Soledad y los niños apuntaron con sus varitas hacia el espejo mientras Neruana hacía una floritura para desaparecer el sello que ella colocó. La grieta se hizo cada vez más grande hasta que el espejo se rompió en pedazos.
La sombra detrás del cristal se hizo nítida. Un demacrado hombre joven, moreno de cabellera y barba negra cayó de rodillas y comenzó a llorar amargamente.
―¡Dios! ¡Pensé que nunca los convencería! ―decía con voz desgarradora―, sentía que no lo lograría… tantas veces me arrepentí…
―¿Qué… qué es lo que hiciste con Ikal? ―dijo Neruana, confundido de verlo en ese estado.
―Él… Él fue esclavizado por mí ―dijo Atish, intentando controlar el llanto y poniéndose de pie―, pero no es lo que piensan.
―No te saqué para que des explicaciones ―gruñó Neruana―. ¡Libera a Ikal!
―Sí… lo haré.
Atish se concentró y una sombra apareció, haciéndose cada vez más nítida. Un hombre pequeño y muy delgado apareció entre ellos.
―¡El vicario! ―exclamaron los niños
―Pueden bajar la guardia, amigos míos ―dijo Ikal, paternalmente―, Atish nunca fue un nigromante.
―¿Qué? ¿Cómo que no…?
―Verás, Neruana, desde hace siglos yo me uní a los nigromantes pretendiendo ser uno de ellos, pero fue porque Ikal me lo pidió ―dijo Atish―. Fui un espía en realidad. Gracias a mí, se supo que ellos ligaron sus almas al Gaia, y gracias a mí se les tendieron las trampas para atraparlos en los inframundos.
―Pero Atish escuchó a Baba Yagá hacer planes con Grigori. Su muerte no fue arbitraria, Grigori se dejó matar para que ella apresara su alma ―dijo Ikal―, lo que no sabíamos, era para qué. Así que Atish se dejó atrapar a propósito, pues en los inframundos se tienen los poderes de la muerte.
―Se supone que Ikal iba a liberarme. Pero en ese inframundo me enteré de que Baba Yagá había encontrado un hechizo muy oscuro, uno que le permitiría esclavizar un alma, pero conservándole el poder suficiente para que él la liberara de su prisión ―explicó Atish.
―No podíamos hablar muy abiertamente de ello ―dijo Ikal―, pues como fantasma, Grigori podría estar espiando. Yo sabía que mi muerte se acercaba, así que pedí a Atish que esclavizara mi alma para poder mantenerme dentro del castillo y ayudarles a alejar al fantasma de Grigori hasta que ustedes pudieran recuperar el libro.
―Pero el uso de la magia negra hizo que el fantasma de Grigori fuera mucho más fuerte. Aún conserva la habilidad de hacer magia, de usar varitas mágicas. Ikal intentó muchas veces dejarles mensajes para que conocieran la verdad. Pero Grigori destruía todos esos mensajes antes de ser vistos.
―Yo no podía hablar con ustedes ―comentó Ikal―, mi voz era demasiado apagada para que ustedes la escucharan. Yo era menos lúcido y fuerte. Aun así, logré cruzar con ustedes a los subdeis para protegerlos de Grigori. Como fantasma él podía pasar libremente de un Dei a otro, pero no buscaba los talismanes, lo que él quería era que ustedes creyeran que había peligro para que sacaran la tabla esmeralda de su escondite, y revelaran el objeto que mantenía presa a Baba Yagá.
―¿Para qué? ―preguntó Soledad―, ¿para qué quería que sacáramos la tabla esmeralda de su escondite?
―La necesita ―respondió el vicario―. Los seres que protegían el libro nos han traicionado. No tardan en venir a robar la tabla esmeralda, así como el objeto que mantiene aprisionado a Baba Yagá, para que Grigori pueda liberarla.
―¿Nos han traicionado…? ―gruñó Neruana.
―Imamú logró evitar que tuvieran acceso al libro ―dijo Ikal―, lo único que tienen que hacer, es buscar al príncipe Vibhishana ―el vicario les guiñó un ojo a los niños―, él les dirá el camino.
―¿Hay algo más que necesites, amigo? ―dijo Atish.
―Sólo una cosa más. Atish, si me hicieras el gran favor… necesito ser libre. Dejo todo en sus manos.
Atish conjuró un hechizo. Ikal sonrió con todos a modo de despedida mientras se hacía cada vez más transparente, hasta que desapareció por completo.
―¡Eso sí que es valor! ―Soledad al fin bajó la guardia―. Ambos aceptaron quedar atrapados en inframundos para salvarnos de Baba Yagá.
―Ikal nunca cruzó a ningún inframundo ―dijo Atish―. Yo no lo obligaría. Siempre lo mantuve en el castillo. Creí que este, en el inframundo en que me encerraron a mí, no sería tan malo. Pero esos años de inmensa soledad en verdad debilita el espíritu de cualquiera. Más de un siglo sintiendo hambre, y sed sin poder morir de inanición… ―El mago tuvo que detenerse, ya no podía hablar.
Soledad hizo aparecer alimento y bebida para Atish. Él lo devoró con ansias, mientras esperaban a que los ladrones aparecieran.
Neruana se puso alerta cuando unos tenues sonidos de pasos se escucharon en el pasillo. No les dieron tiempo de nada, cuatro guardias raksasha habían entrado a hurtadillas, tratando de robar los objetos sin ser vistos. Pero apenas cruzaron el umbral cuando Neruana y Soledad los noquearon con un hechizo. Sin embargo, nunca se dieron cuenta que uno se había quedado atrás, y corrió de vuelta, para dar aviso a su rey de lo que había pasado.
―La tabla está protegida, Baba Yagá falló en su plan ―dijo Atish. En ese momento, de un agujero negro que flotaba encima del espejo se dejó escuchar un alarido apagado. Atish se acercó a él―. Lo siento mucho, vieja bruja, pero temo que quedarás atrapada en ese mundo mientras la tierra esté con vida. Pero no te quejes, disfrútalo. En algún momento morirás y después de la muerte, el inframundo que te espera es mil veces peor del que estás.
―Es momento ―dijo Neruana―, es hora de ir a rescatar a los otros.
Los cinco fueron hasta la almena. La rosa de vientos arrojó a todos hacia el cielo, en donde los Balames, les dieron paso hacia el Dei.
El guardia llegó hasta el rey Rávana, jadeando. Se inclinó ante él y le dio la mala noticia.
―Fue una trampa, majestad ―dijo el guardia―, nos estaban esperando.