gruñó Rulfo―. ¡Podría pisarlos!
―No creo que les interese mucho ―dijo Viviana cuando las criaturas sólo saltaban a un lado cuando ella estaba a punto de pisarlas
―¿Qué es lo que quieren? ―preguntó Rulfo.
Pero la respuesta era simple, ellos sólo querían seguirlos. Y así fueron, dando pasos entre las pequeñas criaturas hasta que un gemido doloroso hizo eco en el viento, haciendo que las criaturas salieran volando por todos lados al momento que la piel de los chicos se erizó. Era el lamento de una mujer, pero dicho lamento se prolongó demasiado, tanto que era obvio que no se trataba de un humano. Nadie hubiese podido sostener un grito por tanto tiempo.
De un islote apareció una mujer delgada, muy alta de cabello largo y negro, vistiendo camisola blanca. Era muy bella, pero tenía tal rictus de dolor en su rostro que contagiaba su tristeza.
―¿Quién es? ―preguntó Rulfo.
―La llorona ―dijo ella luego de ver el bestiario.
―¿La llorona? ¿Esa que se lamenta por sus hijos?
―Según esto ―dijo Viviana―, son los espíritus de las mujeres hermosas que en vida usaron su belleza para fines egoístas. Están condenadas a vagar en las ciénagas, buscando el amor que negaron. Odian percibir la felicidad de otros. Si nos nota felices, tratará de apoderarse de ese sentimiento por la mala. Pero ella está lejos, dudo que pueda percibir nada de nos...
Pero en ese momento, el espíritu desapareció de la isla y reapareció justo frente a ellos.
―¡Felicidad! ―se quejó el espíritu―. ¡Devuélvanme mi felicidad!
Se lanzó contra ellos. Rulfo reaccionó haciendo levitarse junto con Viviana. Era evidente que el espíritu no podía volar, pero flotaba por encima del agua, sin perderlos de vista.
―¡No nos dejará bajar! ―exclamó Viviana―, nos sigue a todos lados.
―Yo te ayudaré a volar con mi magia ―dijo Rulfo―, lee más sobre ella. ¿Hay forma de deshacerse de una llorona?
―No dice nada ―dijo Viviana, leyendo―, sólo dice que busca recuperar el amor que negó en vida.
―¿Recuperar el amor…? Tengo una idea. Voy a bajar, necesito usar mi varita.
Rulfo comenzó a descender. El espíritu estiraba los brazos como para recibirlo. Rulfo hizo una floritura con su varita y frente a la llorona apareció un hombre muy parecido al antiguo actor Wolf Ruvinskis. La llorona lo vio como si no pudiera creerlo. Aquel hombre la tomó en sus brazos y la besó en los labios.
―¡Ahora!, vámonos lejos ―gritó Rulfo.
Los chicos volaron lejos de la ciénaga. Un grito de dolor hizo eco en el lugar cuando aterrizaron en una colina lejana.
―Creo que la ilusión ha desaparecido ―dijo Rulfo.
―¿Qué astra usaste?
―No usé un astra ―dijo Rulfo―, usé un hechizo de ilusión para distraerla.
―¿Le mandaste a Wolf Ruvinskis? ―dijo ella, burlona.
―Bueno, recordé que cuando éramos adolescentes tú lo considerabas atractivo. Me maginé que podría gustarle.
―Desde el cielo vi una montaña negra con una luz ―dijo Viviana―. Quizá sea bueno ir para allá. El libro decía algo de encontrar la luz en la oscuridad.
Los pixies fueron reapareciendo, rodeándoles de nuevo. Trataron de evadirlos volando, pero las criaturas simplemente volaron con ellos. Resignados, continuaron hacia la montaña, con los pixies revoloteando alrededor.
En medio de la montaña estaba una luz muy pequeña. Pero conforme más se acercaban, la luz se veía más y más lejana. Quedaron parados en la cima y la luz simplemente parecía haberse ido a otra montaña más lejana.
Uno de los pixies voló justo al frente de la luz, la cual lo rodeó por completo, convirtiéndole en una suerte de luciérnaga con cuerpo humano. Después lo hizo otro, y luego otro.
―¡Están absorbiendo la luz! ―exclamó Rulfo.
Sin decir nada, Viviana se posó justo frente a la luz. Cobró un brillo tenue que la hacía ver como si fuera de oro.
―Ahora lo veo ―dijo Viviana señalando hacia el cielo―, hay un camino de luz, y al fondo hay una puerta.
―Llévame.
La luz los cubrió por completo llevándolos a otro subdei y así como se encendió, se volvió a apagar dejando una oscuridad extraña, como estar de noche pero donde todo es visible en tonos de gris y todo ahí parecía estar muerto. Elise era un lugar lleno de ruinas con muros cubiertos de enredadera seca, pasto amarillento y árboles muertos por todos lados.
―¡Este lugar me pone los pelos de punta! ―dijo Viviana.
―Tenemos que encontrar la salida lo más rápido posible.
Lo único que pudieron pensar, fue en buscar entre las ruinas, pero no había nada más que telarañas en ellas.
El único edificio más completo era uno parecido al purgatorio de Dante. Caminaron en su interior hasta la punta, sin encontrar nada.
―Hay muchas ruinas ―se quejó Viviana observando desde lo alto―. A este paso nos llevará eternidades encontrar la salida
―¿Ves alguna que se vea distinta de las demás?
―No. La única que sobresale es esta, y aquí no hay nada.
Rulfo frunció los labios. Se disponía a bajar cuando vio algo entre los árboles.
―¡Cruces!
―¿Cruces? ―De qué hablas