Publicado: 21 de octubre de 2018
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“La obscuridad se había vuelto su mejor amiga. El cielo estaba sin una estrella. Luminosa se había escondido de los malos cazadores porque ella también temía. Temía por su bienestar, temía por el bienestar de cada uno de ellos. Caminó abrazándose mientras intentaba no tropezar con nada. La luna seguía sin mostrarle el camino, ella también había temido.
Por eso a la mayoría de los clarividentes preferían la luz del sol. La luz evitaba que la obscuridad los inundara y lo que es peor, que los hiciera parte de ellos.
«No queremos ser parte de la nada» había dicho una clarividente mostrando signos de rebeldía.
«Ustedes ya pertenecen a la nada» respondió aquel sujeto que se colaba en sus sueños.
Sus ojos verdes eran lo único que sobresalía en la oscuridad.
Lissie no estaba segura del lugar donde se encontraba. Las voces de esas personas se colaban cada vez más en su mente y ella no lograba ver nada.
«No somos tus prisioneros» contestó la mujer.
«Oh, querida. Ustedes siempre serán nuestros prisioneros» respondió el hombre para luego comenzar a reír.”
Lissie despertó en medio de la noche con su respiración agitada. Se sentó en la cama y trató de respirar más pausada mente. No recordó lo que soñó. Solo tenía una espesa nube negra invadiendo su pensamiento. Se levantó de la cama y se abrazó a si misma mientras se acercaba a la ventana.
Movió un poco la cortina y miró al cielo. Allí estaba la luna alumbrando todo su camino. Sonrió de lado recordando las palabras de su abuela materna. Según ella la luna era la fiel amiga de los clarividentes. Si alguna vez se sentían solos, jamás deberían dudar del camino que les brinde la luna. Era algo bastante contradictorio a la realidad de mucho. La luna era sinónimo de oscuridad según los clarividentes. No podían ser fieles amigos.
Se alejó de la ventana y volvió a intentar recordar lo que había soñado. Seguía sin encontrar nada.
«¿Qué habrá sido?» pensó mientras se sentaba en el borde de la cama.
Los sueños estaban siendo alarmantes desde que había regresado del hotel. Antes no le dio importancia. Ahora no dejaba de pensar en esos ojos verdes de ese hombre. En sus últimos sueños recordaba haber visto sus ojos. Sentía que estaba en desventaja. Era como si él supiera algo que ella desconocía.
Miró su almohada queriendo volver a dormir. Pero el sueño se había esfumado como por arte de magia.
Salió de su cuarto y bajo las escaleras hasta llegar a la cocina. Abrió la nevera sacando el litro de leche y se sirvió un vaso. Pegó su espalda en el barandal y comenzó a darle tragos pequeños al vaso.
—Lissie —escuchó su nombre. Dejó el vaso en medio camino hasta su boca. Agudizó más sus oídos—. Lissie…
Era muy extraño que los fantasmas llegaran hasta su casa.
—¿Hola?
—Ayúdame, tengo miedo —la voz parecía ser de una niña.
Si había algo que le había enseñado el tiempo. Es que las entidades tomaban la forma que les daba la gana. Sobre todo las malignas. Lissie dejo su vaso en la encimera y dio media vuelta para seguir la voz—. Tengo miedo —volvió a repetir. Lissie comenzó a escuchar un sollozo.
Despejó su mente de dudas y decidió perseguir el sonido de la voz.
—¿Quién eres? ¿Cómo puedo ayudarte?
—No puedes hacerlo. Tengo mucho miedo.
Lissie abrió la puerta de la sala y miró hacia todos lados. No había ningún fantasma. Alzó la vista hasta los grandes ventanales que daban para la piscina y vio cerca de la piscina una figura con pelo muy corto de color rubio. Estaba agañotada y mirando al agua mientras se mecía hacia delante y detrás. Se acercó a los ventanales y los deslizó suave para no hacer ruidos.
—Yo ayudo a la personas como tú. ¿Por qué no podría ayudarte a ti? —preguntó mientras se acercaba.
La niña no se giró precipitadamente.
—No quiero que me haga daño —dijo en un tono bajo.
Se estremeció a medida que se acercaba aún más.
—¿Quién es la persona que te está haciendo daño? Pequeña, puedes confiar en mí.
La niña comenzó a sollozar más fuerte. Fue bueno que solo ella la escuchara.
»Por favor, respóndeme.
La niña negó.
—Nadie puede, estoy condenada eternamente. Eso es lo que él dijo.
—Eso es mentira, pequeña. No eres una inmortal, ellos no hablan con nadie, no pueden hacerlo. Las personas como tu tienen todavía oportunidad de cruzar.
Entonces por primera vez la niña le prestó atención. Clavó sus profundos ojos negros sobre ella.
—Es mentira —dijo negando y sentándose en el piso.
—No me gustan las mentiras.