No fue difícil encontrar un puesto que estuviera abierto a esas horas de la noche, la mayoría de la clientela prefería cenar tacos que comerlos en la tarde. Se acercaron a la barra y se sentaron en dos bancos libres.
— ¿Qué les doy caballeros?—El mesero parecía realmente agradable.
—Deme tres de adobada y dos de chorizo—Se apresuró a pedir Amitai.
— ¿Qué le sirvo a usted?—Le preguntó a Naín.
—Deme cuatro de adobada.
—Muy bien enseguida les sirvo—dijo y se volteó para ayudar al cocinero que parecía tener muchas otras ordenes más.
Naín se recargó sobre la barra suspirando, aún estaba un poco frustrado ante la posibilidad de que Andrés muriera antes de tiempo.
—Y ¿crees que se muera?—preguntó Amitai sin poner mucha atención.
—No sé, espero que no, al menos no así y no ahora.
— ¿Qué le habrá pasado? El respirador estaba bien ¿Por qué se lo habrá quitado?—Ahora sus manos se entretenían dándole vueltas a un salero.
—Tampoco me dejaba ponérselo, quizá quería morirse.
—Hmmm…
—También me dijo algo—dijo Naín recordando de pronto su fugaz conversación con Andrés.
— ¿Qué te dijo?—inquirió Amitai sin que su actitud despreocupada cambiara un ápice
—Él dijo “solo la verdad te hará libre”
Amitai dejó el salero bruscamente, haciendo que se cayera y derramara un poco de su contenido, luego levantó la vista hacia Naín, frunció el ceño y lo miró durante unos segundos para luego clavar la vista en la mesa en silencio.
—Tal vez te confundió con alguien más—dijo luego de un rato.
—Si tal vez—admitió Naín aunque el repentino cambio de humor de Amitai le dijo que su amigo sabía algo que no había querido decirle en ese momento, y por esa ocasión lo respetó, pero preguntaría por eso más tarde.
El silencio que se había generado entre ellos se interrumpió cuando el mesero les puso enfrente dos vastos platos de comida, lo que a su vez ayudó a que el buen humor de Amitai regresara.
—Ummm… fodría gomerme una fonelada de estof—dijo y un montón de trocitos de tortilla y carne saltaron de su boca.
Después de engullirse dos órdenes más se levantaron de sus asientos para pagar la cuenta e irse.
—Ándale, paga los tuyos—pidió Naín.
—A si claro—dijo Amitai desinteresadamente—, nada más pásame una de esas mentitas que tienes a tus espaldas.
Naín se volvió para tomar un par de mentas de un jarrón que estaba en la barra, y no advirtió la furtiva sombra que se deslizo rápido detrás de él hacia su gret. Cuando se volteó para entregarle las mentas a Amitai se dio cuenta de que éste había desaparecido misteriosamente.
—Gorrón, nada más así corres—susurró Naín para sí, y se dirigió al dependiente para pagar por los dos.
Cuando llegó a su gret encontró a su amigo ocupando el asiento del copiloto y fingiendo estar dormido.
—Ni creas que te vas a escapar, algún día me las he de cobrar—Le advirtió sabiendo que lo escuchaba.
En respuesta, Amitai dejó escapar un sonoro y exagerado ronquido y se removió en el asiento para seguir durmiendo, esta vez en serio. Naín echó a andar el vehículo y condujo por las solitarias calles de la ciudad hasta dar con el viejo apartamento de Amitai.
—Ándale gorra ya llegamos—avisó Naín al tiempo que le quitaba de un manotazo la gorra con que se cubría los ojos.
—Aggg… —Se quejó y luego dejó escapar un prolongado bostezo.
Se bajó del gret con una lentitud desesperante y masculló un “adiós” mientras se dirigía arrastrando sus pies hacia la puerta. Naín no pudo evitar reírse por lo bajo al mirar a su amigo y preguntarse cómo era posible que se llevaran tan bien ellos dos con caracteres tan distintos.
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Editado: 20.02.2018