La casa de Sara era pequeña, tenía una cerca blanca con una puerta en el centro que daba a un sendero de unos tres metros, interrumpido por cuatro escalones que llegaban hasta la puerta principal. En la primavera las jardineras de los lados se llenaban de rosales, geranios y claveles y le daban mucha vida a la vivienda; pero Ben siempre decía que le gustaba más su aspecto en invierno, según él se veía más acogedora.
Naín llamó dos veces a la puerta y luego Sara apareció en el umbral.
— ¡Naín, hola!—dijo Sara mientras le daba un cálido abrazo— ¡que gusto verte!
Naín había acudido en otras ocasiones a dar malas noticias a los familiares de los soldados heridos o caídos en batalla, pero esta vez era distinto. Sara era su propia familia e iba a darle la terrible noticia de la muerte de su propio hermano ¿Cómo podría ser eso más difícil? Él sabía que cuando se pretende dar ese tipo de noticias, el portador del mensaje debía parecer sereno y cálido pero a la vez fuerte y sólido. Sentía que en esta ocasión no podría ser ninguna de esas cosas. Volteó a ver a Amitai buscando algún tipo de apoyo, quizá que sin decirlo, se ofreciera a ser él quien diera las malas noticias; pero mirando su rostro sabía que tampoco podría. Amitai también había querido a Ben como si fuera su propio hermano. Tendría que ser él, le gustara o no.
— ¡Amitai! ¿Cómo estás?—continuó Sara tendiéndole la mano—Pasen por favor, se están congelando ahí afuera.
En cuanto cruzaron el umbral de la puerta, el largo discurso que habían ensayado durante todo el camino se borró de sus memorias. Sara fue directo hacia la cocina para poner agua en la tetera.
—Y díganme—preguntó sin voltear a verlos—¿a qué debo el honor de su visita?
—Sara—aventuró Naín—, se trata de Ben.
— ¿Qué hay con él?—Seguía concentrada en la estufa—¿está bien?
—S-s-s si b-b-bueno—tartamudeó Amitai—podría decirse.
—Oh que bien, ojalá le den pronto sus vacaciones, me hace mucha falta ahora que la bebe está a punto de nacer.
—Sara—dijo Naín para enfrentarla con la verdad pero ella seguía concentrada en el té.
—Hay muchas cosas que ya no puedo hacer sabes, el agacharme para recoger algo o cuando voy a…
— ¡Sara!
Naín no quería comenzar una plática informal con Sara, porque entonces sería aún más difícil decirle la terrible verdad, así que quiso apresurar el asunto lo más que pudo, así al menos todo acabaría más rápido.
Sara levantó la vista hacia Naín cuando notó un cambio en su tono de voz.
—Sara—Dio un suspiro—, me temo que, que no traigo buenas noticias. Ayer iniciamos una misión, buscábamos a un peligroso criminal en las montañas y, Ben se enfrentó con él pero el muy cobarde lo arrojó por la barranca y no, no sobrevivió Sara. Ben esta, está muerto, lo siento mucho.
Los ojos de Sara se quedaron fijos en el rostro de Naín. Buscaba indicios de que lo que acababa de decir fuera una equivocación, un terrible error; pero Naín no se equivocaría con un asunto de esa magnitud y de ser un error, él lo investigaría muy bien antes de decírselo. Aun así, esas palabras no podían concebirse juntas en su cabeza.
Su piel pálida se tornó aún más pálida, sus delgadas manos comenzaron a temblar sin que pudiera detenerlas y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.
— ¿Qué?—alcanzó a decir, aunque más bien sonó como un gemido.
—Sara lo siento tanto—dijo Naín y su voz corría el peligro de quebrarse también—, pero murió haciendo lo que era su deber, debes estar orgullosa.
Ella realmente no estaba orgullosa, no estaba enojada, ni decepcionada ni mucho menos alegre; ella solamente quería llorar. Puso su mano sobre la mesa para tratar de detenerse, la fuerza de sus piernas le estaba fallando; sabía que se desplomaría, Naín llegó a tiempo para detenerla y Amitai llegó detrás de él. Entre los dos la llevaron hacia el sofá de la sala y ella lloró amargamente sobre el hombro de Naín, mientras él la abrazaba y Amitai la consolaba poniendo su mano sobre su espalda.
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Editado: 20.02.2018